30 minutos en los que todos olvidan su papel
M¨¢s o menos al mediod¨ªa, el presidente del Tribunal, Javier G¨®mez Berm¨²dez, cada ma?ana, ordena parar. "Treinta minutos de descanso", dice. Entonces se calla el procesado o el testigo de turno. Ayer era una agente de polic¨ªa experta en procesar datos e interpretar informes, pero de los que "no pisan la calle". Se calla el testigo, la c¨¢mara deja de enfocar a la sala, los procesados de la pecera blindada bajan custodiados al calabozo y el juicio se interrumpe durante media hora: esa media hora en la que todos pierden su papel en el proceso.
Como el inmueble de la Audiencia Nacional en el que se celebra las sesiones se encuentra lejos de todo, en el arranque de la Casa de Campo, cercado adem¨¢s por unas obras inclementes, no merece la pena salir. As¨ª, acusados en libertad provisional para los que se piden a?os de c¨¢rcel, psic¨®logos, m¨¦dicos, abogados defensores, abogados acusadores y v¨ªctimas de la masacre comparten el lugar, de dos plantas, y los 30 minutos, codo con codo, casi en el mismo vest¨ªbulo.
No es extra?o, por tanto, ver a Carmen Toro, en libertad provisional, hermana de uno de los encarcelados, ex mujer de otro y acusada ella misma de suministro de explosivos, hacer cola en la m¨¢quina del caf¨¦ y los bollos junto a una chica que ha perdido a su padre en uno de los trenes de la muerte.
O a Emilio Llano ?lvarez, vigilante de la mina Conchita, de donde se sustrajeron los cerca de 200 kilos de dinamita que desencadenaron el 11-M, utilizando el servicio de hombres al lado de un chaval que llora todos los d¨ªas a su hermano menor. Entre ellos se conocen, porque hay muchas v¨ªctimas que acuden al juicio cada d¨ªa. No se hablan. Tampoco se insultan. Hay algo obsceno en esa mezcolanza. Y sin embargo, alguien que ignorara el horroroso contexto en el que se desarrollan las escenas pensar¨ªa que ¨¦sa es una cola normal de una m¨¢quina de caf¨¦ normal o dos hombres utilizando el servicio de varones de cualquier oficina. De hecho, no se ha producido ning¨²n incidente. Y la rutina normaliza si cabe un poquito m¨¢s esta truculencia.
Hay un patio diminuto que los fumadores emplean para echarse el cigarro prohibido en el resto del edificio. Lo usan los abogados, los polic¨ªas, y tambi¨¦n los acusados en libertad provisional: varios de los implicados en la trama asturiana, por ejemplo, o los hermanos Moussaten, Mohamed y Brahim, en libertad provisional, pero acusados de colaborar con la c¨¦lula islamista.
"Es duro", recuerda Clara Escribano, de 48 a?os, que viajaba en el tren que explot¨® en Santa Eugenia la ma?ana del 11-M, "salir al patio, y verlos, al lado, sentados a un metro".
T¨ªmpano perforado
Escribano tiene el t¨ªmpano perforado y metralla de las bombas en el cuerpo. Explica que acudir al juicio le hace bien. "Me noto tranquila, pero ma?ana estar¨¦ mentalmente agotada, lo s¨¦ por otras veces que he venido. Aqu¨ª estoy en tensi¨®n todo el tiempo, aunque no me d¨¦ cuenta", asegura.
A las doce y media, m¨¢s o menos, el agente judicial dice aquello de "vayan entrando a la sala". Han pasado los 30 minutos de tregua. Los abogados de las v¨ªctimas y los de los procesados, durante esta media hora compa?eros que charlan, se vuelven de nuevo enemigos profesionales. Los acusados en libertad provisional (Carmen Toro, Llano, los hermanos Moussaten), regresan a sus asientos, al lado de los polic¨ªas. Los encarcelados ingresan de nuevo en la pecera. Hay v¨ªctimas que se aproximan para verles de cerca la cara. El juez reanuda la vista. Un nuevo polic¨ªa comienza a responder a las preguntas de la fiscal. Todos han recuperado ya su papel en esta tragedia.
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