?ltimos metros
La empresa Transportes Metropolitanos de Barcelona jubil¨® hace unos d¨ªas los ¨²ltimos convoyes de la serie 1000 que durante d¨¦cadas identificaron la l¨ªnea 5 (la azul) del metro. S¨®lo quedaban dos y, culminando el proceso de modernizaci¨®n, han sido sustituidos por unos trenes deslumbrantes que ya llevan dos a?os circulando y que tienen la caracter¨ªstica de comunicar los distintos vagones entre s¨ª, creando una novedosa sensaci¨®n de gusano en movimiento. Los modelos jubilados llevaban, como m¨ªnimo, 36 a?os de servicio. Lo s¨¦ porque la primera vez que sub¨ª al metro en Barcelona fue en uno de esos trenes de la serie 1000, un d¨ªa de julio de 1971. El recorrido fue Hospital Cl¨ªnico-Sagrada Familia. Los billetes eran distintos a los de hoy. Los vend¨ªa una taquillera humana, y eran un papelito rectangular, casi de fumar, que muchos nos peg¨¢bamos con saliva al labio inferior y, durante el trayecto, sopl¨¢bamos creando un efecto ventilador que cre¨ªamos divertido (otros, m¨¢s ordenados, los guardaban, debidamente plegados, debajo de la correa del reloj, por si pasaba un revisor al que, por cierto, nunca vimos). Los billetes actuales, expedidos por m¨¢quinas, son tan modernos que ni siquiera se llaman billetes, sino t¨ªtulos, autorizados por un concepto tan enf¨¢tico que casi da miedo: "Sistema tarifario integrado de la regi¨®n metropolitana de Barcelona".
Los nuevos trenes comunican los vagones entre s¨ª, creando una novedosa sensaci¨®n de gusano en movimiento
El otro d¨ªa, y para homenajear los convoyes jubilados, volv¨ª a hacer el mismo recorrido y comprob¨¦ de nuevo que todas las instalaciones del metro han mejorado. Los trenes siguen yendo igual de llenos, aunque entonces se notaba m¨¢s, probablemente porque ni los sistemas de ventilaci¨®n ni las costumbres higi¨¦nicas estaban tan evolucionados. El metro tampoco llegaba hasta Cornell¨¤ y no pasaba de Pubilla Casas, una estaci¨®n que estaba asociada a la legendaria (y exagerada) presencia de peligrosas bandas de gamberros. La vida subterr¨¢nea de principios de los setenta era m¨¢s previsible que la actual. Igual que hoy, hab¨ªa pedig¨¹e?os y carteristas, pero en menor proporci¨®n, y los anuncios que decoraban el interior de los trenes eran de polvos contra el olor a pies y otras sustancias relativamente glamourosas. Hoy, en cambio, los andenes disponen de m¨¢quinas con refrescos o comida e incluso de una superpantalla que, entre las dos v¨ªas de la estaci¨®n Sagrada Familia, entretiene al personal con la programaci¨®n del Canal Metro BCN. La parrilla no pasar¨¢ a la historia, y es probable que el espectador se pregunte por qu¨¦ se anuncian tantos los actos que se celebran en el Espacio Movistar del F¨®rum.
La prueba de que casi nada de lo que acaba ocurriendo puede preverse con antelaci¨®n es que si en 1971 nos hubieran dicho que Barcelona acabar¨ªa apostando por el nomencl¨¢tor patrocinado, nos habr¨ªamos llevado las manos a la cabeza. Hoy nos parece de lo m¨¢s normal que un latifundio del F¨®rum inicie el camino del patrocinio territorial a trav¨¦s de una marca de telefon¨ªa. Puestos a imaginar cosas improbables, no hay que descartar que, en el futuro, y por razones exclusivamente econ¨®micas, las estaciones acaben llevando nombre de marcas m¨¢s o menos prestigiosas, para que la mec¨¢nica megafon¨ªa de los trenes pueda repetir: "Pr¨°xima estaci¨® Burger King, correspond¨¨ncia amb l¨ªnia Nike".
A diferencia de lo que ocurre en otros metros del mundo, el de Barcelona no es famoso por la presencia de extra?as tribus noct¨¢mbulas como las que protagonizaban la pel¨ªcula Subway. Todo se andar¨¢, y en las noches de los fines de semana ya se han observado algunos movimientos detectados por la videovigilancia. En las paredes no aparecen demasiados mensajes revolucionarios, de esos sobre los que Paul Simon escribi¨®: "Las palabras del profeta est¨¢n escritas en las paredes del metro". Las paredes actuales son pura profec¨ªa publicitaria ocupada por marcas de sidra irlandesa o un anuncio de L'Aqu¨¤rium en el que se lee: "Si no has estat aqu¨ª no has estat a Barcelona", situado junto a otro ejemplo de propaganda, en este caso municipal, que anima a la poblaci¨®n a recuperar los espacios p¨²blicos. Me subo a otro tren supermoderno, con gigantescos convoyes en los que, seg¨²n figura en la ficha t¨¦cnica, caben 169 personas de pie y 24 sentadas. Estrat¨¦gicamente situado en una de las paredes, hay un extintor protegido por la inscripci¨®n "En caso de incendio, golpear y quitar el pl¨¢stico", (un lema que un amigo m¨ªo considera el m¨¢s noble de los epitafios: ha prometido incluirlo en su testamento como una de sus ¨²ltimas voluntades). ?Cu¨¢nto durar¨¢n estos convoyes? ?Tanto como los viejos o llegar¨¢n otros que los obligar¨¢n a jubilarse? El metro se va llenando. Suenan m¨®viles y auriculares musicales y la gente arrastra la misma cara de cansancio que identifica este medio de transporte. En cada parada se vuelve a producir el duelo entre los que desean salir y los que intentan entrar, pese a que, tanto en el modelo 1000 jubilado como en el nuevo, hay una inscripci¨®n filos¨®fica y f¨ªsicamente inequ¨ªvoca: "Dejen salir antes de entrar".
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