La memoria de Gernika
La casa hab¨ªa desaparecido. Y en ella, fotos quemadas, el abrigo marr¨®n estrenado en Semana Santa, la m¨¢quina de coser de la madre, las canicas? y una moneda de oro que el padre hab¨ªa escondido bajo la pata de la mesa. Todo aquello con lo que Ricardo Arrien hab¨ªa crecido, se lo hab¨ªa llevado el fuego. Con 10 a?os se encontraba de nuevo ante al principio; ahora, marcado por la experiencia temprana de la muerte y la destrucci¨®n. Logr¨® salvar una foto del ni?o que hab¨ªa sido antes de que el bombardeo del 26 de abril de 1937 en Gernika se lo quitara todo. Ricardo no fue el ¨²nico en vivir esta tragedia.
Eran las 16.40. Para los que no ten¨ªan reloj, las 15.40: a¨²n no hab¨ªan hecho el tradicional cambio de horario de primavera. Hac¨ªa d¨ªas que Luis Iriondo no acud¨ªa al instituto, cerrado por la guerra y convertido en cuartel. Sin clases y con 14 a?os, el joven pasaba el tiempo con su amigo Julio Ben¨ªtez, a cargo de un estudio de fotograf¨ªa. All¨ª aprend¨ªan a tomar y revelar im¨¢genes. Una de ellas, su primer retrato, lo llevaba Iriondo consigo, en la cartera.
Todo con lo que Ricardo Arrien hab¨ªa crecido se lo hab¨ªa llevado para siempre el fuego
"Recopilo im¨¢genes de aquel tiempo porque durante muchas d¨¦cadas se nos borr¨® todo"
Harta de los devaneos fotogr¨¢ficos del hijo, la madre le busc¨® un puesto de mozo en el Banco de Bilbao, donde el joven se encontraba en el instante en que repicaron las campanas que anunciaban el bombardeo. Fue el director de la sucursal de Lekeitio quien le pidi¨® a Iriondo que le acompa?ara a un refugio. Juntos atravesaron la feria de ganado, subieron las escaleras, y cuando llegaron a la plaza del mercado sonaron las primeras bombas. Lejanas, al principio. Pero la gente que estaba comprando empez¨® a correr y empuj¨® al chaval al refugio. "A los tres minutos, ya no pod¨ªamos respirar. ?ramos tantos y aquello era tan peque?o, sin ventilaci¨®n, ni luz? Morir enterrado vivo me aterraba", cuenta hoy en el mismo lugar donde entonces la gente lleg¨® hasta a chupar las paredes h¨²medas para retener algo de l¨ªquido. Esa cavidad es ahora parte de un ba?o en un centro para personas mayores.
A los cinco minutos, el primer bombardeo ces¨®. "Salimos, y no hab¨ªamos dado ni dos pasos cuando se volvieron a escuchar las campanas. Lo hab¨ªa pasado tan mal que decid¨ª quedarme en la entrada". O¨ªa los aviones, las explosiones m¨¢s y m¨¢s cerca? "Me acordaba de mi amigo Cipriano Arrien, que estaba en un lugar del bosque desde donde se divisaba el pueblo. Pens¨¦: ?joer, lo estar¨¢ viendo todo y yo no podr¨¦ contarle ma?ana ni c¨®mo son los aviones!", comenta ahora Iriondo. Apostado contra un miliciano que no abri¨® la boca en las tres horas que duraron las detonaciones, el joven trat¨® de rezar, interrumpido por las bombas.
A las 19.45 lleg¨®, por fin, el silencio. Iriondo sali¨® del escondrijo y corri¨® al lugar donde se guarec¨ªa su colega Cipriano: lo encontr¨® muerto. "Y yo que lo hab¨ªa estado envidiando?", reflexiona ahora. Se subi¨® a la ladera de la monta?a y vio c¨®mo su casa, en el centro del pueblo, se hund¨ªa. Nada. Se qued¨® sin nada. Sin ropa, sin comida, sin morada. De su pasado conserva s¨®lo la fotograf¨ªa que ¨¦l mismo revel¨®, y que a¨²n hoy, como aquel d¨ªa en el que le llovieron bombas, lleva en la cartera.
