Como una hija guapa despu¨¦s de la ca¨ªda
-Siendo Marbella lo que es, ?no es normal que haya terminado as¨ª?
La pregunta, tan ret¨®rica como c¨ªnica, la formula en voz alta un comerciante establecido en Marbella pero de origen extranjero, alguien lo bastante cercano y, sin embargo, ajeno, como para ejercer de observador relativamente imparcial y permitirse opinar.
-Ahora andan todos tristes y deprimidos -a?ade. Y a?oran el pasado. Aqu¨ª estaban contentos con Gil y Gil, y hasta con Juli¨¢n Mu?oz. Se sent¨ªan protegidos. Luego todo fue de mal en peor.
Juicios demoledores que el habitante medio de esta tierra m¨ªtica jam¨¢s se atrever¨¢ a explicitar ante un forastero, menos a¨²n si se trata de un periodista. Nosotros hemos contribuido a divulgar sus males; pertenecemos al grupo de los otros, a quienes culpabilizan de su actual postraci¨®n, empezando por los pol¨ªticos que ellos mismos eligieron y jalearon. Sobre todo -y ¨¦sta es la parte peor: la negaci¨®n-, ning¨²n ciudadano osar¨¢ reconocer ni siquiera en su fuero interno esas verdades del barquero que ponen en entredicho su propia inocencia.
Ya no son famosos ni famosas los que se exhiben en Marbella, ni siquiera de noche. Son nuevos ricos, o mafiosillos, o intermediarios
?Ser¨¢n capaces los marbell¨ªes de asumir sus responsabilidades y sacar adelante su ciudad sin esperar de sus gobernantes m¨¢s que honradez?
Pues Marbella es como esas hijas guapas a las que no se les permite tener estudios ni ejercitar la introspecci¨®n: ya vendr¨¢n quienes hagan su fortuna sin obligarlas a realizar m¨¢s esfuerzo que mantener la belleza intacta y la disposici¨®n a la entrega. El padrinazgo forma parte del ADN de esta ciudad, igual que el microclima privilegiado, la belleza del paisaje, el hecho de hallarse engastada entre el mar y la sierra, y los hitos del pasado remoto, glosados en no pocos vol¨²menes por su historiador local, el ya difunto Fernando Alcal¨¢ Mar¨ªn. Su obra p¨®stuma, un libro interesante e ilustrado, preside el escaparate de la prestigiosa Librer¨ªa Mata, fundada en 1937 y situada en las estribaciones del casco antiguo de la ciudad. Un centro hist¨®rico cuidado y recoleto en el que uno puede adentrarse, alej¨¢ndose de la inquietante autopista que parte Marbella en dos y que, dejado atr¨¢s el espl¨¦ndido parque de la Alameda con su antiguo y desgastado casino, atraviesa una acumulaci¨®n urban¨ªstica e inmobiliaria implacable, antes de retomar su nombre de guerra de los buenos tiempos -la milla de oro-, cerca del Marbella Club y hasta recalar en esa joya del kitsch local que se llama Puerto Ban¨²s, cuya oferta de prodigios se inicia con una avenida dedicada a Julio Iglesias (en la placa, con gran sentido pr¨¢ctico y grabado indeleble, se anuncia tambi¨¦n el restaurante Tridente), y por donde siguen pase¨¢ndose los Rolls-Royce y las fulanas de alto standing.
Hoy, los amigos que me sirven de gu¨ªas me muestran el Hotel Guadalp¨ªn, en donde Isabel Pantoja compr¨®, o no compr¨®, o pag¨®, o hipotec¨®, o yo que s¨¦, su famoso apartamento. Poco antes, esos mismos amigos, veteranos compa?eros de aventuras period¨ªsticas no ya en la Era Gil (los 90), sino incluso en la Edad del Brillo (los 70) -cuando el padrinazgo lo ejerc¨ªan Jos¨¦ Ban¨²s, que fue uno de los constructores del Valle de los Ca¨ªdos; y el avispado Alfonso de Hohenlohe, y banqueros como Ignacio Coca-, hab¨ªan aventurado, en torno a los manteles del restaurante Santiago de toda la vida (apreciado por los jeques cuando la Era Saud¨ª, en los 80), que si Juli¨¢n Mu?oz est¨¢ como est¨¢ y en la enfermer¨ªa, no es por la c¨¢rcel en s¨ª y los procesos, "sino por el amor de Isabel, y ella no le merece. La duda es si ir¨¢ a verle para hacerse la foto de buena, que la necesita. Habr¨¢ que montar guardia". Por entonces a¨²n desconoc¨ªamos el gran sacrificio de Isabel, yendo al banco a ingresar 3.000 euros todos los d¨ªas, qu¨¦ traj¨ªn el suyo: eso s¨®lo se puede hacer por amor.
A estos niveles nos movemos hoy. Cu¨¢n lejos de aquellos tiempos en que el paparazzi, una vez en la fiesta, hechas las fotos previamente pactadas, se quedaba a gozar de la generosidad de los anfitriones y de lo que cayera. Ahora muchos tienen que abrirse paso a codazos entre los desaprensivos de lo cutre que van de reporteros audaces. Aunque los mejores siguen siendo buenos.
