La desprogramaci¨®n del limbo
Pese al h¨¢bito creado por el incesante goteo de malas nuevas que nos depara la lectura matinal de la prensa, la de las ¨²ltimas innovaciones doctrinales -"fundadas en bases serias"- de Benedicto XVI me anonad¨®: ?El limbo no existe! Cuanto cifraba mis anhelos en un M¨¢s All¨¢ nebuloso pero sereno, en compa?¨ªa de algunos patriarcas barbudos y de trillones de ni?os inocentes privados de la visi¨®n beat¨ªfica por no haber sido redimidos del pecado original mediante el bautismo, se vino abajo. ?Y yo, que me ve¨ªa ya in mente en la galaxia de aquellas criaturas ser¨¢ficas, libre de la contemplaci¨®n tediosa del Hacedor, en un estado de indiferencia cori¨¢cea forjado por mi experiencia del M¨¢s Ac¨¢, descubro de pronto que todo se esfuma por culpa de un pu?ado de te¨®logos resueltos a enmendar la plana al mism¨ªsimo san Agust¨ªn! Pens¨¦ en el sabio obispo de Hipona y me solidaric¨¦ con ¨¦l, con sus creencias ultrajadas por los consejeros ¨¢ulicos de Ratzinger.
Entre las alternativas ultraterrenas del monote¨ªsmo, la del ¨¢mbito abolido por el actual Pont¨ªfice me parece sin duda la m¨¢s amable. Mi rechazo instintivo del cielo, purgatorio e infierno me aconsejaba acogerme a un limbo, no judicial ni legal, como el de los presos de Guant¨¢namo, sino leve y et¨¦reo, en el seno de un vac¨ªo sin l¨ªmites semejante al que precedi¨® la Creaci¨®n cuando el Se?or tampoco exist¨ªa o se aburr¨ªa cruzado de brazos. So?aba en divagar all¨ª, entre distra¨ªdo y absorto, sin enterarme de cuanto acaec¨ªa a mi alrededor. "?Est¨¢s en el limbo o qu¨¦?", me dec¨ªan a menudo, desde que frecuent¨¦ la escuela, amigos y pr¨®ximos. Pues levitaba ya en una vacuidad irreal, repitiendo sin cesar la pregunta de Leibnitz: "?Por qu¨¦ hay algo y no nada?". ?Confiaba al fin en que mi algo se transmutar¨ªa en nonada! ?Un verdadero alivio despu¨¦s de tanto ruido y furor!
Tras la fatal noticia, verdugo de mis expectativas, el desmentido abrupto por Benedicto XVI de las elucubraciones, no s¨¦ si cient¨ªficas, tocante al infierno de sus antecesores en la silla de Pedro apenas me afect¨®. El cese de la nueva concepci¨®n de ¨¦ste como el estado ps¨ªquico de quien no disfruta de la contemplaci¨®n divina y el retorno a la antigua -la del fuego real en el que los precitos arden para toda la eternidad- revela sobre todo los vaivenes de la infalibilidad papal establecida como dogma de fe por P¨ªo IX. Confieso que la vuelta al binomio pecado / terror en el que la Iglesia funda su dominaci¨®n, y a Dante, al divino Dante, con su descripci¨®n sublime y espeluznante de los c¨ªrculos conc¨¦ntricos del infierno, de las calderas de Pedro Botero, me embebi¨® de nostalgia y secreta satisfacci¨®n. Mi memoria retrocedi¨® seis d¨¦cadas, a los ejercicios espirituales de los Padres de Sarri¨¢ y Manresa, tan similares en su escenograf¨ªa y crescendo pat¨¦tico a los descritos por Blanco White de la Cueva del Padre Vega y por Joyce en su primera e inolvidable novela. Lo que ahora soy lo debo en gran parte a ellos. ?C¨®mo mostrarme desagradecido con quienes me ense?aron de una vez para siempre a dudar y a pensar por mi cuenta?
As¨ª y todo, la rutina mental y alicorta inspiraci¨®n de Ratzinger me llenaron de decepci¨®n. En su obsesi¨®n por preservar la ra¨ªz cristiana de Europa, combatir el supuesto totalitarismo laico y atrincherarnos en nuestra identidad irreductible, el sucesor de Juan Pablo II perdi¨® la magn¨ªfica ocasi¨®n de recurrir a la visi¨®n escatol¨®gica de Ibn Arabi, mucho m¨¢s pr¨®xima a la sensibilidad del creyente civilizado de nuestro tiempo. Para el m¨ªstico de Murcia -convencido de que Dios es misericordioso y de que la reiteraci¨®n del sufrimiento nos habit¨²a inevitablemente a ¨¦l- existir¨ªan, junto a los seres terrestres, acu¨¢ticos y a¨¦reos, una cuarta especie, la de los ¨ªgneos, que viven en el fuego su felicidad natural. Pero nuestro actual Pont¨ªfice carece de imaginaci¨®n y se empe?a en darnos m¨¢s de lo mismo. Ante el creciente descreimiento de su grey, truena con sus cardenales y obispos contra el mort¨ªfero relativismo moral, la disoluci¨®n de las costumbres, la quiebra de la familia, el divorcio, el aborto, los anticonceptivos, el matrimonio gayo, etc¨¦tera, con acentos dram¨¢ticos, casi apocal¨ªpticos. Los benditos gemelos polacos no le consuelan de las desventuras denunciadas por Ca?izares y Rouco. Muy significativamente, la ostentaci¨®n de riqueza y el tren de vida de las altas jerarqu¨ªas de la Iglesia, para no hablar ahora de su propia exquisitez de gurm¨¦ -champ¨¢n franc¨¦s y trufas despu¨¦s de su lecci¨®n magistral de Ratisbona, seg¨²n nos revel¨® la prensa-, exquisitez en los ant¨ªpodas de la pobreza de Jes¨²s de Nazaret y de la miseria reinante en la mayor¨ªa del planeta, no parece preocuparle en exceso. Como los salafistas resueltos a imponer el modelo primordial de los "cuatro califas justos", Benedicto XVI vuelve la vista a san Pablo, a Constantino, y al polvo acumulado por los dogmas de los viejos Concilios. Tras el fallido aggiornamento de Juan XXIII, retornamos al lat¨ªn, al fuego eterno, al anatema de la Ilustraci¨®n y sus doctrinas imp¨ªas, a los buenos tiempos del Syllabus y de Pacelli, a las verdades macizas y s¨®lidas del catecismo...
Magn¨¢nimo como soy, se lo perdono todo excepto el contratiempo que supone para muchos la desalmada desprogramaci¨®n del limbo.
Juan Goytisolo es escritor.
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