El cuerpo sin vida del amigo de Iriondo fue la primera experiencia de la muerte que tuvo Pedro Bali?o a sus 16 a?os. Se top¨® con el cad¨¢ver en un agujero del monte Kosnuaga, desde donde presenci¨® el ataque escondido tras la vegetaci¨®n. "Lo vi al bajar, ametrallado junto a otras 10 personas". Bali?o cre¨ªa que lo mejor, en caso de amenaza, era ir campo a trav¨¦s. "Hab¨ªa refugios muy mal construidos; all¨ª murieron muchos? Y nosotros en el monte ve¨ªamos las bombas: primero horizontales y luego caer as¨ª?". Y con una mano ajada hace el gesto de algo que desciende en picado. Uno de esos proyectiles destroz¨® su vivienda. "A media noche s¨®lo quedaban las paredes. Me gustar¨ªa recuperar su imagen".
Lo ¨²nico que este hombre vivaracho guarda de antes de la guerra es un retrato en el que se le ve junto a sus padres, dos de sus hermanos y una ni?a que ten¨ªan acogida. Una fotograf¨ªa que ha conseguido recuperar 40 a?os despu¨¦s. "Mi hermano se hab¨ªa ido a trabajar de mec¨¢nico a la Guinea espa?ola en 1931 y mi padre se puso enfermo del est¨®mago". Los marineros le contaron al hermano de Pedro que el padre "estaba delicado", y el hijo pidi¨® una foto a la familia. "Nos pusimos todos guapos". La foto se tom¨® y se le envi¨®. El d¨ªa del bombardeo, a la familia Bali?o, como al 71% de la poblaci¨®n de Gernika, las bombas lanzadas por los aviones alemanes de la Legi¨®n C¨®ndor y los italianos de la Aviazione Legionaria les quemaron la casa y todas sus pertenencias. Por primera vez en la historia, una ciudad qued¨® pr¨¢cticamente destruida por un bombardeo a¨¦reo.
A?os m¨¢s tarde, en 1958, Bali?o viaj¨® a la Guinea espa?ola junto a su hermano para trabajar. "Pero nunca le vi aquella foto", asegura. No fue hasta 1970, estando ambos ya de vuelta en Espa?a, cuando Marcelino sac¨® la estampa familiar. "Fue tal alegr¨ªa?, es como una reliquia". El ¨²nico vestigio del "antes del bombardeo", como todo el mundo mide el tiempo a¨²n hoy en Gernika. Ahora, enmarcada, preside el comedor de su casa. Desde el d¨ªa del bombardeo, Pedro Bali?o no ha vuelto nunca m¨¢s a ver a su padre, al que la guerra le cogi¨® en Madrid. La foto es todo lo que tiene para recordarle.
Reavivar la memoria, recuperar a los seres perdidos del olvido es, precisamente, lo que hace Ricardo Arrien en la televisi¨®n local Oizmendi (El Monte Oiz). En su espacio In illo t¨¦mpore (En aquel tiempo, en lat¨ªn), Ricardo comenta, entre c¨¢nticos y an¨¦cdotas, los pocos documentos que se salvaron aquel d¨ªa. "Mostramos reproducciones del antes del pueblo, del entonces y del ahora. Lo hacemos porque durante un tiempo se nos borr¨® todo". Se desvaneci¨® por falta de im¨¢genes y sobra de silencios: el franquismo sostuvo en un primer momento que el bombardeo no hab¨ªa tenido lugar. Luego, vista la brutalidad del ataque que los corresponsales extranjeros mostraron al mundo, y preocupados por la posible reacci¨®n de la Iglesia cat¨®lica, la prensa franquista fabric¨® la tesis de que Gernika hab¨ªa sido destruida por los rojos para culpar al ej¨¦rcito republicano.
