Presiosa
Pero qu¨¦ presiosa es la Semana Santa en Espa?a. No la hay igual en ning¨²n otro pa¨ªs del mundo. En unos, porque la poblaci¨®n es materialista, ya no cree en ning¨²n valor y no est¨¢ dispuesta a celebrar la traici¨®n, prendimiento, vituperaci¨®n, escarnio, sufrimiento, flagelaci¨®n, coronamiento de espinas, humillaci¨®n y crucifixi¨®n del Cristo, ni el lanzazo final que le asest¨® un romano sin alma al que en una pel¨ªcula interpret¨® nada menos que John Wayne. En otros, porque carecen de nuestra imaginaci¨®n, que nos lleva a hacer lo mismo un a?o tras otro, s¨ª, pero con cada vez mayores aparato y fervor. Nos echamos a las calles y las invadimos con multitud de procesiones lent¨ªsimas, en Madrid suele haber unas quince en tan s¨®lo cinco o seis d¨ªas, casi todas por el mism¨ªsimo centro de la capital, para que los turistas se enteren y nos envidien, y cuenten en sus lugares de origen el portento que han contemplado con estupefacci¨®n. Y en Sevilla, bueno, all¨ª se produce una especie de levitaci¨®n colectiva, toda actividad mundana queda interrumpida, la ciudad entera se colapsa con el reiterado paso de la Reina Virgen y del Cristo Dios Hijo Redentor en efigie, y el que no quiera participar y venerarlos, que se largue, faltar¨ªa m¨¢s, porque esto es muy nuestro y est¨¢ por encima de cualquier derecho. Hay algunos que quieren transitar; otros, poder dormir. Todos ego¨ªstas. ?C¨®mo se puede descansar mientras el Cachorro Divino est¨¢ padeciendo? Eso es no tener coraz¨®n, ni dolor, ni piedad.
Luego hay que ver la alegr¨ªa que recorre toda Espa?a, que se llena de encapuchados joviales con unos cirios presiosos, vestidos de morado rabioso o de negro pur¨ªsimo, con los ojos brill¨¢ndoles de devoci¨®n a trav¨¦s de los agujericos para mirar y no tropezarse, y muchos de ellos tocando el tambor y unas trompetas divinas, interpretando unas tonadillas contagiosas que elevan el ¨¢nimo y le quitan a uno cualquier factor de depresi¨®n. Siete d¨ªas oyendo ese prodigio de m¨²sica que trae ligereza y recogimiento al esp¨ªritu, uno ve la vida con positividad, porque al Hijo Redentor nos lo est¨¢n martirizando y nos va a salvar para los restos. Y qu¨¦ estremecimiento de purificaci¨®n al ver a los penitentes descalzos que se dan de zurriagazos con unas cuerdas de primera. Y tambi¨¦n suenan las saetas, que ya no se cantan s¨®lo en Andaluc¨ªa sino por doquier, por aquello de la globalizaci¨®n y de que todos tenemos derecho a todo, a chirigotas en Logro?o y a sanfermines en Ja¨¦n, a sanisidros en Mallorca, a Feria de Abril en Bilbao y a fallas en Valladolid. Una mujer sale a un balc¨®n y, en medio de la reverencia general, entona una melod¨ªa sentida que atruena el espacio, un quejido que nos rasga las vestiduras, un inspirado lamento que nos subyuga la carne, no se entiende nada de lo que dice pero eso da igual, porque es tanto el poder¨ªo que ni falta hace entender. Son presios¨ªsimas, las saetas, que se deben de llamar as¨ª porque entran como una flecha en el coraz¨®n ya dolido de por s¨ª.
Luego est¨¢n las damas de alta alcurnia que van en cabeza de las procesiones. Todas de negro negr¨¦rrimo, como de uniforme, con sus peinetas y atav¨ªos que les dan mucha dignidad, todas avanzan pasito a paso, ocupando la calzada de una a otra acera para que nadie cruce y los coches se aparten por una vez, as¨ª sea uno de bomberos o una ambulancia los que se empe?en en pasar: el padecimiento del Cachorro est¨¢ por encima de cualquier avatar, porque en la Semana Santa no importa la salvaci¨®n del cuerpo, sino la del alma, y a los cuerpos que les den. Todas esas damas son una alegr¨ªa para los ojos: altas y bajas, gordas y flacas, se?oras mayores de cualquier edad, severas, livianas, enjutas, carnosas, tanto da, todas con tron¨ªo y con duende, con much¨ªsimo arte y fe y marcialidad.
Y qu¨¦ decir de los alcaldes, de los curas rasos y sobre todo de los obispos, que van engalanados hasta el tup¨¦, con sus fajas y sus bonetes escarlata o morados, que ciegan la vista por la belleza de su conjunci¨®n. Esos pobres obispos que los dem¨¢s d¨ªas del a?o no hacen sino batallar contra la tiran¨ªa del relativismo, denunciando la promiscuidad a la que nos conduce un Gobierno laicista y sucio, exigiendo que en Espa?a ya no haya divorcio, defendiendo a la familia contra el homosexualismo agresivo y contaminador, menos mal que cuentan con su emisora de radio, que todas las ma?anas nos hace tiritar de furor e indignaci¨®n, y con el apoyo de los preternaturales gemelos Kaczynski, esos Cosme y Dami¨¢n o Justa y Rufina polacos que van a lograr que en toda Europa se sea heterosexual sin cond¨®n. Pero en la Semana Santa los obispos se ense?orean, y descansan de su desigual contienda, y, siempre contra la cultura de la muerte de nuestra sociedad, se mezclan con la gente llana para festejar la muerte de Nuestro Se?or. Van en las procesiones como uno m¨¢s, y as¨ª les dan rango y jerarqu¨ªa y notoriedad. Hay que ver lo presiosa que es la Semana Santa en Espa?a. Hay que loarla y alabarla sin cesar, per saecula saeculorum. Y hay que ver lo presioso que es el lat¨ªn en religi¨®n, no s¨¦ por qu¨¦ nos los quit¨® aquel Papa gordo del que ya nadie se acuerda, Juan XXIII, al que no se entiende qu¨¦ le dio.
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