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Se ha celebrado hace poco en Catalu?a el 75? aniversario del Institut-Escola, un proyecto pedag¨®gico que, como tantos proyectos, naci¨® con la Rep¨²blica y muri¨® con ella. En el Institut-Escola no hab¨ªa libros de texto, no se daban notas, no se impon¨ªan castigos. La disciplina y el rendimiento eran responsabilidad de cada alumno en particular y del compromiso de todos en el proyecto com¨²n.
Este recordatorio coincide, m¨¢s o menos, con una medida pedag¨®gica de la m¨¢xima trascendencia: la abolici¨®n del cero en las notas escolares. A partir de ahora, nadie podr¨¢ decir con verg¨¹enza o con orgullo, seg¨²n los casos, que le han puesto un rosco. Para fundamentar esta medida, dos razones espec¨ªficas. Primera, nadie puede hacer algo tan rematadamente mal como para merecer un cero, que es, como el infinito, una abstracci¨®n. Segunda, el que recibe un cero se traumatiza, quiz¨¢ de por vida. Con lo segundo no estoy de acuerdo: en mi incoherente curr¨ªculo no faltan algunos ceros, y no estoy peor que otros que obtuvieron mejores calificaciones. Lo que s¨ª traumatiza es un cuatro coma siete. Pensar que unas d¨¦cimas separan el ser del no ser induce al crimen. En cambio contra el cero, como contra el destino, nadie la talla. En cuanto a merecerlo, cualquier profesor sabe que en ocasiones un cero es casi ben¨¦volo.
La raz¨®n profunda es m¨¢s grave: huir de una educaci¨®n competitiva que inevitablemente deriva en elitista: sobrevive el que vale; el que no, se va al fondo. Error conceptual, porque la educaci¨®n no ha de ser elitista, pero su raz¨®n de ser es formar ¨¦lites, en todos los campos y a diversos niveles, porque si no, las forman las armas, la religi¨®n o el dinero, y es peor. Y formar ¨¦lites no se consigue poniendo un uno a unos ni?os que luego reciben palizas en los patios, drogas en el v¨¢ter y toqueteos en la sacrist¨ªa.
El Institut-Escola es un desider¨¢tum, un ideal, pero no un modelo. En la pr¨¢ctica, es un experimento que s¨®lo puede funcionar a muy peque?a escala, un restaurante con cuatro mesas. Tratar de universalizar este ideal en una sociedad compleja, inestable, peligrosa y dura, puede llevar, en el mejor de los casos, a nada, y en el peor, a utop¨ªas a?ejas, que en el juicio de la historia han merecido el consabido cero.
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