"?Los rojos separatistas!', dec¨ªan", exclama Ricardo a¨²n enfadado. ?l, como los otros 5.600 habitantes del pueblo, sab¨ªa que los aviones que ametrallaron a civiles e incendiaron sus casas no eran republicanos. Los vio aparecer en el cielo mientras se dirig¨ªa a un partido de pelota vasca. El juego se cancel¨® y tuvo que correr hasta los refugios de la plaza de la Uni¨®n, all¨ª donde se encontraba Luis Iriondo. "Cuando todo acab¨®, sal¨ª y vi c¨®mo mi padre y mis dos hermanos sacaban de la casa en llamas cajones con cubiertos de plata, un saco de garbanzos y una fresquera". La casa ocupaba la parte de arriba del bar que la familia regentaba y que hoy a¨²n lleva su nombre, aunque haya cambiado de due?o.
El peque?o de los Arrien miraba at¨®nito la escena, cuando record¨® el abrigo que su madre le hab¨ªa comprado por Pascua. "Era la pieza de ropa nueva de todo el a?o y le dije a mi madre que iba a buscarlo. Me peg¨® tal sopapo que me tir¨® al suelo". El abrigo marr¨®n de Ricardo se quem¨®, pero entre lo poco que el padre y los hermanos mayores lograron salvar "tuvo que estar esta foto", dice. Y acaricia involuntariamente en la imagen esa cara, su cara, que fue rosa; la que medio sonriente levanta la jarra durante las fiestas de San Juan, en Rigoitia; el caser¨ªo, lleno de amigos que comieron y bailaron hasta la noche, con la despreocupaci¨®n que da la diversi¨®n.
A los meses del brutal ataque, la familia Arrien regres¨® a Gernika. Con los escombros de su casa, donde encontraron intacta la moneda de oro que el padre hab¨ªa escondido bajo la mesa, construyeron una nueva. Fue la primera que se inaugur¨® en el pueblo en mayo de 1938. Y en su nuevo hogar se tomaron otra instant¨¢nea, un retrato que el hijo menor a¨²n guarda. "Recopilo todo esto, y adem¨¢s de contarlo en la tele, lo llevo a la Asociaci¨®n Gernikazarra, donde investigan nuestro pasado".
Juan Antonio Arrien, hijo de Ricardo, es uno de los seis miembros que forman esta asociaci¨®n, que, junto con la Fundaci¨®n Gernika-Gogoratuz, trabaja por la recuperaci¨®n de la memoria hist¨®rica. Casi todos son profesores de historia que durante 21 a?os se han dedicado a desmontar algunas de las teor¨ªas sobre el bombardeo. Como la de que los muertos se cuentan por miles. "En aquel momento no hubo datos oficiales, porque a los tres d¨ªas los nacionales ocuparon el pueblo, y luego, en un folleto impreso por el Gobierno de la Rep¨²blica, se habl¨® de 1.654 muertos y 889 heridos. Sorprende que haya m¨¢s muertos que heridos, y tambi¨¦n llama la atenci¨®n que no haya fosas comunes", explica Jos¨¦ ?ngel Etxaniz. Guernikazarra Historia Taldea mantiene que los muertos en el ataque no sobrepasaron los 150. La organizaci¨®n trata adem¨¢s de recopilar las pocas fotos que existen y les ayudan a recomponer el mapa vital de esta ciudad en la que s¨®lo el 1% de los edificios qued¨® intacto.
Esa suerte tuvo Josefina Odriozola. Su vivienda, un caser¨ªo en el Kosnuaga, el monte donde Pedro Bali?o se escondi¨®, qued¨® indemne. Odriozola estaba la tarde del 26 de abril en el mercado con su madre, vendiendo sus hortalizas. Las primeras bombas la llevaron a esconderse en su casa, hasta donde subi¨® tirando de su burro. Pas¨® horas escuchando las detonaciones en este lugar de un verde vivo, de ra¨ªces apretadas, al que desde hace medio siglo no volv¨ªa y que hoy casi no reconoce. "Jes¨²s, chica, c¨®mo est¨¢ esto". Y sus ojos sue?an: "Aqu¨ª ten¨ªamos tres cerdos, dos para vender y uno para comer; la cocina, al otro lado? ?C¨®mo ha cambiado todo!". Tanto, que en el lugar desde donde se divisaba la contienda, hoy se alzan gr¨²as.
