Inclusi¨®n
Hace dos semanas se?al¨¦ un dilema dif¨ªcil de resolver. ?C¨®mo reaccionar ante una campa?a de intoxicaci¨®n medi¨¢tica, como la patra?a conspiratoria del 11M? ?Hay que presentarle batalla rebatiendo sus falaces pseudo argumentos, con lo que se contribuye a hinchar la supercher¨ªa por efecto de la espiral acci¨®n-reacci¨®n? ?O es mejor ignorarla para no realimentar su sensacionalismo mercenario? Pues bien, aqu¨ª plantear¨¦ otro dilema an¨¢logo que tampoco tiene f¨¢cil soluci¨®n. Es el que surge con la aparici¨®n de partidos antisistema cuyo populismo demag¨®gico les permite atraer el voto desclasado de protesta.
?C¨®mo se debe competir con estos movimientos radicales? ?Hay que tratarlos con las mismas reglas de juego limpio que utilizan los dem¨¢s partidos, aceptando incluirles como miembros leg¨ªtimos del mismo espacio democr¨¢tico? ?O hay que coligarse contra ellos para excluirlos de un sistema democr¨¢tico al que socavan y desgastan? A modo de ejemplo, ¨¦sta ¨²ltima es la soluci¨®n adoptada en Flandes contra el Vlaams Blok (hoy Vlaams Belang), movimiento independentista cuyo extremo radicalismo ha inducido de com¨²n acuerdo a todos los dem¨¢s partidos democr¨¢ticos a crear en torno a ¨¦l un aut¨¦ntico cord¨®n sanitario, a fin de excluirlo en la medida de lo posible de las instituciones democr¨¢ticas. Un remedio ¨¦ste que puede ser peor que la enfermedad, pues la exclusi¨®n que padecen es utilizada por los radicales como un argumento victimista de gran eficacia electoral.
Pero volvamos a Espa?a. Gracias al olfato de Adolfo Su¨¢rez, que no dud¨® en legalizar al Partido Comunista al comienzo de la Transici¨®n, nuestro sistema pol¨ªtico est¨¢ (o estaba) basado en el consenso incluyente. Tanto fue as¨ª que ni siquiera se excluy¨® al brazo pol¨ªtico de los terroristas, pues las sucesivas plataformas abertzales pudieron presentarse a las elecciones incluso en aquellos a?os 80 en que ETA asesinaba cada a?o a casi un centenar de personas. Y s¨®lo cuando por fin ETA comenz¨® a debilitarse, tras las repetidas ca¨ªdas policiales iniciadas en Bidart, el Gobierno de Aznar decidi¨® excluir a Batasuna del acceso a los comicios electorales por ser el brazo pol¨ªtico de ETA. Una medida que obtuvo el apoyo de la oposici¨®n socialista, ya entonces liderada por Zapatero, ya que parec¨ªa justificada en la medida en que los terroristas hab¨ªan optado por asesinar con preferencia a los pol¨ªticos vascos no nacionalistas. Y tan inaceptable juego sucio de matar a los rivales electorales mereci¨® la creaci¨®n de un cord¨®n sanitario contra Batasuna (la famosa Ley de Partidos), mucho m¨¢s excluyente que el posteriormente creado en Flandes contra el Vlaams Blok. Un cord¨®n sanitario contra la izquierda abertzale que contin¨²a en vigor todav¨ªa hoy, haciendo fracasar cualquier posible proceso de paz.
Aquello rompi¨® una tradici¨®n incluyente que hab¨ªa caracterizado a la democracia espa?ola y que se hab¨ªa mantenido intacta en los peores a?os. Pero tras introducir la exclusi¨®n pol¨ªtica con la Ley de Partidos, el precedente creado pronto comenz¨® a surtir nuevos efectos excluyentes. El estilo unilateral de hacer pol¨ªtica que desde entonces adopt¨® Aznar tambi¨¦n le llev¨® a excluir a todos los dem¨¢s partidos de la toma de decisiones p¨²blicas. Y en justa reciprocidad, los partidos excluidos se concertaron contra ¨¦l en cuanto tuvieron ocasi¨®n, como sucedi¨® con el famoso pacto del Tinell, que creaba en Catalu?a un cord¨®n sanitario contra el PP. Pero lo peor habr¨ªa de venir tras el 11-M, tambi¨¦n monopolizado por Aznar de modo excluyente. Y ante su falaz manipulaci¨®n electoral, los electores le castigaron con la expulsi¨®n del poder. Desde entonces, la pol¨ªtica en Espa?a se ha convertido en un ejercicio compulsivo de mutuas exclusiones cruzadas, el PP acosando a Zapatero en un feroz ajuste de cuentas mientras el Gobierno se defiende creando junto con todos los dem¨¢s partidos un excluyente cord¨®n sanitario contra el PP. As¨ª retorna nuestra peor memoria hist¨®rica, siempre desgarrada por feroces exclusiones rec¨ªprocas, haci¨¦ndonos olvidar que sin inclusi¨®n no puede haber democracia de verdad.
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