La ¨²ltima vez que estuve en Puerto Ban¨²s, y en Marbella, fue en el verano de 1995, cuando escrib¨ªa desde aqu¨ª mis Hogueras de agosto. Jes¨²s Gil y Gil ya estaba bien enrocado en la Alcald¨ªa, y nadie se quejaba de ¨¦l. Nadie, salvo cuatro periodistas, cuatro ciudadanos. Y la concejala del PSOE, Isabel Garc¨ªa Marcos, a quien entrevist¨¦ porque La Cosa sol¨ªa ponerla a parir en los plenos, hasta hacerla llorar; debo decir que ya entonces me sorprendieron sus labios operados y sus mechas rubias, pero lo achaqu¨¦ a la influencia del medioambiente -Miami Ca?¨ª, es Marbella-, no a su futura e interesada participaci¨®n en el conjunto Las Chaneles, que es como llaman aqu¨ª al terceto integrado por la susodicha, por la ex alcaldesa Marisol Yag¨¹e, que sucedi¨® a Juli¨¢n Mu?oz, y por la esposa de ¨¦ste, Mayte Zald¨ªvar.
En estos d¨ªas de 2007, las rubias del contubernio inmobiliario se encuentran desaparecidas, pero no faltan id¨¦nticas mechas e id¨¦nticos labios, y gestos de hembra atigrada con bolsas de marca colgando de las garras: son las turistas de lujo pero sin clase, o las esposas de propietarios y empresarios de la misma jaez, que a su vez llenan las fiestas de caridad frecuentadas anta?o por Tita Cervera o por la ex emperatriz Soraya de Persia. Se las puede ver en el paseo, entran en las tiendas y hacen su comprita, su Gucci, su Ferragamo: aunque la temporada fuerte a¨²n no ha empezado. Ya no son famosos ni famosas quienes se exhiben en Marbella, ni siquiera aprovechando la oscuridad de la noche. Son nuevos ricos, o mafiosillos, o intermediarios que se quieren dar el gusto de mostrarle a la se?ora las picard¨ªas de la capital de la Costa del Sol.
Ca¨ªda con un trancazo gripal importante adquirido gracias a las refrigeraciones innecesarias del lujo de Marbella -que gasta m¨¢s energ¨ªa que Andaluc¨ªa entera, como quien dice-, de pronto me encontr¨¦ frecuentando a diario una de las farmacias del paseo (suministradora de b¨®tox, faltar¨ªa m¨¢s), en donde la dependienta (encantadora: como todos los marbell¨ªes, que son muy gentiles y serviciales) no s¨®lo me fue vendiendo p¨®cimas y jarabes, sino que mostr¨® particular empe?o en que nunca saliera de la tienda con los productos metidos en la bolsa de pl¨¢stico reglamentaria. Se las arregl¨® para meter mis compras en bolsas de papel satinado con la marca de alg¨²n que otro mejunje de belleza. As¨ª es Marbella: guardar las apariencias, aunque la ciudad se est¨¦ deshaciendo por dentro.
Cuando abandon¨¦ Marbella en 1995 por hartazgo sideral del gilismo y su horterada, dej¨¦ un panorama desalentador. Espartaco Santoni administraba el puerto deportivo de Ban¨²s y tocaba los bongos en su chiringuito con el cr¨¢neo envuelto en un pa?uelo de pirata; Lolita y Carmina Ord¨®?ez charlaban con caras largas en un restaurante chino de ¨²ltima. Y Kashogui, el traficante de armas que pronto se ver¨ªa obsequiado con una pulsera en el tobillo para que las autoridades norteamericanas detectaran su paradero, nos recib¨ªa en su yate-b¨²nker Nabila, un prodigio de mal gusto con estuches para pa?uelos de papel en oro macizo; el difunto Jaime de Mora y Arag¨®n llevaba sus asuntos de prensa.
Jaime tiene ahora su busto en Marbella; en realidad, la ciudad est¨¢ salpicada de bustos de muertos: en el hoy desangelado Marbella Club preside el de Alfonso de Hohenlohe; y en Puerto Ban¨²s, el propio don Jos¨¦, uno de los primeros pr¨®ceres. "Hizo mucho por Marbella", es la frase que todos repiten. La que define a un buen padrino -el padre de Cary Lapique, por ejemplo- o a una buena madrina -la madre de Gunilla von Bismark, la ¨²nica que le pidi¨® a Gil que, al morir ella, no permitiera que se recalificaran los terrenos de su finca lindante con el Marbella Club. Como es natural, nadie le hizo caso, empezando por su hija.
"?se no hizo nada por Marbella" es la otra cara de la moneda. Pero lo cierto es que, ante las elecciones, puede ser que prime el pensamiento ¨²nico del afecto a los padrinazgos. No lo quieren as¨ª quienes esperan una limpieza a fondo. Pero, ?ser¨¢n capaces los marbell¨ªes de asumir sus responsabilidades, de crecer, de proponerse sacar adelante su ciudad sin esperar de sus gobernantes m¨¢s que honradez y transparencia? Diego Mart¨ªn Reyes, presidente de la comisi¨®n gestora que se hizo cargo del Ayuntamiento despu¨¦s de la ca¨ªda, abogado y socialista ¨ªntegro, tiene esa confianza. Pero ¨¦l no se presenta.
Ojal¨¢ levanten cabeza y puedan ponerla bien alta.
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