Josefina mira hacia el horizonte, sujetando en sus manos la imagen en blanco y negro de su primera comuni¨®n. Y cuenta entre risas: "No tengo m¨¢s fotos; no porque se quemaran, sino porque en casa no hab¨ªa de esto?". Se frota los dedos para se?alar que no ten¨ªan dinero. Por eso, el traje fue alquilado y todo lo que hubo en la celebraci¨®n fue una chocolatada. Hoy, la imagen de una ni?a de ocho a?os vestida de blanco, encerrada en un marco de plata, reposa en su nueva casa al lado de otra a la que Josefina tiene gran aprecio: la de su marido, Mart¨ªn, "que muri¨® hace seis a?os".
Los retratos de la primera comuni¨®n de Consuelo Agirre-Amalloa se quemaron antes de que pudiera verlos. "Estaban en el estudio del fot¨®grafo porque hac¨ªa 15 d¨ªas que la hab¨ªa hecho cuando bombardearon", explica. Sin im¨¢genes, no tiene recuerdos. "El impacto fue tan grande que todo se me olvid¨®". Su hermana Manuela le refresca la memoria: "Pero si tomamos unos pasteles incre¨ªbles? Me acuerdo perfectamente".
Manuela recuper¨® dos fotograf¨ªas del pasado: una de Consuelo con pocos meses de edad ?"s¨¦ que es ella por el kiriki este que le sacaba mi madre por delante, porque dec¨ªa que no ten¨ªa pelo"? y otra suya con alg¨²n a?o m¨¢s ?"f¨ªjate, es que parezco Shirley Temple", dice por su aspecto de ni?a con pose de adulta?. Las dos instant¨¢neas las ten¨ªa una de sus t¨ªas que resid¨ªa en Liverpool. "Mi madre se las envi¨® a Inglaterra".
La madre de las hermanas Agirre-Amalloa fue la ¨²nica que se qued¨® en Gernika. Los dem¨¢s hermanos viajaron al extranjero. "Cuando volv¨ªan a visitarnos, todo el mundo los miraba porque nuestra t¨ªa, por ejemplo, era viuda y llegaba con vistosos trajes rojos y sombreros incre¨ªbles", rememora Manuela. Muchos a?os despu¨¦s de volver del exilio en Francia, como muchos otros, de viaje de novios en Liverpool descubri¨® los retratos en casa de su t¨ªa. "Fue el mejor regalo de boda que me pudieron hacer". Eso y una antigua m¨¢quina de coser que su padre rescat¨® como pudo de las llamas son los ¨²nicos objetos que guardan. Todo lo dem¨¢s ha desaparecido.
Escombros del pasado
Ricardo Arrien. Hoy tiene 80 a?os; en la foto antigua, 8.La fotograf¨ªa hist¨®rica de la izquierda se tom¨® en junio de 1935, durante la festividad de San Juan. ¡°Se debi¨® salvar del bombardeo en unos cajones que mi padre y mis hermanos rescataron del fuego¡±, comenta hoy Ricardo Arrien. Lo hace sentado en el antiguo bar que regentaba la familia (en la otra p¨¢gina). Sus padres son los que est¨¢n pintados en los cuadros, detr¨¢s de ¨¦l. Sobre la mesa, la imagen del nuevo hogar que la familia Arrien construy¨® con los escombros de su casa quemada.Arrien conduce ahora un programa en la televisi¨®n local de Gernika donde repasa la historia de su pueblo.
