"Nos trataron como alima?as"
La nieta de Casares Quiroga regresa a A Coru?a
El que fue domicilio familiar de Santiago Casares Quiroga en la calle coru?esa de Panaderas abre hoy sus puertas como museo, promovido por el Ayuntamiento. La casa, como el resto del patrimonio del que era presidente de la II Rep¨²blica en 1936, fue expoliada por los sublevados. Es de lo poco que podr¨ªa recuperar su leg¨ªtima heredera, Esther Varela Casares, nieta y ¨²nica descendiente directa del pol¨ªtico gallego muerto en el exilio en 1950.
Esther, una mujer vivaracha de 75 a?os que reside en M¨¦xico y que hasta ahora ha optado por el silencio y la reserva, se considera sin embargo compensada con la reivindicaci¨®n de la memoria de su abuelo. "No espero que nadie devuelva lo que no se reconoce que hay que devolver", dice intentando evitar el verbo robar.
"Durante mucho tiempo cre¨ª que era mentira que mi padre estaba vivo"
Al contrario que su t¨ªa Vitola (la actriz francesa Mar¨ªa Casares), Esther Varela no ha conservado el acento gallego, pero s¨ª la iron¨ªa. "El trato que ten¨ªamos en Coru?a era magn¨ªfico. Todos nos hu¨ªan, nadie nos respetaba y nadie nos hablaba". Hija de Esther Casares, la mayor de las dos hermanas, y del capit¨¢n de caballer¨ªa Enrique Varela, secretario de su suegro y escolta de Manuel Aza?a, en julio de 1936 Esther Varela ten¨ªa cuatro a?os y era una feliz ni?a burguesa. Con el alzamiento faccioso, pas¨® a ser primero pr¨¢cticamente una hu¨¦rfana, con su padre exiliado y su madre encarcelada, y despu¨¦s una apestada social.
En el dintel del portal del piso de sus familiares en el que reside estos d¨ªas figura todav¨ªa la placa con el emblema falangista del yugo y las flechas que identificaba a las viviendas sociales. "No he conseguido que lo quiten", sonr¨ªe. Al menos no vive en la avenida Primo de Rivera o en la calle General Mola. Viene de visitar la casa de la calle Panaderas, de la que no tiene recuerdos propios, "porque creo que la ¨²ltima vez que la pis¨¦ deb¨ªa de tener tres a?os". Pero ha reconocido partes gracias a los recuerdos inducidos. "Hay partes originales y otras reconstruidas en las que hicieron una obra estupenda. Se aprecia donde hubo tabiques, y donde estaban habitaciones como el cuarto de m¨²sica de mi madre, su dormitorio, la biblioteca y detr¨¢s el cuarto de mi abuelo y de mi madrina. Tambi¨¦n el piso alto que hicieron para que se desahogara Vitola, que siempre fue un lindo coraz¨®n y una bohemia estupenda".
Los recuerdos propios que s¨ª tiene son los de primero una ni?a, y despu¨¦s una adolescente, que acompa?aba a su madre -una mujer sin militancia pol¨ªtica, pero hija y esposa de republicanos liberales- las dos veces al d¨ªa en que ten¨ªa que presentarse en la Capitan¨ªa Militar. Tambi¨¦n los del desprecio de ser la nieta del ogro, el pol¨ªtico execrado hasta el punto de ser borrada su inscripci¨®n en el registro civil de la ciudad. En sus memorias, Mar¨ªa Casares cuenta que, aclamado por la multitud, su padre le confi¨®: "Los que ahora nos vitorean, ma?ana nos tirar¨¢n naranjas". "Lo de las naranjas era una versi¨®n de ni?a peque?a, lo que recordaba mi madre eran: 'nos tirar¨¢n bostas'", matiza Esther Varela. "En una ciudad m¨¢s grande, seguramente la situaci¨®n no hubiese sido tan cruel".
Esa situaci¨®n dur¨® 19 a?os. Hasta 1955, cuando ten¨ªa 23 a?os, no les fue perdonado el delito de ser la hija y la nieta de Santiago Casares, y les permitieron reunirse en M¨¦xico con su esposo y padre. "Durante mucho tiempo, cre¨ª que era mentira que mi padre estaba vivo, porque sab¨ªa el caso de un pariente que muri¨® y tuvieron enga?ada a su madre, escribi¨¦ndole cartas falsas", recuerda Esther. No volvi¨® hasta 1973, "porque quer¨ªa", dice, " que conociese esto mi hijo, que ten¨ªa 15 a?os, una edad en que todav¨ªa se es sensible a algunas cosas. A¨²n viv¨ªa Franco y hubo gente que me reproch¨® que volviese".
Ni entonces ni ahora se ha encontrado con nadie de aquellos los hab¨ªan tratado "como las alima?as que dec¨ªan que ¨¦ramos". "Sab¨ªa quienes eran, conoc¨ªa sus nombres, pero no sus caras. Yo caminaba con la frente alta, no miraba a nadie. Era absurdo mirar a gente para la que no exist¨ªas".
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