Espacio en blanco
Las elecciones no gustan. Las precampa?as se avecinan como tormentas, la gente escucha los primeros discursos como los lejanos truenos de un inminente desastre ambiental. Los rayos y centellas que se lanzan entre s¨ª los candidatos crean una lluvia torrencial de reproches, proclamas y esl¨®ganes que empapan a la sociedad inocente y ajena a la batalla de los candidatos. Los pol¨ªticos disertan elevados sobre sus p¨²lpitos y, al igual que trasnochadas deidades, a¨²n creen que se les atiende y se les cree, que nos encomendamos a sus programas y sus im¨¢genes.
Muchos madrile?os hemos perdido sinton¨ªa con nuestros l¨ªderes, quienes no cesan de mostrarse corruptos o simplemente ineptos. Ensimismados en sus nubes, trazan fabulosas remodelaciones urban¨ªsticas o decretan leyes desconectadas con las demandas populares, m¨¢s aplicados en su propia glorificaci¨®n o en la fulminaci¨®n de los oponentes que en el servicio y la atenci¨®n p¨²blica. La Encuesta Social Europea (ESE), que se llev¨® a cabo en 25 pa¨ªses europeos entre 2004 y 2005, determin¨® que los espa?oles son los que m¨¢s desinter¨¦s mostramos hacia la pol¨ªtica. Casi al 30% de la poblaci¨®n no le interesa "nada o muy poco" lo que se cuece en el Parlamento y al resto, le interesa "poco". Los espa?oles concedemos un 5,1 al Parlamento, un 4,7 al sistema judicial y un 3,7 a los pol¨ªticos.
Damos un 5,1 al Parlamento, un 4,7 a la justicia y un 3,7 a los pol¨ªticos
Aguirre es tan conocida, tan familiar, tan obvia, que resulta insustancial
Es imposible esquivar las gotas de un chaparr¨®n, as¨ª que lo m¨¢s inteligente es encontrarle el encanto a la lluvia. Las campa?as electorales pueden pasar de ser un contratiempo est¨¦tico y medi¨¢tico a un emocionante dilema. Muchos madrile?os observamos el duelo entre los candidatos, sus fotos enfrentadas en las farolas de la Castellana o los debates en Telemadrid con el inter¨¦s con el que atendemos la final de un concurso televisivo. La falta de complicidad y calidad de los candidatos pol¨ªticos nos han forzado a tomar distancia y a reinterpretar el d¨ªa de las elecciones como una noche de m¨¢xima audiencia donde el p¨²blico decidir¨¢ qui¨¦n de los dos finalistas es el vencedor. S¨®lo en el momento de la votaci¨®n nos sentimos part¨ªcipes de la larga campa?a, personajes activos de una trama que hasta ese instante contempl¨¢bamos desde fuera.
El gran problema de estos comicios es que los "concursantes" son, probablemente, los m¨¢s aburridos de las ¨²ltimas ediciones/elecciones. El duelo comunitario entre Esperanza Aguirre y Simancas es como el combate entre dos ex deportistas. Ambos est¨¢n en horas bajas, da la impresi¨®n de que a los dos se les ha marchitado su mejor momento. Simancas no s¨®lo parece seguir con el gesto petrificado que le cincel¨® es tamayosaezismo, sino a¨²n convaleciente psicol¨®gicamente. El pobre Rafael es algo as¨ª como el Carde?osa de la pol¨ªtica, alguien marcado por la tragedia, a¨²n hechizado por el aura y el aspecto del fracaso.
Esperanza Aguirre no alberga ning¨²n misterio. Ese es su problema. Es tan conocida, tan familiar, tan obvia que resulta insustancial. No s¨®lo da la impresi¨®n de carecer de un juego de piernas, un gancho o un crochet con el que sorprendernos, sino que tampoco se tira el farol. Y as¨ª, sin luces, basando su mano en la simpleza, su atractivo en el mundo del entertainment es cero.
Ruiz Gallard¨®n al menos se ha ganado la enemistad de gran parte de la ciudad y eso le da tir¨®n. Al margen de las canas en las cejas tampoco ofrece grandes novedades, pero le ha echado un pulso a Madrid con su M-30 y sus parqu¨ªmetros y tiene cierta gracia ver c¨®mo le responde el personal. El gran problema de este careo es su contrincante: Miguel Sebasti¨¢n.
En un principio estaba llamado a ser la sal de las dobles parejas, ya que, al menos, estaba sin estrenar. Sin embargo, no ha acabado de despegar. Adem¨¢s, ?qu¨¦ clase de entereza y aplomo se le puede pedir como alcalde si la sola tensi¨®n de la precampa?a le ha envejecido diecisiete a?os? Lo peor de Sebasti¨¢n no es que parezca mayor, sino que tiene el grotesco aspecto de alguien al que hubiesen maquillado en una pel¨ªcula de serie B para aparentarlo.
As¨ª que ya ni siquiera dan juego estos pol¨ªticos como espect¨¢culo electoral. Muchos incluso hemos perdido el inter¨¦s por los asuntos m¨¢s fr¨ªvolos de su propia frivolidad. Si las elecciones fuesen un concurso de la tele, esta vez nos ahorrar¨ªamos el sms o, como mucho y en se?al de protesta, podr¨ªamos probar a mandar s¨®lo el espacio en blanco.
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