Te conozco, mascarita
No es que me parezcan disfraces todos los trajes de la tribu, que ni en eso llega uno a coincidir con la sensibilidad de Eduardo Zaplana. Tampoco es que le parezca a uno cualquier atuendo t¨ªpico madrile?o algo distinto de lo que estime que es un traje de faralaes en Andaluc¨ªa o los vestidos de moros y cristianos en las fiestas de Alicante. S¨®lo faltaba que rest¨¢ramos importancia a los trajes t¨ªpicos madrile?os. Pero el atuendo es disfraz cuando sirve para la simulaci¨®n. Y no es que quiera decir con esto que Rafael Simancas no sintiera en la pradera del Santo el fervor de un isidro verdadero, ni que la gorra le sentara como a un Cristo unas pistolas. Y mucho menos que, porque la aristocracia madrile?a no baje por lo com¨²n a la pradera, y menos vestida de manola, al modo en que se viste de gitana en la Feria de Sevilla, Aguirre no se sintiera una isidra en toda regla, con la ilusi¨®n que le hac¨ªa a ella bajar por primera vez a la pradera, hecha una chulapa, para marcarse unos chotis.
Lo que pasa es que estos hijos del Madrid cosmopolita no se han trabajado a diario el casticismo, como s¨ª lo hac¨ªa ?lvarez del Manzano, con lo cual han de admitir que los atributos folcl¨®ricos no se perciban en ellos como una prueba de autenticidad, una se?a de identidad municipal precisamente. El ?lvarez del Manzano m¨¢s aut¨¦ntico era el revestido con capa madrile?a o con bast¨®n de mando detr¨¢s de una procesi¨®n. Y quiz¨¢, de su recuerdo, con quien trabaj¨® y del que debi¨® aprender, le venga a Aguirre este arrebato castizo.
Como no dudo de que el de Simancas tenga su origen en el recuerdo de Enrique Tierno Galv¨¢n, que representaba otro esp¨ªritu distinto, pero era capaz de pasar de sus sosegadas lecturas a las jaranas de la pradera y ponerse detr¨¢s del santo en su procesi¨®n con un grave rostro que no desentonaba entre los devotos. Ir¨®nico, el viejo profesor consegu¨ªa estar en la procesi¨®n y repicando, pero se le entend¨ªa todo en los distintos papeles de su representaci¨®n.
No obstante, lo que ech¨¦ en falta, siendo las de Aguirre unas elecciones auton¨®micas y no municipales, aunque no s¨¦ si ser¨¢n m¨¢s suyas las generales, es que no se llevara a la pradera la falda hasta los pies que luc¨ªa en una fiesta glamourosa de la revista Telva. Roja y estrellada, como la bandera de nuestra Comunidad, una versi¨®n m¨¢s moderna del patriotismo madrile?o, la presidenta no temi¨® que pudieran acusarla de frivolizar la bandera de su territorio convirti¨¦ndola en un trapillo de fiesta para envolverse. Embanderada, convertida en m¨¢stil, la encontr¨¦ m¨¢s favorecida y hasta m¨¢s propia que nunca. En los m¨ªtines hubiera querido verla as¨ª o luciendo patria en las inauguraciones.
Pero, bandera aparte, lo que s¨ª me pregunto es si el casticismo madrile?o tiene tanta fuerza que pueda llevar a los candidatos a la pradera con organillo. Tambi¨¦n me pregunto si detr¨¢s de este fervor castizo hay promesa electoral de m¨¢s zarzuela viva. Y no s¨¦ si con san Isidro pasa otro tanto, si es mucho poder el suyo y por eso recurren los pol¨ªticos a su protecci¨®n, ni si son muchos sus devotos electores. Ignoro si Simancas cuenta con el apoyo de san Isidro, aunque por extracci¨®n social, el santo, que al fin y al cabo fue un criado de gente de post¨ªn, tendr¨ªa que entenderse mejor con ¨¦l. Pero, habiendo ganado la gloria del altar como premio por servir resignado a esa gente, quiz¨¢s, agradecido, se lleve mejor con la derecha desde la vida eterna.
Puede que as¨ª sea y Aguirre cuente con su complicidad para la campa?a. Eso se sospecha al menos desde que, para dejar claro la obviedad de que no todos son iguales, pero dicho con mucho retint¨ªn, a?adi¨® que "gracias a Dios y a San Isidro". Se deduce de esto que San Isidro se encarga de que las diferencias se mantengan y se vean y que, como no se espera de un inocente como el santo labrador enga?o alguno, es de esperar que los electores madrile?os lleguen a distinguir entre unos y otros. S¨®lo as¨ª, a pesar de los disfraces, podr¨¢n decir a sus candidatos lo que la gente le dec¨ªa en los carnavales canarios a los disfrazados, una vez intu¨ªan qui¨¦n era el que con la cara oculta se dirig¨ªa a ellos por su nombre: "Te conozco, mascarita". Bien es verdad que a veces se equivocaban y que el error formaba parte del juego del carnaval. En la farsa electoral ocurre lo mismo, pero es indudable que con m¨¢s consecuencias.
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