El santo trae toreo caro
San Isidro era pocero. Como el otro. Y luego labrador. Por lo visto andaba componiendo y aparejando los campos de un tal Vargas, por all¨ª cerca del Manzanares, donde otros como ¨¦l contin¨²an la tarea, ahora en la M-30 de Gallard¨®n. Naci¨® en el centro, viv¨ªa por Latina, donde hab¨ªa, ya en el siglo XI, el mismo revoltijo de razas y religiones que hoy conviven por all¨¢, hasta que las circunstancias -guerreras entonces- apretaron y se fue a buscar trabajo eventual, creemos que sin contrato, a pueblos de la provincia, hoy dormitorios de currantes madrile?os. Volvi¨® al foro -Madrid tira mucho- en compa?¨ªa de su se?ora, Mar¨ªa, hija de moz¨¢rabes -vamos, de inmigrantes cristianos- y en la Villa naci¨® su hijo, al que rescataron de un pozo de milagro.
N¨²?ez del Cubillo / Morante, D¨ªaz, Capea
Toros de N¨²?ez del Cubillo. Nobles y justos de fuerzas. Embistieron bien el tercero y el quinto, que fueron aplaudidos en el arrastre. Jos¨¦ Antonio Morante de la Puebla: media baja (algunos pitos); dos pinchazos y estocada (pitos). Curro D¨ªaz: dos pinchazos, media ca¨ªda y tres descabellos (silencio); metisaca atravesada en el costillar (saludos y ovaci¨®n). Pedro Guti¨¦rrez, El Capea: pinchazo y gran estocada (algunos pitos); pinchazo sin soltar y buena estocada (silencio). Plaza de Las Ventas, 15 de mayo. Sexta corrida de abono. Lleno de no hay billetes.
Ella barr¨ªa y arreglaba casas -la ermita, por devoci¨®n- como cualquier empleada de la limpieza, y como eran m¨¢s buenos que el pan, ped¨ªan a los ¨¢ngeles que les echaran una mano en el traj¨ªn para poder tomarse alg¨²n respiro. Murieron sin un duro, como corresponde al perfil, y cuando la gente vio que los restos del cuerpo de Isidro, enterrados con incuria en caja de pino sin desbastar, no se corromp¨ªan, comprendieron que era un bendito. Sabia conclusi¨®n. Tal popularidad no se hizo esperar a la hora de las celebraciones -tan madrile?as- y tras el l¨ªo de traslados, que dur¨® siglos, para disputarse el cuerpo -nada nuevo-, la Villa lo proclam¨® santo, con esa impaciencia an¨¢rquica que orna a los gatos, antes de que lo hiciese la Iglesia. Los festejos duraron quince d¨ªas -poco menos que la Feria de este a?o- y el casto de Lope de Vega ofici¨® de maestro de ceremonias. Imposible ser m¨¢s madrile?o. Ni m¨¢s santo. As¨ª que, para no ser menos, festejamos su memoria con el primer cartel de lujo del serial.
Y hubo toros, dos de ellos aplaudidos, buenos y nobles, aunque flojos. Y hubo toreo caro, toreo de privilegio, del que apenas se ve. Curro D¨ªaz se come un d¨ªa la plaza. Ven¨ªa de salir por la Puerta Grande y, como el maestro Rinc¨®n, quer¨ªa volver a hacerlo en una sustituci¨®n. Curro D¨ªaz es de Linares, como Curro V¨¢zquez, y torea muy al gusto de Madrid. Y de cualquier sitio. Su primero se estuvo horas en la vara, y lo pag¨®. Curro, seguro y con presencia, lo fue sacando al tercio, le busc¨® distancia, pero el toro se iba a tierra o acomet¨ªa sin fe, y dejaba en el aire, hu¨¦rfana de compa?¨ªa, la torer¨ªa del linarense.
Sali¨® el quinto, Compa?ero. Ni por el nombre ni por el orden pod¨ªa salir malo. Desde que cogi¨® la muleta, empez¨® Curro D¨ªaz a torear. Con arte, empaque y sabor. Cre¨® murmullo en el recibo, y en el tercio empez¨® a volverlo loco, despacioso, bajando la tela desmayada, con el toro dentro, escondido en los redondos, el comp¨¢s semiabierto, el torso arqueado, el ritmo templado; como un milagro. Con la izquierda, bien cogida la distancia, sin ahogar, rematando con gracia, flamenqueando lo justo, bajaba el toreo del cielo y, ya en tierra, se dedic¨® a firmar y a dar trincheras con hondura sin par. Si la hubiera tenido enterrando la espada, abre la Puerta Grande. Por segunda vez consecutiva. Y sustituyendo, como Rinc¨®n.
Morante, de negro y plata, record¨® al maestro Paula en algo m¨¢s que en el vestido. Recibi¨® con una ver¨®nica prometedora a Billetero, y se chistaba en el quite, donde se mecieron tres ver¨®nicas y una media dulces como regalos. Con credenciales de enjundia le administr¨® ayudados por alto y por bajo, e intent¨® naturales ce?idos, acompa?ando el ritmo de un toro cansado que no terminaba de pasar. Hubo protestas confundidas que debieron ser para el animal, y no supimos si eran complicidad entre colegas o desilusi¨®n. Quit¨® el primero de Capea con tres chicuelinas de gracia alada y una revolera que vol¨® como una mariposa. Con el cuarto, que sal¨ªa de los remates con cabeza alta, se fue al centro con ¨¦l. All¨ª medit¨® un rato, le dio dos naturales -buenos-, le enganch¨® y le sacaba alguno suelto, alg¨²n adorno, mientras calibraba las desfavorables opiniones que surg¨ªan de la multitud. Pinch¨® sin ¨¢nimo de da?arlo.
Capea hizo lo que pudo ante un p¨²blico sever¨ªsimo, que ni acept¨® los pases en¨¦rgicos y templados que mostr¨® con su primero -no aplaudi¨® que tirara y no consinti¨® que mu?equeara- ni premi¨® las dos buenas estocadas lentas y en lo alto que, tras pinchar, dio a sus dos toros. Hab¨ªa predisposici¨®n al castigo, y as¨ª se consum¨®.
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