"S¨®lo he vivido el a?o que cay¨® Sadam"
La violencia ha arruinado los mejores a?os de los j¨®venes iraqu¨ªes, cuyas alternativas son emigrar o unirse a las milicias
"Quiero vivir", resume Tarek cuando se le pregunta por sus aspiraciones. Tarek tiene 24 a?os, un buen trabajo y un salario que le permite darse alg¨²n que otro capricho. Pero es iraqu¨ª y su vida se ha visto limitada por la violencia. Como tantos otros j¨®venes de su generaci¨®n, ha perdido la esperanza y ya s¨®lo conf¨ªa en que su buen ingl¨¦s y los contactos logrados en su empleo le permitan empezar una vida fuera de aqu¨ª. La mayor¨ªa ni siquiera puede tener ese sue?o. Quienes no se unen a las fuerzas de seguridad o las milicias, hunden su frustraci¨®n en los videojuegos.
"Todo este asunto de la violencia sectaria me ha minado la fe", afirma un joven
"Quiero vivir", resume Tarek cuando se le pregunta por sus aspiraciones
"S¨®lo he vivido un a?o de mi vida; fue el a?o que cay¨® Sadam", conf¨ªa Tarek (nombre ficticio para proteger su identidad) con una sonrisa nost¨¢lgica. "Estaba en la universidad, a¨²n me faltaban un par de semestres para acabar la licenciatura en ingl¨¦s, pero encontr¨¦ a un periodista americano que buscaba traductor y con los 2.000 d¨®lares que gan¨¦ trabajando dos meses con ¨¦l me compr¨¦ un coche". Esa experiencia le permiti¨® encontrar enseguida un empleo en una compa?¨ªa extranjera. De repente, se abri¨® ante ¨¦l un mundo de posibilidades que nunca antes hab¨ªa imaginado.
"Sal¨ªa con mi novia y pod¨ªa llevarla a restaurantes que antes ni siquiera sab¨ªa que exist¨ªan. Fue una ¨¦poca estupenda. Incluso pens¨¦ en casarme", admite. Pero ahora se alegra de no haberlo hecho. "Imagina la responsabilidad y la angustia por la seguridad de los tuyos. Mis padres est¨¢n a salvo en el sur, pero yo vivo aqu¨ª y esta ciudad no es lugar para formar una familia".
Tarek trabaja y vive en la sede de la compa?¨ªa en Bagdad, en un complejo discreto, con vigilancia armada. Libra un d¨ªa a la semana y s¨®lo cada dos o tres meses se arriesga a hacer el viaje hasta Aziziya para ver a los suyos. "Aunque all¨ª la situaci¨®n est¨¢ tranquila, el trayecto es demasiado peligroso", se?ala. Nada m¨¢s una vez viaj¨® sin pensarlo. Fue hace poco m¨¢s de un a?o, cuando su hermano result¨® herido en el ¨²nico atentado que se ha producido en esa ciudad. "Afortunadamente, se recuper¨® sin problemas".
Esa vida recoleta le permiti¨® acabar su carrera a la vez que trabajaba. Pero su ocupaci¨®n le exige salir a la calle. Sabe que est¨¢ contratado para evitar ese riesgo a los empleados extranjeros de la compa?¨ªa. Es su contacto con el exterior. "En una ocasi¨®n tuve un mal presentimiento, arranqu¨¦ el coche y sal¨ª disparado", recuerda. Fue en Adhamiya, un barrio que se ha convertido en feudo de los radicales sun¨ªes. No ha vuelto. "Tampoco voy a ciertas zonas donde mi condici¨®n de chi¨ª puede causarme problemas. Para eso tenemos empleados chi¨ªes", explica sin esconder su incomodidad con el arreglo.
"A m¨ª todo este asunto de la violencia sectaria me ha minado la fe", admite. "Era una persona religiosa, pero lo que estoy viendo me da n¨¢useas. Habr¨ªa que prohibir las manifestaciones religiosas a la vista de las consecuencias que tienen", afirma bajando el tono de voz como si temiera que alguien en el lobby vac¨ªo del hotel pudiera escucharle. Luego se interesa por Costa Rica, donde est¨¢ la Universidad de la Paz de la ONU, en la que espera ser admitido el pr¨®ximo curso. "Han arruinado mis mejores a?os y no estoy dispuesto a que me arruinen el resto de la vida".
Su reflexi¨®n vale para el 61% de los iraqu¨ªes que tiene menos de 25 a?os. Al despedirnos, pasamos ante Ahmed, de 21 a?os, que a falta de conocer un idioma extranjero se gana la vida vigilando la entrada del hotel con un arma al cinto. Los vigilantes privados han proliferado tanto como las milicias. Ahmed sonr¨ªe sin pensar en el riesgo que corre. Abajo, en el s¨®tano, N¨¢ser, de 23 a?os, se ocupa del sistema inform¨¢tico y de que a los clientes (casi todos periodistas) no les falle Internet. Ambos duermen en el hotel. "Aunque fu¨¦ramos a casa, tampoco podr¨ªamos hacer mucho m¨¢s", se consuela el t¨¦cnico.
Se saben afortunados por tener un empleo. El paro alcanza al 50% de la poblaci¨®n. Husam, Muthanna y el resto de la pandilla de j¨®venes universitarios que fueron mis vecinos en Karrada pasan el d¨ªa durmiendo y las noches jugando en el ordenador. "Despu¨¦s de los atentados contra la universidad, prefiero que no vaya a clase", reconoce el padre de Husam, que incluso ha dejado de pedirle que busque trabajo. "Me conformo con saber que est¨¢ a salvo con alguno de los vecinos que conozco". A su hermana, Zeinab, ni siquiera la dejan salir de casa.
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