Cuando muere un paciente
Cuando muere un paciente, con su muerte no termina la tarea de los profesionales sanitarios que lo han atendido. En todo caso -especialmente cuando las parejas de los enfermos o fallecidos son ancianos- existe una ¨²ltima responsabilidad: tratar de dar apoyo emocional a la persona que ha sufrido la p¨¦rdida.
Los trabajos de Nicholas Christaquis, a los que EL PA?S ha hecho referencia en esta misma secci¨®n, muestran el incremento de la vulnerabilidad a las enfermedades que presenta el miembro sano o superviviente de una pareja ante la hospitalizaci¨®n de su compa?ero o compa?era, o al verse confrontado con su fallecimiento. Christakis no ha sido el ¨²nico investigador en mostrar este fen¨®meno; Bartrop, Schleifer y tantos otros vienen aportando datos, desde hace a?os, en esta misma direcci¨®n. Pero tal vez por su envergadura -m¨¢s de un mill¨®n de sujetos mayores de 65 a?os- el ¨²ltimo trabajo de Christakis, publicado en The New England Journal of Medicine en febrero del a?o pasado, puede servir como revulsivo para que los profesionales sanitarios, en especial los m¨¦dicos, presten un momento de atenci¨®n a la importancia de tareas muy sencillas que est¨¢n en su mano y que podr¨ªan tener efectos preventivos para la salud del miembro sano o superviviente de la pareja, en especial en aquellos casos en los que se haya establecido una m¨ªnima relaci¨®n personal con el enfermo o el familiar, y la persona que se ve privada de su compa?ero carezca de alternativas familiares afectivas.
Las personas en duelo necesitan saber que para el m¨¦dico que ha atendido a su ser querido, ¨¦ste no fue un mero cliente an¨®nimo
La siguiente carta, recibida en la direcci¨®n de un centro m¨¦dico norteamericano deber¨ªa obligarnos a reflexionar:
"Estimado doctor: El 3 de Agosto, mi madre, Jean Smith, muri¨®. Hab¨ªa sido paciente de este Centro M¨¦dico con el doctor Roberts. Hasta su muerte, a los 90 a?os, fue una persona activa, implicada con su familia y con la sociedad (conduc¨ªa e iba a clases de yoga). Muri¨® s¨²bitamente mientras dorm¨ªa. Estamos desolados.
Varias semanas despu¨¦s de su muerte, escrib¨ª al doctor Roberts para comunicarle su muerte. Le expres¨¦ cu¨¢nto hab¨ªa apreciado sus cuidados, tanto su valiosa atenci¨®n m¨¦dica como su apoyo cuando se sent¨ªa ansiosa y preocupada por su salud.
En ning¨²n momento he obtenido respuesta alguna ni del doctor Roberts ni de otra persona del Centro M¨¦dico. Me he sentido muy decepcionada y afligida, y he pensado que, como responsable del Centro, deber¨ªa tener usted conocimiento de ello.
Cordialmente, Margaret Smith".
Las palabras anteriores no precisan comentario. Las personas en duelo, al menos algunas de ellas, para seguir adelante con su nueva vida, necesitan saber que para el m¨¦dico que ha atendido a su ser querido, ¨¦ste no fue un mero cliente an¨®nimo.
Annie Mitchell, profesora de la universidad brit¨¢nica de Exeter, en el transcurso de una reuni¨®n sobre evaluaci¨®n econ¨®mica de la asistencia sanitaria, ha dicho que lo que los pacientes quieren es muy sencillo: ver al mismo m¨¦dico en cada visita, sentirse mejor y ser tratados como personas y no como consumidores.
Pocos son los familiares que, en nuestro pa¨ªs, escriben cartas de agradecimiento a su m¨¦dico, a alguna enfermera o al equipo que ha cuidado de su persona querida. Aunque, paralelamente, desde el otro lado, ?cu¨¢ntos profesionales sanitarios proporcionan apoyo emocional a los viudos o viudas de los pacientes fallecidos, en especial si conocen -o est¨¢n en condiciones de conocer- que el miembro superviviente, si es de edad avanzada, empieza en terrible soledad esta nueva fase de su vida? El 28 de enero de 2003, Diego, un fot¨®grafo jubilado de 81 a?os vecino de un pueblecito de la provincia de Granada, mat¨® de un disparo en la frente a su esposa Encarnaci¨®n de 80 a?os, la cual padec¨ªa la enfermedad de Alzheimer en fase avanzada. Despu¨¦s, el hombre volvi¨® el arma contra si mismo y se suicid¨®. Un ejemplo l¨ªmite, pero real.
Tigges, a partir de los datos que le proporcionan sus propias investigaciones, deduce que la p¨¦rdida de calidad de vida de las personas se produce, fundamentalmente, por sentimientos de indefensi¨®n (p¨¦rdida de control), desesperanza (incapacidad para encontrar un motivo para seguir viviendo) e inutilidad (percepci¨®n de que nuestra vida no vale ni sirve para nada). Esta descripci¨®n constituye tal vez el vivo retrato de muchos ancianos o ancianas que pierden, f¨ªsica o mentalmente, a sus parejas.
Una llamada telef¨®nica, una breve visita, un apret¨®n de manos silencioso, una carta de condolencia, aunque sea corta, sobre todo si contiene alg¨²n peque?o detalle de recuerdo personal, pueden contribuir en alguna medida al soporte del familiar en duelo; en algunos casos, estoy convencido de ello, pueden hacer milagros. Ciertamente, estoy hablando de solidaridad y sensibilidad, pero tambi¨¦n de objetivos de salud. Desde el momento en que las investigaciones muestran que determinadas situaciones incrementan el riesgo de enfermedad, tratar de evitar, aunque sea parcialmente, estos efectos con acciones preventivas entra tambi¨¦n a formar parte de la responsabilidad de los profesionales sanitarios.
A medida que las peque?as poblaciones se han desarrollado y ha aumentado el n¨²mero de personas desconocidas de su entorno, los m¨¦dicos han dejado de asistir a los entierros o funerales de sus antiguos pacientes. Tras la muerte, el olvido. ?Ser¨ªa mucho pedirles que, ante cada muerte, tanto si ocurre en el domicilio como en el hospital, se planteen, por un momento, si en aquel caso concreto, est¨¢ en su mano hacer algo m¨¢s por el superviviente o supervivientes en duelo? ?Por qu¨¦ es tan dif¨ªcil tratar de valorar y ayudar a soportar la p¨¦rdida de otro ser humano con el que hemos compartido un tiempo y un espacio en el mismo mundo, antes de que se nos lleve a todos el viento de la historia?
No deja de resultar parad¨®jico que en el momento en que los investigadores empiezan a descubrir la importancia que tienen las relaciones interpersonales para la salud, es, precisamente, cuando su disponibilidad est¨¢ disminuyendo. ?De qu¨¦ sirve que aumente nuestra longevidad si estos a?os suplementarios que nos regala la poderosa tecnolog¨ªa m¨¦dica actual, los tenemos que vivir inmersos en un creciente aislamiento social, emocional y cognitivo?
Ramon Bay¨¦s es profesor em¨¦rito de la Universidad Aut¨®noma de Barcelona (ramon.bayes@uab.es)
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