Ciudadan¨ªa antes que teocracia
El Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) ha visto c¨®mo el Tribunal Constitucional de Turqu¨ªa anulaba la designaci¨®n de su candidato a la presidencia del pa¨ªs, una decisi¨®n presentada como la en¨¦sima muestra de la tensi¨®n entre laicismo y religi¨®n. Pero no nos confundamos: en realidad, el AKP es un partido cercano a las democracias cristianas europeas, en cuyo programa no figura la idea de crear un Estado isl¨¢mico, sino la de avanzar desde un laicismo excluyente de lo religioso hacia una laicidad m¨¢s inclusiva.
Para encontrar un islamismo refractario al laicismo hay que fijarse en aquellos movimientos que en el mundo isl¨¢mico reivindican la aplicaci¨®n de la Sharia (ley isl¨¢mica) como soluci¨®n a los males que padecen sus pa¨ªses. Tras el fracaso del panarabismo y la deriva de los reg¨ªmenes laicos hacia el totalitarismo, el aumento del componente religioso en la pol¨ªtica de muchos pa¨ªses del Tercer Mundo se presenta como una lucha por la liberaci¨®n cultural, la representaci¨®n pol¨ªtica y un desarrollo m¨¢s equitativo.
La secularizaci¨®n ha generado el concepto de ciudadan¨ªa, basado en valores universales
El AKP turco no busca crear un Estado isl¨¢mico, sino avanzar hacia una laicidad m¨¢s inclusiva
El problema es que cuando estos grupos hablan de aplicar la Sharia, suelen remitirse a la jurisprudencia del periodo cl¨¢sico del islam, codificada en un contexto patriarcal y autoritario. En la pr¨¢ctica, esto conduce a la implementaci¨®n de la pena de muerte, castigos corporales, y toda una serie de leyes discriminatorias hacia la mujer, los homosexuales y las minor¨ªas religiosas. Los promotores de esta concepci¨®n anacr¨®nica de la Sharia viven obsesionados con "relislamizar la sociedad", inmiscuy¨¦ndose en todos los ¨¢mbitos, ahogando el pensamiento cr¨ªtico y condenando a sus pa¨ªses al subdesarrollo. Para muchos musulmanes, esta pol¨ªtica conduce a la destrucci¨®n del islam, transformado en una religi¨®n de Estado. La ¨²nica salida pasa por superar la tentaci¨®n de construir un Estado isl¨¢mico, y aceptar que las leyes deben basarse en valores universales y no en la imposici¨®n de ninguna religi¨®n. Sin libertad de conciencia no hay progreso. Esto es m¨¢s conforme al islam, tal y como muchos lo entendemos.
La problem¨¢tica de la Sharia nos remite a la tensi¨®n entre lo global y lo local, en la cual la religi¨®n juega un papel cada vez m¨¢s grande. Desde esta perspectiva, podemos realizar una comparaci¨®n entre el discurso islamista y el de la Conferencia Episcopal Espa?ola (CEE). En ambos casos nos encontramos con un repliegue identitario, que defiende la supremac¨ªa de una religi¨®n como algo esencial para la supervivencia nacional. As¨ª, el cardenal de Toledo, Antonio Ca?izares, afirma que "una Espa?a unida ser¨ªa una Espa?a m¨¢s cat¨®lica" porque el pa¨ªs "tiene su origen en la fe, en la unidad cat¨®lica". Lo mismo sostiene el arzobispo de Madrid, Rouco Varela: "Muchos apuestan por una Espa?a no cat¨®lica, pero en el fondo el alma de Espa?a vibra a trav¨¦s de la historia de su conciencia, de su cultura, de todas las ¨¦pocas gloriosas de su Historia... Espa?a ser¨¢ cat¨®lica o dejar¨¢ de existir como tal".
