El retrato como paisaje
Salvo alg¨²n enfermo de vanidad, en el fondo nadie est¨¢ satisfecho por completo de su imagen. Todo el mundo dice que sale muy mal en las fotos. Cuando alguien le recrimina al fot¨®grafo que le ha sacado horrible en el retrato, algo muy habitual, el fot¨®grafo deber¨ªa replicarle: “Espera a que pasen 10 a?os y ver¨¢s qu¨¦ guapo est¨¢s ahora”. S¨¦ de alguno que se ha hecho fot¨®grafo precisamente para no tener que salir nunca en las fotos, cosa que no se puede decir de todos los artistas. Desde Durero, es raro el pintor que no haya dejado constancia de su imagen m¨¢s o menos complaciente ante el espejo. Rembrant pint¨® una serie de autorretratos y en ellos fue profundizando obsesivamente en las marcas que el tiempo le dejaba en el rostro hasta que su destrucci¨®n estaba ya a punto de desembocar en la muerte; Van Gogh se analiz¨® odi¨¢ndose con miradas feroces de soslayo y barbas de hirsuto ma¨ªz, incluso con el vendaje sobre la oreja cortada que regal¨® a una prostituta; Picasso reflej¨® su figura bajo todas las formas de narcisismo, desde su etapa de bohemio hasta su propia versi¨®n cubista como un derribo de materiales en la cara, y as¨ª sucesivamente. La mayor¨ªa de los pintores se han hecho autorretratos porque son conscientes de que el rostro es la parte m¨¢s ¨ªntima que el artista posee.
"En el rostro humano hay desiertos, valles f¨¦rtiles, montes y r¨ªos"
Pero el rostro humano es tambi¨¦n el mejor paisaje exterior. En ¨¦l hay desiertos, valles f¨¦rtiles, montes y r¨ªos limpios o sucios. No s¨®lo es un territorio siempre inexplorado a medida que sobre ¨¦l se posan los a?os, sino que a la vez constituye el mapa con la clave del esp¨ªritu que se halla bajo la piel. Dotar de vida a un rostro es la prueba m¨¢xima de un creador. El Dios del G¨¦nesis form¨® el hombre con una figura de barro y al final le sopl¨® su aliento sobre la frente y el barro inerte comenz¨® a vivir. Cualquier retrato est¨¢ muerto hasta que el artista no le da esa ¨²ltima pincelada, equivalente al neuma divino, con la que le imprime la vida. Ese toque definitivo del pincel es siempre un enigma. Tal vez se trata s¨®lo de un punto blanco luminoso en las pupilas o un difumino en la comisura de los labios como hizo Leonardo con la Gioconda o un rictus insignificante en el entrecejo. De repente, un leve brochazo y el enigma se revela. De hecho la vida s¨®lo es un soplo, pero con ¨¦l se crea el alma y ella comienza a asomar en las sucesivas expresiones del rostro, que a su vez sintetizan no s¨®lo un paisaje vital, sino el esp¨ªritu de un tiempo.
No hay testimonio m¨¢s aut¨¦ntico, inapelable, cruel a veces, de la historia que la galer¨ªa de retratos de los personajes de una ¨¦poca. Nada explica mejor el renacimiento burgu¨¦s de los Pa¨ªses Bajos que el retrato del matrimonio Arnolfini de Jan van Eyck, ni el impulso de la felicidad florentina del Quattrocento que la figura de Simonetta Vespucci o el joven con el medall¨®n de oro pintados por Botticelli. Del mismo modo, el desgarro brutal de la sociedad europea que presagiaba la Gran Guerra del 14 est¨¢ expresado en los retratos descoyuntados de los expresionistas alemanes. Nada se puede a?adir a las figuras purulentas de Otto Dix ni a las mujeres acuchilladas por los cristales de su propio espejo roto de Kokoschka o de Kirchner, ni a los personajes pat¨¦ticos de George Grosz. Todos los movimientos est¨¦ticos arrastran el detritus de la vida y al final lo dejan posado en el rostro de la gente con todos los sue?os, pasiones y ca¨ªdas de la historia, como el agua sucia o clara de un r¨ªo. Los artistas se limitan a levantar acta. Unas veces el color se convierte en un sentimiento hasta el punto de alcanzar melod¨ªas muy armoniosas en Matisse o de profunda naturaleza en C¨¦zanne; otras, se detiene en la elegante frivolidad de las chicas de cuello largo extra¨ªdo de los ¨ªdolos del arte negro por Modigliani o expresa la locura de Munch.
La figura humana fue la obsesi¨®n de Picasso, que apenas la abandon¨® a lo largo de toda su obra. El genio sab¨ªa que no hay mejor paisaje que el cuerpo, y de ese territorio, nada tan profundo y misterioso como la piel del rostro, donde est¨¢n descritos todos los mapas, todos los cruces de caminos, todas las pasiones de la historia.
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