?Son ni?os, est¨²pida!
LA NATURALEZA ES sabia. S¨¦ que es un t¨®pico, s¨¦ que con ello le doy la raz¨®n a Vicente Verd¨², que considera al columnista un cazador de t¨®picos. Lo s¨¦, pero no puedo evitarlo. La culpa es de la misma vida que, aparte de ser una t¨®mbola, es un t¨®pico en s¨ª. La vida es corta. Otro t¨®pico que jur¨¦ que jam¨¢s dir¨ªa. Actualmente, si no lo digo reviento. Un t¨®pico es como un suspiro, alivia. La naturaleza es sabia, repito. La naturaleza se las apa?¨®, por ejemplo, para que las hembras humanas tuvieran un embarazo largo y, por regla general, de un solo cachorro. Dada la particularidad de los humanos de andar erguidos parir un cachorro se convirti¨® en algo tremendamente dif¨ªcil; el sitio por el que salen es muy peque?o. Pero todos esos impedimentos parecen subrayar que la llegada de un cachorro al mundo es un acontecimiento, un hecho que marca la vida de una mujer y, a menudo (no siempre), del var¨®n. Para colmo, el cachorro humano es torpe e indefenso, su aprendizaje es continuo pero lento comparado con el de los cachorros de otras especies. Esto provoca que la madre est¨¦ entregada a ¨¦l en cuerpo y alma. El cachorro observa a la madre y la madre al cachorro. Desde el primer d¨ªa los dos se aplican al mutuo conocimiento. Todos sabemos que la madre presume de ese cachorro tonto que s¨®lo tiene tres d¨ªas como si fuera un ser adornado con todo tipo de peculiaridades; pensamos que la madre habla en esos t¨¦rminos porque est¨¢ ciega de amor, pero no est¨¢ tan ciega: la madre ve muy pronto qu¨¦ clase de persona ha tra¨ªdo al mundo. La madre sabe cu¨¢ndo ha tenido un Pepi?o y cu¨¢ndo ha tenido un Zaplana. En ese mutua fascinaci¨®n interviene algo que distingue al cachorro humano de todos los dem¨¢s cachorros: el blanco de los ojos. Ninguna otra especie lo tiene tan marcado. Ese blanco permitir¨¢ enseguida al cachorro saber d¨®nde mira su madre y empezar¨¢ a adivinar sus intenciones. Todas esos espectaculares progresos cerebrales ocurrir¨¢n mientras se hace caca encima y tiene que ser alimentado. Por razones largas de contar recib¨ª una llamada de una psic¨®loga de Harvard. No porque yo sea un caso a estudiar (que tambi¨¦n) sino porque quer¨ªa hacerme una entrevista de campo para un trabajo sobre lo que los americanos llaman el s¨ªndrome del "nido vac¨ªo": el trauma que supone la marcha de los hijos de casa, normalmente a los diecisiete a?os. Una separaci¨®n que suele ser definitiva. Despu¨¦s de la entrevista, la psic¨®loga concluy¨®: usted no tiene s¨ªndrome. Yo conclu¨ª: mi pa¨ªs no tiene s¨ªndrome, se?ora m¨ªa, nuestros hijos son para siempre (nuestros padres tambi¨¦n). En fin, ah¨ª estar¨¦ eternamente, impresa en un estudio hardvariano de mujeres americanas traumatizadas. Yo como excepci¨®n, como mujer sin s¨ªndrome.
El proceso hasta que el peque?o cachorro est¨¢ en nuestros brazos es largo tanto si el beb¨¦ es biol¨®gico como si es adoptado. Las madres de un cachorro adoptado pasan un embarazo dif¨ªcil, a menudo m¨¢s pesado de sobrellevar que el biol¨®gico, porque est¨¢ lleno de incertidumbres. A la mam¨¢ y al pap¨¢ adoptivos se les re¨²ne en salas en las que expertos de diversa ¨ªndole intentan convencerles de que adoptar es un error: para empezar, no se puede esquilmar de beb¨¦s el tercer mundo, para terminar, los beb¨¦s vendr¨¢n con un mont¨®n de problemas, a veces f¨ªsicos y a veces psicol¨®gicos. Los futuros padres adoptivos salen de esas reuniones como si les hubieran dado una paliza muy grande, sin querer mirarse a los ojos, porque si se miran pueden ver el des¨¢nimo en la mirada del otro, y no quieren, quieren conseguir como sea lo que la naturaleza (que a veces no es tan sabia) se ha negado a darles. Los expertos les dicen que no se debe adoptar por querer hacer una obra de caridad, tampoco por el simple hecho de ser est¨¦riles ni para paliar la soledad o luchar contra la frustraci¨®n... Los aspirantes a adopci¨®n a veces se miran unos a otros y se preguntan en silencio: entonces, ?cu¨¢l es la respuesta correcta, por qu¨¦ adoptamos? La respuesta es tan simple como dif¨ªcil de explicar: pues porque se quiere tener un hijo. Los aspirantes a adopci¨®n viajan en grupos a China, a Etiop¨ªa, a Rusia y se traen criaturas de pelo ralo, malnutridas y serias (una peque?a gran vanidad: a veces los padres llegan de China y llaman a la chinilla Elvira Lin, entonces, quien esto escribe, da patadas en los charcos de alegr¨ªa). Al a?o de ese viaje, los padres adoptivos ense?an las dos fotos de la criatura, la que le hicieron cuando la entrega y la de ahora, la del ni?o sano y sonriente que es el resultado de la comida y los besos. Pero volvamos a los t¨®picos: uno da todo por los hijos. ?Por eso precisamente no se tienen de cinco en cinco! Hace poco, el entrevistador americano Bill Maher le preguntaba a Mia Farrow: "?Qu¨¦ le parece la carrera de adopciones que lleva Angelina Jolie?", Mia Farrow, con sus ojos de loca, contest¨®: "Mientras no llegue a los doce que yo tengo no me sentir¨¦ en competencia". Y es que hay una nueva modalidad en esto de la maternidad. La modalidad de la famosa-solidaria, esa mujer que aterriza en Malawi, Vietnam o Etiop¨ªa en un jet privado, baja por la escalerilla vestida de camuflaje y sube de vuelta con un cachorro. Al poco tiempo aterrizar¨¢ en otro pa¨ªs distinto y as¨ª se ir¨¢ haciendo con un oriental, un negrito y un nubio. No s¨¦ sabe c¨®mo les da el d¨ªa para tanto cachorro (a no ser que se tengan cinco latinoamericanas de servicio). Es una especie de nuevo coleccionismo: ?Pero son ni?os, est¨²pida!
(Perd¨®n por el t¨ªtulo, pero es que cada dos meses se publica un art¨ªculo con esa muletilla. No quer¨ªa ser menos).
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