No nos equivoquemos a la hora de identificar los problemas. En la Espa?a de principios del siglo XXI nadie, ning¨²n colectivo medianamente representativo, invoca la Sharia, ni los castigos corporales, pero, en cambio, s¨ª hay fuerzas poderosas que defienden que todos los ciudadanos sean gobernados seg¨²n la moral cat¨®lica. Si alguien tiene dudas, que lea la instrucci¨®n pastoral Orientaciones morales ante la situaci¨®n actual de Espa?a, del 23 de noviembre de 2006, donde la Conferencia Episcopal defiende "la unidad hist¨®rica, espiritual y cultural de Espa?a", afirmando el derecho de los ciudadanos a ser gobernados seg¨²n este criterio religioso (la pastoral dice: "De acuerdo con un denominador com¨²n de la moral socialmente vigente fundada en la recta raz¨®n y en la experiencia hist¨®rica de cada pueblo"). La Conferencia Episcopal rechaza algunas leyes aprobadas por el Parlamento -divorcio, aborto, matrimonios homosexuales- con el argumento de que constituyen "una desobediencia a los designios divinos" y son contrarias al "patrimonio espiritual y moral hist¨®ricamente acumulado".
El car¨¢cter arcaico de este discurso salta a la vista. A principios del siglo XXI parece claro que las narrativas tradicionales de formaci¨®n de las identidades nacionales no nos sirven como instrumento para lograr la cohesi¨®n social, sino todo lo contrario. Y esto es tan v¨¢lido para Ir¨¢n como para Espa?a. No olvidemos que si nuestro pa¨ªs ha sido durante siglos mayoritariamente cat¨®lico, no lo ha sido libremente, sino a trav¨¦s de la expulsi¨®n de jud¨ªos y de musulmanes, la persecuci¨®n de cristianos unitarios, y a leyes tan aberrantes como "los estatutos de limpieza de sangre" (que no s¨¦ si forman parte del "patrimonio espiritual" reivindicado por la Conferencia Episcopal).
En un sistema democr¨¢tico, ninguno de los campos en los cuales existen identidades diversas puede erigirse en un elemento v¨¢lido para definir la identidad colectiva. Esto es aplicable a la raza, la religi¨®n y la ideolog¨ªa. Un pa¨ªs que sit¨²a lo ¨¦tnico como un fundamento de su cohesi¨®n, es un Estado racista. Un pa¨ªs que sit¨²a por encima una ideolog¨ªa es un Estado totalitario. Un pa¨ªs que sit¨²a una religi¨®n como fundamento es un Estado teocr¨¢tico. Esto conduce a la exclusi¨®n de quienes no profesan dicha religi¨®n, creando una fractura en el seno de la sociedad.
Frente a estos modelos, la secularizaci¨®n ha generado el concepto de ciudadan¨ªa, basado en valores de corte universal, como son la propia democracia, los derechos humanos, la libertad de conciencia, la justicia social y la igualdad de g¨¦nero. Estos son los principios ¨¦ticos y jur¨ªdicos a trav¨¦s de los cuales es posible lograr la cohesi¨®n social, con independencia de la religi¨®n, la etnia o la ideolog¨ªa de cada ciudadano. Esta secularizaci¨®n no debe verse como antirreligiosa, sino como posibilitadora de la convivencia interreligiosa, en un plano de igualdad. Y, sobre todo, esta secularizaci¨®n es valiosa en la medida en que sit¨²a al individuo como objeto de derecho, por encima de todo atavismo colectivo.
Si realmente queremos una Espa?a socialmente cohesionada, ayudar¨ªa mucho que la Conferencia Episcopal se emancipara de un modelo de Estado-naci¨®n basado en el catolicismo. Como musulm¨¢n espa?ol, me atrevo a afirmar que con ello saldr¨¢ ganando el propio cristianismo. Como saldr¨¢ ganando el islam el d¨ªa en que los mal llamados Estados isl¨¢micos superen el modelo identitario basado en la supremac¨ªa del islam. S¨®lo entonces podremos unirnos en la construcci¨®n de una sociedad civil a escala planetaria, capaz de hacer frente a los abusos de la globalizaci¨®n neoliberal.
Abdennur Prado es presidente de Junta Isl¨¢mica Catalana y autor de El islam en democracia.
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