El milagro
Me sigue gustando, despu¨¦s de verla no s¨¦ cu¨¢ntas veces, Ben Hur. Y siempre me gusta o me impresiona en las mismas escenas. Lo que tiene la ventaja a?adida de dejarme concebir una isla de quieta adolescencia en el mar de la madurez (que no para de agitarse). Una de las escenas m¨¢s impresionantes es la de la leproser¨ªa donde est¨¢n recluidas la madre y la hermana del protagonista. Porque para esas mujeres la expresi¨®n m¨¢s rotunda de la p¨¦rdida de estatus social es la enfermedad. La lepra como met¨¢fora ¨²ltima de la ca¨ªda y la exclusi¨®n. Pero en la pel¨ªcula la lepra es sobre todo el territorio del milagro. A las dos mujeres las salvar¨¢ su fe (y la de Ben Hur) en el reci¨¦n estrenado cristianismo.
La fe curativa de los seres humanos modernos se concentra mayormente en la ciencia. Confiamos en que la medicina es o va a ser capaz de remediarnos las lepras presentes y futuras. De ah¨ª la expresividad de la palabra milagro que, aunque resulte impropia desde un ¨¢ngulo cient¨ªfico, tiene el m¨¦rito de traducir eficazmente la admiraci¨®n, alivio y alegr¨ªa con que hoy saludamos la cura por fin de lo que antes no ten¨ªa remedio. Tan normal se ha vuelto la fe en la ciencia que incluso ocupa con toda naturalidad los titulares m¨¢s medi¨¢ticos. La cobertura informativa del nacimiento de la infanta Sof¨ªa, por ejemplo, ha incluido el dato de que dos bolsas con la sangre de su cord¨®n umbilical iban a ser depositadas en sendos bancos. Por si alg¨²n d¨ªa, ojal¨¢ no, fuera necesario cosechar de esa reserva salvadoras c¨¦lulas madre.
Esa previsi¨®n y esa protecci¨®n es lo que siempre han querido e intentado los padres para sus hijos. A todos nos han esterilizado los biberones con agua hirviendo o con lo que se fuera inventando. A todos nos han ido vacunando contra una lista cada vez m¨¢s larga de enfermedades. A todos nos han apuntado lo antes posible al ¨²ltimo milagro de la ciencia preventiva o protectora. Y he escrito "todos" consciente de que es una generalizaci¨®n voluntariosa, de que esa totalidad es el punto d¨¦bil no s¨®lo de mis frases sino esencialmente del milagro m¨¦dico.
Me sigue impresionando la escena de la leproser¨ªa de Ben-Hur no -aunque me conforte pensarlo- porque me hable de una eterna adolescencia en la mirada, sino porque la lepra sigue haciendo de las suyas en muchos pa¨ªses. Y la polio y la difteria y el tifus y la tuberculosis y la malaria siguen causando estragos en muchos lugares del mundo cuyo ambiente est¨¢ m¨¢s cerca de los escenarios ficticios de una pel¨ªcula de romanos que de la as¨¦ptica realidad de nuestros modernos hospitales.
Como en Ben-Hur las lepras sigue siendo cuesti¨®n de estatus. Pierdes o no has tenido nunca la condici¨®n de ciudadano del primer mundo, y te mueres de cualquier cosa, de cualquiera de esas enfermedades cuyo remedio nosotros encontramos f¨¢cilmente en las farmacias o integrados en las rutinas y protocolos sanitarios. Lo que para nosotros constituye el argumento de una campa?a de vacunaci¨®n o de una cita previa, para otros (la mayor¨ªa de los seres humanos) es la moneda corriente del sufrimiento, la enfermedad, las secuelas terribles o la muerte. Tan corrientemente se muere la gente por esos otros mundos que incluso lo hace de hambre, enfermedad cuyo remedio, como es bien sabido, no necesita de sofisticados laboratorios.
Los bancos de cordones umbilicales, las c¨¦lulas madre, la investigaci¨®n con embriones humanos alientan no s¨®lo la fe cient¨ªfica sino el debate bio¨¦tico de altura (y bien est¨¢ abordar unidamente el poder y deber de la ciencia). Pero quedan muchas bajuras en el mundo, lugares sin (re)medios donde tampoco ese debate es titular. Lugares donde los milagros se necesitan en todas sus acepciones. "Si supiera Herodes -escribi¨® Joseph Brodsky- que a mayor poder m¨¢s seguro, m¨¢s cierto es el milagro". El cl¨¢sico milagro ¨¦tico de Herodes convertido a la causa de las vacunas y los antibi¨®ticos y los antivirales y las c¨¦lulas protectoras para todo el mundo; en su totalidad.
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