?Taxi!
Cada vez que me subo a un taxi tengo la impresi¨®n de que debo rogarle al conductor que haga lo que supuestamente es el oficio de un taxista: llevar al cliente hasta donde ¨¦l lo pida.
Cuando ostentaba mi barriga de casi nueve meses de embarazo y despu¨¦s de esperar una larga fila en plaza de Catalunya para que tocara mi turno, finalmente tom¨¦ un taxi y al darle la direcci¨®n de mi destino me dijo que no me llevar¨ªa y que mejor me bajara del taxi porque no le conven¨ªa dar tanta vuelta por un trayecto tan corto. Anonadada, porque no se apiad¨® de mi estado, insist¨ª en que le pagar¨ªa el doble si me llevaba. Se neg¨® rotundamente y tuve que abandonar el taxi, para volver a hacer otra fila.
No s¨¦, si siempre ha sido ¨¦ste el modus operandi de los taxistas en Barcelona o es que, al igual que en Par¨ªs, como ya sobra el trabajo se dan el lujo de despreciar al pasajero y hasta ser rudos.
Al d¨ªa siguiente tom¨¦ otro en el paseo Mar¨ªtim y nuevamente cuando dije adonde iba, que ciertamente estaba a unos metros, pero los suficientes para no poder caminar, comenz¨® el estira y afloja: "Pero est¨¢ ah¨ª mismo", me dec¨ªa el taxista. "Ya s¨¦ que est¨¢ cerca, ?me podr¨ªa llevar?", le ped¨ªa yo con cara de hast¨ªo. "?Hombre!, puede caminar. Est¨¢ aqu¨ª mismo", me recriminaba, mientras yo insist¨ªa en que no pod¨ªa andar y apuntaba a mi vientre "?Qu¨¦ no me ve?". Finalmente me dej¨® subir, pero todo el camino fue discutiendo y repitiendo como disco rayado "estaba aqu¨ª mismo, aqu¨ª mismo".
Frecuentemente hay discusi¨®n cuando uno propone otra ruta, pues uno a veces le tiene ma?a a ciertos caminos, ya sea porque por ah¨ª vive la suegra o un ex novio o simplemente le apetece ir por una bella calle que le recuerde las razones por las que escogi¨® vivir en Barcelona. El taxista insiste en otra ruta, la que le muestra el GPS electr¨®nico: "Habr¨¢ mucho tr¨¢fico, se lo digo, habr¨¢ mucho tr¨¢fico". O su GPS de tripa: "?Que voy a almorzar!, no paso por ah¨ª".
Luego, ya aproxim¨¢ndose al lugar de arribo, van bajando la velocidad y te preguntan:
"?Aqu¨ª est¨¢ bien, verdad?". A¨²n est¨¢s lejos de tu parada, entonces hay que explicar que a¨²n tienes la cicatriz de la ces¨¢rea o inventar enfermedades bochornosas para que lo dejen a uno exactamente en la puerta del domicilio. "Mire es que tengo un juanete en el pie izquierdo y en el derecho un ojo de pescado que pill¨¦ en la piscina y casi no puedo mover los pies".
Encima siempre traen el termostato diferente al de uno. En invierno ponen la calefacci¨®n hasta arriba y en el momento que les da calor la apagan de golpe y bajan el cristal, dejando entrar el g¨¦lido aire. En verano, encienden el aire acondicionado a todo lo que da provoc¨¢ndole una gripe en cualquier estaci¨®n. Si uno les pide que suban el cristal o que bajen el aire, primero hacen que no escucharon, a la segunda llamada bajan un pel¨ªn como quien no quiere la cosa. A la tercera otro mil¨ªmetro hasta que uno se d¨¦ por vencido.
Mi situaci¨®n roza el infortunio cuando me doy cuenta de que le he dado el nombre de la calle equivocada, porque he de aceptar que todav¨ªa confundo las calles que tienen nombres similares; entonces comienzo a sudar por el temor de c¨®mo inform¨¢rselo al conductor sin que se transforme en pantera. Mejor fingir que recibo por el m¨®vil una llamada inesperada que me hace de pronto cambiar de ruta. "Disculpe, se?or, tuve una emergencia. Nos vamos a desviar", entonces ya le indico la nueva direcci¨®n con el resultado de que de todas formas se enfada y balbucea como si hiciera g¨¢rgaras con gasolina.
S¨®lo en esas ocasiones uno piensa en los taxistas de Estados Unidos, que responden: "Yes sir. No problem sir", o los de Alemania, muy calladitos, que s¨®lo asienten con la cabeza, o los ingleses, que hacen un discreto movimiento de ceja y obedecen a su petici¨®n, o los de Cuba, siempre tan de buen humor aunque el auto se les rompa tres veces a la semana, y ni decir los de M¨¦xico, que le devuelven la virginidad: "C¨®mo no, se?orita, usted d¨ªgame qu¨¦ ruta prefiere y con mucho gusto la llevo" y hasta le abren y le cierran la puerta.
Entre tanto amo del volante, le puede tocar uno con s¨ªndrome del confidente que quiere contarle todos sus problemas matrimoniales en el trayecto de Consell de Cent a la Diagonal y esperar que usted le d¨¦ un sabio consejo. Otros, muy parlanchines, deciden que el retrovisor es un espejo in¨²til para verle la cara al pasajero; entonces, al conversar, tuercen la cabeza hacia usted, girando parte del cuerpo y quitando la vista de la v¨ªa; ah¨ª, uno se empieza a poner nervioso y contesta cualquier cosa para que retome la vista al frente.
-"S¨ª. S¨ª".
-?Qu¨¦! ?Si votar¨ªa por el PP despu¨¦s de tantas mentiras?
-?Ah! No. Perd¨®n, no le puse atenci¨®n. No. Definitivamente no, pero de cualquier forma no puedo votar porque soy extranjera.
-?Inmigrante? -pregunta el conductor porque si a uno lo ven morenito es inmigrante, si lo ven rubio es extranjero o turista; en cualquier caso se agradece esa amabilidad de interesarse en la nacionalidad del cliente.
-?Es usted peruana?
-No.
-?Boliviana?
-Tampoco
-?Ecuatoriana?
-Menos. Soy de un pa¨ªs entre Estados Unidos y Guatemala.
-?Honduras?
Perdido en geograf¨ªa y en el G¨°tic, aquel taxista que parec¨ªa ya ganarse mi simpat¨ªa, me devolvi¨® al asfalto en la ¨²nica noche que quise vestirme como dama de sociedad con vestido largo y zapato de tac¨®n.
A¨²n m¨¢s que la ampolla que me gan¨¦, me doli¨® el reconocer mi doblemente proletaria realidad: encima de no tener coche, cuando tomas un taxi te vuelven a dejar en tus dos pies.
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