Nosotros, los europeos
Ni Jean Monnet, ni ninguno de los padres fundadores de Europa pod¨ªan llegar a so?ar con lo que hoy tenemos. Al firmar hace 50 a?os el Tratado de Roma, los seis pa¨ªses comprometidos en la creaci¨®n de aquel mercado com¨²n pensaban s¨®lo, y ya era entonces mucho, en crear un espacio comercial y econ¨®mico. A la vista de lo alcanzado, hemos llegado mucho m¨¢s lejos de lo que marcaban entonces sus ambiciones.
El proceso ha sido muy dif¨ªcil, sembrado de conflictos y de compromisos entre posiciones encontradas. La Uni¨®n Europea se ha hecho de crisis en crisis, hasta la misma par¨¢lisis actual, surgida del descarrilamiento de la Constituci¨®n en los referendos franc¨¦s y holand¨¦s. Pero hoy podemos decir con orgullo "Nosotros, los europeos", con sentido de pertenencia e identificaci¨®n y preservando a la vez nuestra rica diversidad. Es un recorrido que ha supuesto que el Viejo Continente, por primera vez en su larga historia, se unificara en paz, compartiendo soberan¨ªa, y no por la imposici¨®n de las armas.
Son de lamentar las diferencias sobre el camino a seguir a partir de ahora, hasta el punto de que la declaraci¨®n que hoy saldr¨¢ de la cumbre en Berl¨ªn no ser¨¢ suscrita por los 27 socios, sino por las presidencias de las tres instituciones (Consejo, Comisi¨®n y Parlamento) ante la oposici¨®n de checos y polacos. Saldr¨¢ adem¨¢s descafeinada y sin las palabras solemnes propuestas por la presidencia alemana de turno, "Nosotros, los pueblos europeos", porque sonaban demasiado constitucional y federal. Lamentablemente, a la declaraci¨®n de Berl¨ªn le faltar¨¢ el mismo calor y entusiasmo que nos falta ahora mismo a los europeos. Se recoger¨¢n trayectorias y valores comunes, pero se obviar¨¢ la palabra "Constituci¨®n", pues incomoda a brit¨¢nicos, polacos y holandeses, y porque se est¨¢ imponiendo la idea de que el Tratado Constitucional no podr¨¢ ser rescatado como tal, por lo que hay que salvar de ¨¦l todo lo que se pueda.
Todos sin excepci¨®n se han beneficiado de esta aventura com¨²n que ha creado la mayor ¨¢rea de prosperidad y democracia del mundo, sin que ninguno de sus socios perdiera por ello su identidad en la integraci¨®n, sino, por el contrario, a?adiendo una nueva y m¨¢s rica dimensi¨®n. ?ste ha sido desde luego el caso de Espa?a, que adem¨¢s ha sabido impulsar y utilizar la pol¨ªtica de solidaridad interna. La UE es una construcci¨®n incompleta, pero pr¨¢ctica y eficaz, en el derecho y en las "solidaridades de hecho". Atr¨¢s quedan las veleidades coloniales o belicistas. Europa es hoy un modelo de sociedad, de valores y de integraci¨®n. No un polo de fuerza que d¨¦ miedo a nadie, sino de paz, prosperidad y estabilidad, presente en operaciones de paz en los Balcanes, en Palestina y en Congo, o bajo otras banderas en Afganist¨¢n y L¨ªbano, algo imposible hace tan s¨®lo 10 a?os.
Uno de los mayores ¨¦xitos de la UE ha sido el proceso de ampliaci¨®n, acompa?ado siempre de m¨¢s integraci¨®n. Menos esta vez, tras el ingreso de 12 nuevos miembros, 10 de los cuales hab¨ªan quedado atrapados durante m¨¢s de 40 a?os al otro lado del tel¨®n de acero. Algunos de ellos han llegado cargados de euroescepticismo y deseos de preservar una caduca soberan¨ªa reci¨¦n recuperada. Cambiar¨¢n y necesitar¨¢n ayuda para hacerlo. O de otro modo quedar¨¢n descolgados de los que querr¨¢n avanzar m¨¢s en un Europa de varias velocidades.
Haciendo de la necesidad virtud, puede que incluso esta pausa obligada en la integraci¨®n sirva para recuperar las ra¨ªces. Los m¨¢s j¨®venes que han nacido ya europeos pueden considerar la UE como algo natural, y ya dado. No ha sido as¨ª. Es una maravillosa invenci¨®n pol¨ªtica, que vale la pena seguir construyendo.
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