El regreso a los dioses
Hace ahora algo m¨¢s de treinta a?os, pas¨¦ un periodo de inter¨¦s apasionado por una figura secundaria y pintoresca de la historia antigua: el emperador Juliano, llamado por los cristianos "el ap¨®stata". Le¨ª a diversos historiadores, empezando por Amiano Marcelino (un esp¨ªritu mucho m¨¢s equitativo de lo que suelen ser los de su gremio), a latinistas, a helenistas y a bastantes literatos, porque el melanc¨®lico, desventurado y algo absurdo Juliano s¨®lo ha tenido suerte p¨®stuma con poetas y novelistas, como le pas¨® a Don Quijote. De ese batiburrillo recuerdo varios poemas delicados e intensos de Cavafis y dos estupendas novelas: La muerte de los dioses de Dimitri Merejkowsky y Juliano de Gore Vidal, quiz¨¢ las mejores de sus respectivos autores. Tambi¨¦n, por supuesto, el gran drama de Ibsen Emperador y Galileo, cuya afortunada reedici¨®n motiva esta nota.
EMPERADOR Y GALILEO
Henrik Ibsen
Traducci¨®n de Else Wateson
revisada por Germ¨¢n G¨®mez de la Mata. Introducci¨®n de
Joaqu¨ªn Mar¨ªa Aguirre Romero
Encuentro. Madrid, 2006
500 paginas. 24 euros
En el apogeo de mi inter¨¦s, me dirig¨ª t¨ªmidamente a quien me dijeron que era en Espa?a el mejor conocedor del emperador ap¨®stata: don Santiago Montero D¨ªaz, un sabio mercurial como el profesor Challenger de Conan Doyle, falangista de primera hora y luego adversario del r¨¦gimen franquista. Me recibi¨® cordialmente en su casa, con un buen Rioja a las once de la ma?ana, y me ofreci¨® toda la informaci¨®n que pod¨ªa requerir, de hecho mucha m¨¢s de la que mi pasajero diletantismo precisaba. Abrumado por sus aparentemente inagotables conocimientos, le pregunt¨¦ con sincero inter¨¦s cu¨¢nto tiempo llevaba dedicado al estudio de Juliano. "Lo estudi¨¦ bastante", coment¨® don Santiago, "pero ya hace a?os que lo he abandonado". Ante mi muda interrogaci¨®n, concluy¨® tajante y mal¨¦volo: "Descubr¨ª que era un imb¨¦cil".
?Un imb¨¦cil? M¨¢s bien inge
nuo, un esp¨ªritu milagrero que se pretend¨ªa racional, un pensador poco ordenado y repetitivo no tan genial como quiz¨¢ supuso aunque desde luego el mejor intelectual coronado desde Marco Aurelio. Sus escritos no carecen de un inter¨¦s de segunda mano (en castellano se encuentran en la insustituible Biblioteca Cl¨¢sica Gredos, en traducci¨®n de Jos¨¦ Garc¨ªa Blanco). Razonaba con vehemencia aunque el humor no era su fuerte, como demuestra cuando quiere ejercerlo: v¨¦ase el Misopogon, o sea El enemigo de la barba, discurso contra los ciudadanos galileos de Antioqu¨ªa que le censuraban su desali?o capilar y a quienes ¨¦l a su vez acusaba de impiedad e ingratitud. La mayor¨ªa de estos discursos de Juliano conmueven por su mismo furor pol¨¦mico: ?cu¨¢ndo se ha visto a un gobernante poderoso, con facultad de vida o muerte sobre sus s¨²bditos, dedicado a polemizar con ellos cuando le incomodan en lugar de suprimirlos f¨ªsicamente? Dedicarse a refutar en lugar de a reprimir es impropio de un emperador consciente de su rango: y la verdad es que Juliano, aunque castig¨® en ocasiones a los cristianos m¨¢s levantiscos, prefer¨ªa comportarse como te¨®logo antes que como gobernante. Sin duda ¨¦sa fue su perdici¨®n.
La gran obra de Ibsen (grande en el sentido de estupenda y de enorme) no es verdaderamente una pieza dram¨¢tica, pues ni siquiera en tiempos de su autor hubiera podido representarse convenientemente, por culpa de su desmesurada duraci¨®n y sus innumerables personajes. En realidad el destino de Emperador y Galileo es el sal¨®n de lectura, no el escenario. Lo cual no disminuye la fuerza expresiva de muchas de sus escenas concebidas para las candilejas: Ibsen hablaba "en teatro" sobre lo que le interesaba, hasta cuando no escrib¨ªa propiamente obras representables. La figura de Juliano y el debate intelectual de su entorno son reproducidos en estas p¨¢ginas admirables con fuerza y elocuencia que no decaen. A mi entender, la introducci¨®n de Aguirre Romero -que no carece, todo lo contrario, de informaci¨®n relevante sobre el pensamiento de Ibsen y sobre el propio Juliano- es demasiado declaradamente apolog¨¦tica: resulta poco sostenible convertir esta obra en un enfrentamiento entre cristianismo y poder terrenal, con el consiguiente premio final al primero sobre el segundo. El conflicto que Ibsen retrata es m¨¢s complejo y de m¨¢s ambigua resoluci¨®n.
A fin de cuentas, el proble-
ma de fondo no es la apostas¨ªa o el paganismo de Juliano, sino su irreductible cristianismo. El emperador quiere regresar a los dioses muchos aunque declarando obligatoria hacia ellos la devoci¨®n excluyente y abolicionista de otros cultos que introdujo el monote¨ªsmo cristiano en el campo de lo religioso. El cristianismo invent¨® la fe, y Juliano apostat¨® de los dogmas cristianos pero no de la fe, que trat¨® de revertir en el polite¨ªsmo. Sin embargo el tiempo de ¨¦ste como religi¨®n imperial ya hab¨ªa concluido y su pretensi¨®n qued¨® flotando como algo insatisfactorio, incluso rid¨ªculo: no se pod¨ªa ya ser a la vez "creyente" y "pagano". ?Qu¨¦ sugestiva e inactual resulta la lectura de esta poderosa pieza del gran dramaturgo escandinavo! Aunque, pens¨¢ndolo bien... ?inactual? Quiz¨¢ no tanto como nos apresuramos a creer.
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