"Cultivamos opio para matar el hambre"
Afganist¨¢n produce el 92% de la droga, pero la morfina escasea en sus hospitales
El calor ha adelantado este a?o la cosecha de opio, que las lluvias de marzo han convertido en espl¨¦ndida. Para buscar cultivadores de amapolas opi¨¢ceas no hace falta adentrarse por tierras remotas de Afganist¨¢n. En los primeros d¨ªas de mayo, desde la misma carretera general que une Kabul con Pakist¨¢n se pod¨ªa ver a multitud de mujeres que recolectaban las c¨¢psulas ya secas de las amapolas, en cuyo interior se guardan las semillas. "La guerra destruy¨® nuestros sistemas ancestrales de regad¨ªo, y la ayuda que da el Gobierno para plantar cereales no llega ni para abonar la tierra. Cultivamos opio para matar el hambre", afirma Habib Gul.
Hijo de una saga de campesinos que se pierde en el tiempo, Habib tiene 52 a?os, 13 hijos y una conciencia clara de que hace lo mejor para su familia. "Hered¨¦ esta tierra de mi padre y de ¨¦l aprend¨ª a cultivar el opio, al igual que mi padre aprendi¨® de mi abuelo", cuenta mientras dos de sus hijos recogen semillas para plantarlas en noviembre.
"Hered¨¦ esta tierra de mi padre y de ¨¦l aprend¨ª a cultivar el opio, como mi padre aprendi¨® de mi abuelo""Es pronto para la legalizaci¨®n", dice el viceministro antidroga. "Primero hay que erradicar el cultivo"
"Aqu¨ª todos tenemos barras de hierro. No vamos a consentir que la polic¨ªa arranque nuestro medio de vida", destaca refiri¨¦ndose a los t¨ªmidos intentos del Gobierno provincial por erradicar el cultivo de la adormidera, seg¨²n las recomendaciones del presidente Hamid Karzai. "Nadie denuncia porque todos tenemos los mismos problemas para subsistir", a?ade.
Afganist¨¢n gener¨® en 2006 el 92% de la producci¨®n mundial ilegal de opio. El 10% de los 31 millones de afganos estuvo directamente vinculado al cultivo y el tr¨¢fico de la adormidera, que supuso el 60% de la econom¨ªa nacional. Este a?o, las cifras son similares, pero lo m¨¢s grave es c¨®mo se estrecha la vinculaci¨®n del opio con el tr¨¢fico de armas y la insurgencia. "Nosotros no tenemos nada que ver con los talibanes. Cultivamos opio porque es lo ¨²nico rentable cuando se tiene un acre de terreno
[4.047 metros cuadrados] seco y ¨¢rido", dice Habib. "Sin estas ganancias no podr¨ªa casar a mis hijos y condenar¨ªa a todos los m¨ªos a la verg¨¹enza y a la indigencia", sostiene.
No hay duda, sin embargo, de que el narcotr¨¢fico y la insurgencia van de la mano. En Helmand -la provincia que produce el 40% del opio afgano- y Kandahar, rebeldes y narcotraficantes pagan a los j¨®venes que empu?an las armas cuatro veces el sueldo (52 euros) de un polic¨ªa. La influencia de la insurgencia por el tercio sur del pa¨ªs se extiende d¨ªa a d¨ªa. En los ¨²ltimos cinco a?os, la guerrilla se ha rearmado en su refugio de las ¨¢reas tribales de Pakist¨¢n, zonas en las que buena parte del opio afgano se convierte en hero¨ªna. Para ello se utiliza el anh¨ªdrido ac¨¦tico, un precursor qu¨ªmico, cuyo tr¨¢fico y comercializaci¨®n es tambi¨¦n ilegal.
El Consejo Senlis, un grupo internacional de presi¨®n, sostiene que la ¨²nica forma de estabilizar y garantizar el desarrollo de Afganist¨¢n es a trav¨¦s del establecimiento de licencias de cultivo de opio para la fabricaci¨®n de pastillas de morfina y code¨ªna en las mismas aldeas afganas. Jorrit Kamminga, jefe de investigaci¨®n de Senlis en Kabul, afirma que "la destrucci¨®n de la amapola es un m¨¦todo ineficaz y contraproducente, porque genera m¨¢s frustraci¨®n entre los campesinos". Kamminga defiende que, al igual que se acord¨® con Turqu¨ªa en 1970, se establezca en Afganist¨¢n un programa piloto que "permita a los campesinos cultivar, a las autoridades locales crear empleo con la fabricaci¨®n de analg¨¦sicos y al Gobierno cobrar impuestos".
"Es demasiado pronto para la legalizaci¨®n. Primero tenemos que erradicar los cultivos y despu¨¦s establecer licencias con fines terap¨¦uticos", afirma Sami, viceministro Antinarc¨®ticos. No deja de sorprender, sin embargo, que los hospitales del mayor productor mundial de la adormidera carezcan de morfina y de todo tipo de medicamentos paliativos del dolor.
S¨®lo el r¨¦gimen brutal de los talibanes (1996-2001) consigui¨® frenar el cultivo de opio. Nursult¨¢n, de 38 a?os, recuerda que tanto ¨¦l como la mayor¨ªa de sus vecinos se vieron obligados a exiliarse en Pakist¨¢n. Los campos se quedaron yermos. El hambre hizo estragos entre los m¨¢s d¨¦biles. Nursult¨¢n, que volvi¨® en 2002, lamenta haberse dejado convencer y no haber plantado amapolas en 2005. "Cosech¨¦ ma¨ªz, pero con eso no se vive. Casar a un hijo cuesta m¨¢s de 200.000 afganis (3.000 euros) y tengo cuatro, y tres hijas".
Como Nursult¨¢n y Habib, la mayor¨ªa de los peque?os cultivadores de su entorno vendi¨® a los narcotraficantes la cosecha antes de plantarla. "Me pagaron 50.000 afganis. Habr¨ªa ganado mucho m¨¢s si lo hubiera vendido ahora, porque he sacado unos cuatro kilos de opio fresco y su precio es de 30.000 afganis por kilo. Si se guarda y se deja que pierda el agua, el valor se multiplica, pero supone un riesgo".
Pese a haber nacido y crecido entre adormideras, Nursult¨¢n asegura que nunca ha fumado opio, ni se ha inyectado hero¨ªna. "Estamos demasiado d¨¦biles para aguantar esas drogas. Eso es para ustedes", dice con una sonrisa, mientras algunos de los curiosos que se han acercado rompen las c¨¢psulas con el dedo gordo y se comen las semillas.
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