Los confines del alma
A un hipot¨¦tico observador despistado le podr¨ªa sorprender, en primera instancia, el planteamiento mismo de la cuesti¨®n: ?tiene sentido abordar el problema de las fronteras en un mundo caracterizado precisamente en t¨¦rminos de globalizaci¨®n? Dicho de otra manera: en tiempos de libre circulaci¨®n de mercanc¨ªas, capitales e informaci¨®n, ?a qu¨¦ tipo de restricci¨®n o l¨ªmite hace referencia esa palabra?
Por supuesto que el mencionado observador, a poco que se animara a seguir reflexionando en torno a ello, constatar¨ªa tambi¨¦n la creciente importancia de fen¨®menos de signo al menos en apariencia inverso. Es el caso del surgimiento de instancias supraestatales que en buena medida han heredado las funciones delimitadoras de las fronteras de los viejos Estados-naci¨®n (por ejemplo, en lo referente al control sobre la circulaci¨®n de las personas). Pero es, tal vez sobre todo en este momento, el caso de la generalizaci¨®n de un conjunto de t¨®picos que, sirvi¨¦ndose por lo general de argumentaciones que toman como principio indiscutible el sagrado valor de las diferencias, terminan postulando con entusiasmo la importancia de que existan comunidades de contornos n¨ªtidos, identidades colectivas provenientes del pasado -en alg¨²n caso supuestamente remoto- cuya defensa debiera constituir un compromiso indiscutible de los poderes p¨²blicos.
Hay algo, desde luego, de parad¨®jico, en esta situaci¨®n. Pero, m¨¢s all¨¢ de la constataci¨®n (por lo dem¨¢s, sobradamente reiterada), acaso conviniera reparar en la naturaleza de alguno de estos fen¨®menos, no fuera a resultar que una mirada algo m¨¢s atenta nos permitiera percibir dimensiones o aspectos de ellos sobre los que con demasiada frecuencia solemos pasar de largo. Pi¨¦nsese, por ejemplo, en esos discursos de apariencia defensiva que proliferan tanto ¨²ltimamente en los que, sin apenas transici¨®n, se pasa de constatar el car¨¢cter minoritario de algo (una lengua, una cultura, unas costumbres) a dar por descontado que dicho algo se encuentra en peligro de extinci¨®n (y, en consecuencia, no hay tarea m¨¢s urgente que la de involucrar a toda la sociedad en su supervivencia).
Es curioso: nunca antes en el pasado se habl¨® tanto de comunidades, nunca antes se destinaron tantas energ¨ªas y recursos a reforzarlas y, sin embargo, nunca antes hubo una tan generalizada nostalgia de un imaginario pasado feliz en el que los id¨¦nticos pod¨ªan vivir, pl¨¢cidamente, a salvo de las amenazas exteriores de los otros. Quiz¨¢ lo que est¨¦ sucediendo es que el desplazamiento desde la esfera de la pol¨ªtica hacia el ¨¢mbito simb¨®lico a que estamos asistiendo constituye un signo, un indicio, de una realidad que permanece en la sombra, apenas visible.
Las distintas eficacias desarrolladas anta?o por las fronteras no han desaparecido, ni han dejado de ser necesarias: simplemente se administran, se gestionan, de otra manera y por diferentes agentes. Probablemente lo m¨¢s propio fuera hoy hablar de la proliferaci¨®n de fronteras interiores. Nuevas fronteras que se sirven de otras marcas para llevar a cabo an¨¢loga funci¨®n: separar, agrupar, controlar y, en su caso, reprimir. Han ca¨ªdo las viejas fronteras, es cierto. En su lugar se han levantado otros muros. A la vista est¨¢n, insolentes, los confines del alma.
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