La ciudad federal
Pericles dec¨ªa en la antigua Atenas que todos somos capaces de juzgar la pol¨ªtica, aunque sean pocos los que la dise?an y administran. La democracia no es literalmente el pueblo que se autogobierna, sino el pueblo que tiene el control sobre el poder de gobernar. La ciudad es el territorio ideal para desarrollar la democracia, donde el poder de gobernar se ejerce en la proximidad. Por supuesto, me refiero a la ciudad republicana y federal, la que permite comprender el poder como algo propio de la ciudadan¨ªa y al alcalde como un primer ciudadano. Esta ciudad tiene que ser proporcionada en territorio y poblaci¨®n, y heterog¨¦nea en su composici¨®n. Las grandes ciudades de millones de habitantes son m¨¢s bien deformaciones de ciudad, los peque?os municipos necesitan cooperar entre ellos para ser ciudad.
La ciudad media es la ideal. En cambio, es conveniente la estructura y el funcionamiento federal de la ciudad excesivamente grande, y es pertinente la uni¨®n federal de los peque?os municipos. El poder en sentido democr¨¢tico y federal es la acci¨®n colectiva para conseguir cosas, pero el poder es tambi¨¦n la leg¨ªtima autoridad para tomar decisiones en nombre de todos. Se necesitan a la vez estas dos caras del poder para el buen gobierno. El excesivo poder del alcalde puede caer en una derivaci¨®n mon¨¢rquica, clientelar y discrecional del ejercicio del gobierno. Por eso es deseable una real descentralizaci¨®n del gobierno de la gran ciudad, un equilibrio territorial de poderes y la creaci¨®n y el impulso de canales de participaci¨®n ciudadana y de control del gobierno local.
No se trata, sin embargo, de caer en el manique¨ªsmo de considerar que la primera cara del poder es siempre buena y, por el contrario, desconfiar permanentemente de los gobernantes elegidos por una tendencia irreprimible a dejarse corromper. Se puede ser un buen alcalde (Catalu?a ha tenido excelentes alcaldes en democracia) y puede haber acciones colectivas o grupos de presi¨®n que no tienen otro inter¨¦s que su propio beneficio, exclusivo y excluyente. Todos, gobernantes y gobernados, podemos entrar en la v¨ªa de la corrupci¨®n, en el sentido de buscar ¨²nicamente el enriquecimiento personal mediante la especulaci¨®n y la acci¨®n ilegal o dudosamente legal. Es m¨¢s, la corrupci¨®n a gran escala se produce cuando el poder p¨²blico es corrompido por el inter¨¦s privado. La corrupci¨®n puede aparecer y multiplicarse cuando hay mil tentaciones para caer en ella y no hay control para impedirlo.
Se piensa con raz¨®n que los que mandan en la econom¨ªa y en las instituciones tienen m¨¢s informaci¨®n, m¨¢s recursos, m¨¢s influencia y, si les falta algo, acostumbran a saber tambi¨¦n c¨®mo burlar la ley. Suceda o no suceda esto, nunca hay que renunciar a establecer un equilibrio de poderes (porque se vigilan y controlan entre ellos) y, especialmente, a promover formas de participaci¨®n ciudadana para juzgar y controlar a quienes tienen la legitimidad, mediante elecci¨®n, de gobernar la ciudad.
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