Un recuerdo de Guinea
Pedro Bali?o, de 86 a?os. En la foto de la izquierda ten¨ªa 12.Esta fotograf¨ªa es de 1932. El padre de Pedro Bali?o se encontraba ¡°delicado de salud¡±, y uno de los hermanos, que trabajaba en la Guinea espa?ola, pidi¨® un recuerdo a la familia. Posaron ¡°vestidos de domingo¡±. La imagen se le envi¨®. En 1937, Pedro vivi¨® el bombardeo agazapado entre los arbustos del monte Kosnuaga, el mismo al que ha regresado a fotografiarse (derecha). All¨ª vio c¨®mo su casa se destru¨ªa por completo. Se quemaron todos sus recuerdos. Cuarenta a?os despu¨¦s, el hermano de Pedro volvi¨® con la foto. La ¨²nica que hoy guarda la familia, y en la que Bali?o puede recordar a su padre, al que no volvi¨® a ver despu¨¦s de la guerra.
La suerte de una casa que result¨® intacta
Josefina Odriozola, de 84 a?os. La foto de la primera comuni¨®n es de cuando ten¨ªa 8. Fue de las pocas personas que tuvieron suerte. Su casa, a la que lleva este camino en el que hoy posa, qued¨® intacta durante el ataque de los aviones de la Legi¨®n C¨®ndor y la Aviazione Legionaria.Por eso, Josefina Odriozola guarda a¨²n la fotograf¨ªa de su primera comuni¨®n. S¨®lo el 1% de las viviendas de Gernika qued¨® indemne; la mayor¨ªa fueron destrozadas por completo o da?adas.¡°Yo fui una afortunada porque mi casa estaba en la monta?a¡±, asegura hoy Odriozola mientras observa el lugar en el que pas¨® su infancia. No hab¨ªa vuelto aqu¨ª desde hac¨ªa 50 a?os.
Una imagen en la cartera
Luis Iriondo, de 84 a?os. Abajo, con 14.Ten¨ªa 14 a?os cuando empez¨® la guerra. Pocos d¨ªas antes, su amigo Julio Ben¨ªtez le hizo este retrato. Ben¨ªtez se hab¨ªa quedado a cargo del estudio de fotograf¨ªa donde era ayudante. A su jefe, Jos¨¦ P¨¦rez Callejo, los republicanos le hab¨ªan metido en la c¨¢rcel por carlista. Iriondo y su amigo aprovecharon la ausencia del due?o para aprender a hacer fotos y revelarlas. Cuando el 26 de abril de 1937 los aviones alemanes e italianos bombardearon y ametrallaron la poblaci¨®n de Gernika durante tres horas, Iriondo se resguard¨® en un refugio (foto de la derecha). Hoy se ha convertido en la parte trasera de un ba?o en un centro para personas mayores. Sin luz ni aire, a Iriondo le aterraba ¡°morir vivo¡±. Y rezaba, con su retrato en la cartera. Al salir del refugio descubri¨® c¨®mo los proyectiles hab¨ªan destrozado su casa. Se qued¨® sin nada. Lo ¨²nico que salv¨® Luis Iriondo de su pasado es la foto que aprendi¨® a revelar con su amigo antes de que estallara la guerra.
El mejor regalo de boda
Manuela (izquierda) y Consuelo Agirre-Amalloa, de 77 y 79 a?os.Con letra fina sobre un papel pegado tras una fotograf¨ªa en blanco y negro se lee: ¡°A mi querida hermana Eugenia, le dedica este peque?o recuerdo como sobrina¡¡±. Este retrato de ni?a de Manuela Agirre-Amalloa es para ella un tesoro.Al igual que aquel otro de beb¨¦ de su hermana Consuelo.Todas las dem¨¢s fotos de su infancia en Gernika se perdieron entre las llamas, en su casa bombardeada. Las dos im¨¢genes las rescat¨® Manuela muchos a?os despu¨¦s de volver de su exilio en Francia. Las guardaba su t¨ªa Eugenia, que viv¨ªa en Liverpool. ¡°Ella me hab¨ªa hecho este vestido de lanita fina, y mi madre le envi¨® la foto¡±. De viaje de novios en Inglaterra, Manuela las descubri¨®. ¡°Fue mi mejor regalo de boda¡±.
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