La mala vida
En memoria de Josep Maria Huertas Claver¨ªa
A la Transici¨®n de hace treinta a?os le est¨¢n saliendo las primeras canas y quiz¨¢ por eso ya son m¨²ltiples las perspectivas posibles para hablar de ella. Cuando era una ni?a delicada y admirable apenas nadie discut¨ªa nada y la versi¨®n era oficial e incuestionable; cuando fue adolescente le salieron algunos descalificadores m¨¢s interesados en su ruido propio que en argumentar sus descalificaciones (hablo de un mal libro con una idea central aprovechable, El precio de la transici¨®n, de Gregorio Mor¨¢n) y ahora que ya es mayor deber¨ªamos sentirnos con libertad para tratarla como una adulta porque lo es, porque como sujeto hist¨®rico ha desarrollado sus propios vicios y sus propias man¨ªas, porque el relato que la ha entregado ha heredado inercias indeseables y algunas de ellas directamente falsas. Los h¨¢bitos del lenguaje se pegan de mala manera a las cosas, incluidas las cosas hist¨®ricas, y acaban deform¨¢ndolas hasta que una nueva depuraci¨®n o una dieta severa vuelve a describirlas con m¨¢s exactitud.
Por lo visto, algunos estamos contando una versi¨®n de la Transici¨®n que no es la de toda la vida y tambi¨¦n aqu¨ª pecamos de revisionistas y maniqueos. Se pretende que es desleal con el esp¨ªritu de la Transici¨®n rechazar el ¨¢rea sem¨¢ntica que suele aludir a ella en t¨¦rminos de concordia y reconciliaci¨®n de los desastres de la guerra, o como el momento desde el cual ya no habr¨ªa m¨¢s vencedores ni vencidos. Pero si la Transici¨®n sigue cont¨¢ndose con ese lenguaje, la pregunta de emergencia es hist¨®rica: ?Y d¨®nde ha ido a parar la crueldad represiva del franquismo? ?No estaba en medio de la guerra de ayer y del presente de 1978? A la vista del abuso de la derecha hablando as¨ª de la Transici¨®n, todav¨ªa hoy, uno tiende a pensar que sali¨® tan rematadamente bien que entre todos nos hemos comido cuarenta a?os de dictadura franquista, de un tiempo hist¨®rico que machac¨® hasta la exasperaci¨®n que el franquismo fue la victoria de unos sobre otros, que la reconciliaci¨®n era plena y absolutamente inviable, que nada de lo que pudiera hacer sospechar que los vencidos ten¨ªan algo de raz¨®n pudiera ser de circulaci¨®n p¨²blica.
Pero adem¨¢s esa definici¨®n hace caso omiso de lo esencial en la transici¨®n pol¨ªtica: fabricar las garant¨ªas institucionales para abrir un sistema de participaci¨®n democr¨¢tica y libertades civiles que el propio franquismo, y no un mal hado o un aire malsano, hab¨ªa ignorado y combatido sin piedad hasta su mismo final. Si a esa etapa la llamamos Transici¨®n es precisamente porque designa el paso hacia un sistema democr¨¢tico desde una dictadura sin paliativos, una dictadura armada y criminal, con gestores, pol¨ªticos, administradores y jueces, pero sin partidos ni libertad de expresi¨®n ni de opini¨®n ni de reuni¨®n.
La Transici¨®n en versi¨®n reconciliadora oculta en el fondo la realidad del franquismo vivido como experiencia represiva y en la forma un prop¨®sito mucho peor: la neutralizaci¨®n de las responsabilidades, la equiparaci¨®n de culpas a la altura de 1975, 1976, 1977. Y esa sigue siendo una versi¨®n miope porque parece resignarse a dar por bueno el franquismo, como si hubiese sido apenas una mala costumbre m¨¢s de los espa?oles. Pero es al rev¨¦s: fue el franquismo el que tuvo que rectificar su posici¨®n equivocada porque era reo de culpa democr¨¢tica y fue ese sistema el que hab¨ªa ejercido una victoria revanchista con abuso estructural de poder en todos los ¨®rdenes civiles, pol¨ªticos e intelectuales. As¨ª que no hay precisamente una gran dosis de gratitud alguna debida al r¨¦gimen tras la muerte de Franco, como no fuese la comprensi¨®n tard¨ªa, lenta y hondamente reticente de la necesidad de crear un orden democr¨¢tico. Concordia y reconciliaci¨®n son, a lo sumo, los lemas para contar una transici¨®n cuando no era posible llamar a las cosas por su nombre, cuando necesit¨¢bamos muletas verbales para no decir lo que todos sab¨ªan y casi todos procuraron disimular con el fin de asegurar una base posible hacia la democracia: que al menos no fueran las palabras fuertes las que estropeasen un asunto tan complicado y no fuesen a excitar en exceso a los excitables militares golpistas de entonces. Veinte a?os despu¨¦s no cabe disimular que quien llevaba muy mala vida, necesitada de inmediata y urgente rectificaci¨®n, era la dictadura franquista. Tuvo la fortuna de contar con la buena fe y las ganas de paz de la oposici¨®n democr¨¢tica. Quien puso el perd¨®n y la indulgencia, quien actu¨® con magnanimidad fue quien pod¨ªa hacerlo: la oposici¨®n democr¨¢tica no ten¨ªa el poder pero ten¨ªa la raz¨®n frente a quienes segu¨ªan sosteniendo con su esfuerzo, con su buen hacer, con su profesionalidad un tinglado oxidado y democr¨¢ticamente inaceptable. Antepuso el perd¨®n y la reconciliaci¨®n a la verdad, y renunci¨® provisionalmente al recuento hist¨®rico y documentado de las actividades y responsabilidades de quienes formaron parte de aquel poder, de sus jueces, de su corrupci¨®n constitutiva.
Pero haber obviado entonces esas cuentas, como se hizo razonablemente, es muy distinto de negarlas o seguir fingiendo que no existieron y que Fraga no fue nunca franquista, como ¨¦l mismo dec¨ªa hace poco, sino un mero colaborador accidental. A la Transici¨®n conviene dejar de disfrazarla puerilmente de concordia y reconciliaci¨®n e ir identific¨¢ndola como lo que fue: la victoria trabajada y muy tard¨ªa contra una dictadura de origen fascista y mentalidad nacional-cat¨®lica, que fue saliendo de sus propias aberraciones con la ayuda de unos cuantos pol¨ªticos de casa y con el empuje sacrificado y valiente de una escasa oposici¨®n democr¨¢tica, marxista, democristiana, liberal o comunista. Esa oposici¨®n pas¨® de ser vencida y vejada por el franquismo a ser vencedora y cedi¨® parte de su raz¨®n para construir la base de garant¨ªas de la transici¨®n. Ser¨ªa alarmante descubrir ahora que aquella magnanimidad de las fuerzas de la oposici¨®n vali¨® por una inaceptable absoluci¨®n del franquismo. Que hayamos empezado a comprender las amargas patolog¨ªas de la sociedad franquista no significa exonerarla de sus responsabilidades ni, desde luego, de buena parte de su enfermo legado.
Jordi Gracia es profesor de Literatura Espa?ola en la UB y autor de Estado y cultura. El despertar de una conciencia cr¨ªtica bajo el franquismo.
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