El Zorro y Barcelona
Antena 3 acaba de estrenar un culebr¨®n de sobremesa que lleva un t¨ªtulo familiar: El Zorro. Aplicando criterios de melodrama tropical a un argumento conocido, la serie acaba siendo devorada por las nuevas tendencias del g¨¦nero, que consisten en erotizar a tope el aspecto de los protagonistas y trufar el metraje de derrames hormonales. En el caso de El Zorro, eso se traduce en una legi¨®n de tigresas escotadas que, enfundadas en sugerentes camisones, pasean su palmito por haciendas coloniales, perseguidas por sementales de gimnasio. La reina de las t¨®rridas est¨¢ interpretada por Marlene Favela, que ya deslumbr¨® en su papel de La gata salvaje (que puede recuperarse en la cadena 8TV) y el macho mayor del reino es Christian Meier, un Zorro que, a la que tiene ocasi¨®n, marca m¨¢s paquete que espada.
La raz¨®n por la que hablo de este Zorro es que, en el primer cap¨ªtulo, vimos como el personaje interpretado por Favela se casa en Barcelona, una ciudad de plat¨® urgente, y en la que abundan gitanos a los que los protagonistas desprecian, brujas con poderes adivinatorios y la miseria propia del subdesarrollo. Para reforzar el toque hisp¨¢nico de la escena, y como ha venido ocurriendo con todas las versiones de El Zorro, se insiste en ilustrarlo todo con una ubicua guitarra espa?ola que, de vez en cuando, da paso a la voz de alg¨²n cantante mel¨®dico jadeante y algo macarra. Marlene, la hermosa joven, resulta ser hija de una reina gitana afincada en Barcelona y, por las circunstancias, es obligada a casarse con un tal Fernando S¨¢nchez de Moncada, un vejestorio que pierde el oremus cuando observa el escote de su prometida. El matrimonio de conveniencia culmina en una supuesta catedral de Barcelona en la que el novio, ¨¢vido de sexo y dopado con afrodis¨ªacos previagra, sufre un ataque que lo deja frito y listo para ser enterrado. A partir de all¨ª, la acci¨®n se desplaza Los ?ngeles, California, y el argumento recupera parte de su desarrollo ali?ado con las ya comentadas escenas de cama.
En otras versiones de El Zorro tambi¨¦n se incluyen algunas referencias a Madrid y Barcelona. La que m¨¢s recuerdo me la descubri¨® el maestro Juan Mars¨¦ en Toulouse. Hace unos meses, coincid¨ª con ¨¦l en un encuentro vagamente literario, junto con Jos¨¦ Carlos Llop, en los s¨®tanos de una librer¨ªa ocupada por hijos del exilio espa?ol. Hablamos de Barcelona, de su dimensi¨®n literaria y todo transcurr¨ªa por los previsibles derroteros del aburrimiento literario hasta que Mars¨¦, en un perfecto hispanofranc¨¦s, cont¨® una historia que espero que alg¨²n d¨ªa escriba. ?ste es el resumen. En el peor momento de la posguerra, Mars¨¦ empez¨® a intuir que la ¨²nica forma de escapismo mental se la proporcionaba el cine, que entonces todav¨ªa pod¨ªa considerarse un entretenimiento popular. Todo lo dem¨¢s era gris y deprimente, y m¨¢s en el ¨¢mbito familiar de Mars¨¦, en el que no dejaban de recordarle que el pa¨ªs secuestrado por Franco nunca har¨ªa nada y que, adem¨¢s de vencidos, las buenas causas hab¨ªan sido derrotadas. Con un panorama as¨ª, Mars¨¦ desarroll¨®, como muchos hijos de su generaci¨®n, una s¨®lida convicci¨®n de fracaso que el cine ayudaba a digerir. Una de esas tardes de cine de reestreno, Mars¨¦ fue a ver la pel¨ªcula El signo del Zorro.
La pel¨ªcula se estren¨® el 23 de octubre de 1944 en Espa?a, aunque es probable que tardara algo m¨¢s en llegar a las salas de reestreno del Guinard¨®. Estamos hablando, pues, de los peores tiempos de la posguerra y del franquismo m¨¢s genuino. La pel¨ªcula, dirigida por Rouben Mamoulian, narra las aventuras de un caballero, Diego, interpretado por Tyrone Power, que simultanea su faceta de se?orito mo?as y la de justiciero enmascarado, viril y seductor. En un momento de la pel¨ªcula, Power almuerza en una mesa en la que uno de los comensales, el temible capit¨¢n Esteban Pasquale, le va clavando el cuchillo a una pobre naranja. Power le dice: "Estoy viendo que trat¨¢is esa fruta como a un enemigo", a lo que Pasquale replica: "O a un rival" y, para romper este momento de tensi¨®n, otro comensal a?ade: "Mi gran Esteban no pierde ocasi¨®n de batirse con alguien. Por algo fue profesor de esgrima en Barcelona".
Mars¨¦ nos cont¨® que ver que Barcelona era nombrada en una pel¨ªcula como aquella le produjo una extra?a satisfacci¨®n, como descubrir de pronto que su ciudad exist¨ªa m¨¢s all¨¢ del fracaso y la brutalidad, m¨¢s all¨¢ de lo gris y de lo autoritario, una revelaci¨®n que le acercaba a Hollywood y le alejaba de las cartillas de racionamiento. Los responsables de aquella pel¨ªcula tambi¨¦n ten¨ªan un pasado. Mamoulian era un exiliado georgiano y el actor que interpretaba al capit¨¢n Pasquale era Basil Rathbone, un sudafricano que tuvo que salir por piernas de su pa¨ªs cuando los Boers interpretaron que su padre hab¨ªa sido esp¨ªa. Rathbone fue condecorado en la Primera Guerra Mundial, interpret¨® a Shakespeare y a Sherlock Holmes y en El signo del Zorro despliega un cat¨¢logo de miradas y gestos de villano que permiten, por oposici¨®n, lucirse a Tyrone Power.
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