El puente
Henos aqu¨ª de nuevo en mitad de un puente, inmersos en la atroz tarea de contar cad¨¢veres. En Semana Santa, ya se sabe, hubo 106, pese al famoso carnet por puntos, al azote de los radares y a la Biblia en verso. Los de Tr¨¢fico se ponen tan imperativos y tan rimbombantes cada vez que llega un periodo de desplazamientos masivos que casi resultar¨ªan chistosos, si no fuera por el desolador n¨²mero de muertos, y porque a eso hay que a?adir los parapl¨¦jicos, los ciegos, los heridos. Un volumen de dolor impresionante.
A m¨ª me parece bien lo del carnet, pero estoy harta de que Tr¨¢fico s¨®lo se dedique a culpabilizar al conductor, y de que en sus mensajes te traten paternalistamente de t¨², de in¨²til y de tramposo. Seg¨²n los expertos, lo que m¨¢s contribuye a la mortalidad son las malas carreteras; y ya se sabe que Alemania es el segundo pa¨ªs europeo con menos v¨ªctimas fatales, aunque el 70% de sus v¨ªas no tienen limitaci¨®n de velocidad. Yo he visto en Frankfurt, una solitaria madrugada, a unos punkies con las cejas perforadas por tornillos y aspecto terror¨ªfico: esperaban como corderos a que el sem¨¢foro se pusiera en verde para cruzar, aunque por la calle no circulaba ni un solo veh¨ªculo. Pero si en esa misma ¨¦poca (era poco despu¨¦s de la ca¨ªda del Muro) ibas a la antigua Alemania Oriental, ve¨ªas a la gente cruzando las calles de manera an¨¢rquica, sin respetar los sem¨¢foros. Porque los alemanes orientales sal¨ªan de un sistema totalitario y no cre¨ªan en el Estado, esto es, no confiaban en ¨¦l, de modo que toda norma oficial era sospechosa. La grandeza de la democracia consiste en que es un acuerdo de personas libres que aceptan unas reglas libremente para contribuir al bien com¨²n. Pero tienes que estar convencido de que son normas razonables y justas. Espa?a est¨¢ llena de se?ales de limitaci¨®n de velocidad totalmente absurdas: t¨²neles urbanos a treinta kil¨®metros por hora o autov¨ªas con s¨²bitos e inexplicables l¨ªmites de cincuenta, marcas rid¨ªculas que nadie obedece, porque, si lo hiciera, probablemente provocar¨ªa un accidente. Entre la arbitrariedad de las se?ales y el pertinaz tuteo condescendiente de las autoridades, resulta dif¨ªcil sentir las nuevas medidas de Tr¨¢fico como propias. Para educar a la ciudadan¨ªa lo primero que hay que hacer es respetarla.
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