Dejen a las palabras en paz
Al parecer, una denominada Escuela de Escritores ha tomado la pintoresca iniciativa de que los pol¨ªticos, escritores, periodistas o simples internautas que lo deseen puedan "apadrinar" una palabra que, supuestamente, se halle "en peligro de extinci¨®n". Es una solemne memez m¨¢s, de las muchas que genera la extra?a tendencia que los miembros de aquellos "colectivos" padecen a autoinculparse por los presuntos "males" del idioma. El l¨¦xico del nuestro, contra lo que dicta el t¨®pico a una legi¨®n de contritos opinantes, no se empobrece, sencillamente evoluciona, y aun se hace acumulativamente m¨¢s denso en quienes lo emplean con conocimiento y tino.
Anta?o los pol¨ªticos se fotografiaban depositando una generosa limosna para los negritos del Domund. Me lo han recordado algunos de sus descarriados comentarios de ahora sobre sus respectivas "ahijadas". Uno dice que biso?¨¦ (galicismo, por cierto, de inaveriguado origen) tiene una "muy espa?ola ?", con patrioterismo gr¨¢fico que ya estomaga. A otro le parece que avatares es vocablo que "est¨¢ cayendo en desuso" (pero eso depende de a qui¨¦n lea uno, y con qui¨¦n hable), y que hay que salvarlo por su "sonoridad" (?), siendo as¨ª que "suena" como tant¨ªsimos otros, vivos o moribundos. A un portavoz que nos tortura a diario con injustificadas sonrisitas resulta que anteojo tambi¨¦n le "divierte mucho". El presidente del Gobierno se encari?¨® con una voz o¨ªda en su Le¨®n natal, andancio, "enfermedad epid¨¦mica leve". Quiso lucirse, pero sus asesores le proporcionaron una documentaci¨®n pobre, y chapuceramente allegada. Creyeron ver en la p¨¢gina web de la Academia Espa?ola que ese vocablo entr¨® en el diccionario en 1952, cuando en realidad lo hizo en 1925 (es que en 1952, por lo dem¨¢s, la Academia no public¨® diccionario alguno).
De la misma fuente extrajeron que la palabra iba marcada como propia de Cuba, Le¨®n y Salamanca, omitiendo el dato, m¨¢s importante, de que en 1956 la Academia prescindi¨® de cualquier localizaci¨®n geogr¨¢fica. El presidente eligi¨® "esta palabra en desuso" -en rigor no lo est¨¢; pregunten, por ejemplo, a muchos monta?eses- "porque es leonesa y aparece en novelas como Volvoreta, de Wenceslao Fern¨¢ndez Fl¨®rez [gallego, por m¨¢s se?as], o Retratos de ambig¨², de Juan Pedro Aparicio". Son datos que tambi¨¦n proceden de los corpus textuales de la propia Academia. Cuyo extinto Diccionario hist¨®rico les habr¨ªa brindado mucho m¨¢s rica informaci¨®n: andancio se documenta por vez primera en un repertorio cubano de 1849, y despu¨¦s aparece registrada en numerosas partes de Espa?a (Le¨®n, Salamanca, Extremadura, Cantabria, ?vila, Palencia, Burgos, Toledo, Canarias...), lo que justificar¨ªa que la Academia renunciara a aquella inicial localizaci¨®n. Ese mismo diccionario -que si estuviera completo ser¨ªa tan de inexcusable consulta como lo es el de Oxford para cualquier anglohablante de regular cultura- ofrece textos de Luis Maldonado, Concha Espina, Unamuno o Delibes.
La orfandad y el desvalimiento son nuestros, no de las palabras. Que las dejen en paz.
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