Tomar el cielo
Y un d¨ªa Barcelona se invent¨® el mar. Fue en nuestra epifan¨ªa, el verano del 92, y a partir de entonces cambiaron los colores, la luz, la direcci¨®n natural de las calles y de las conversaciones. El invento lo trajo todo: turismo, cocina y orgullo de ser de aqu¨ª.
Pero a Barcelona le queda una asignatura: el cielo. Si nos comparamos con otras grandes ciudades, no hay casi nunca ninguna intenci¨®n de perfilar las nubes. Y si uno sube a un ¨¢tico quedar¨¢ horrorizado del caos y de las antenas mal agolpadas, pero sobre todo le sorprender¨¢ que no hay edificios altos. S¨®lo las dos torres de la Vila Ol¨ªmpica y la Agbar, maravilla inigualable. ?C¨®mo una ciudad con tantos problemas de suelo no ha crecido hacia arriba? Quiz¨¢ alguno de nuestros urbanistas deber¨ªa darse una vuelta por Hong Kong y contemplar su skyline, la armon¨ªa del conjunto y a la vez la fuerte personalidad de cada construcci¨®n, para darse cuenta de que a veces hay que ser m¨¢s pragm¨¢tico y desacomplejado. Y que nadie diga que destrozar¨ªa el paisaje, porque le invitar¨¦ a pasear por la tremenda avenida del General Mitre. Ya tuvimos el alcalde del mar. Ahora nos falta el del cielo, el que sea valiente y crezca hacia arriba.
Ten¨ªa para Barcelona alg¨²n sue?o m¨¢s realizable, como esperar que esta ciudad hable catal¨¢n y lo convierta en la lengua com¨²n de todos los que vienen de fuera y nos hacen m¨¢s fuertes. La conquista del cielo ser¨¢ m¨¢s dif¨ªcil, pero tambi¨¦n inevitable. Y traer¨¢ m¨¢s infraestructuras y quiz¨¢ un metro que permita ir a alg¨²n sitio. Ya ven, so?ar es gratis.
Ernes Folch es editor
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