Piloto de caza en Rusia
Alas sobre la estepa. Estrellas rojas en el fuselaje que destella como un reguero de plata en el firmamento. Maniobras desesperadas entre los dedos de fuego de las trazadoras. Miedo y coraje. Aviadores que caen y otros que ascienden hasta la gloria en el alto cielo de Rusia. Todo esto evocaba la otra tarde Luis Lav¨ªn con su sola presencia. El pecho plagado de medallas sovi¨¦ticas, la mirada perdida en aquellos d¨ªas lejanos de juventud y de guerra.
Lav¨ªn (Bilbao, 1925) es uno de los ocho ni?os de Rusia espa?oles que se hicieron pilotos en las fuerzas a¨¦reas de la URSS y pelearon contra los nazis. En 1937 lo embarcaron en Santurce junto a su hermana Aurora, de 10 a?os, rumbo a Leningrado. En 1939 le dieron a Lav¨ªn su bautizo a¨¦reo en un viejo biplano de adiestramiento Polikarpov U-2 y le cogi¨® gusto al vuelo. Ingres¨® en un aereoclub de Mosc¨² falsificando su edad y en 1941 logr¨® ser admitido en una escuela de pilotos de combate, en Borisoglebsk.
La cita con el viejo piloto era en L'Aeroteca, la estupenda librer¨ªa aeron¨¢utica de la calle de Montseny de Barcelona, donde Lav¨ªn iba a dar una charla sobre sus experiencias. Mientras le esperaba me compr¨¦ un libro sobre los ases de caza alemanes y s¨®lo despu¨¦s ca¨ª en la cuenta de que no era el t¨ªtulo m¨¢s apropiado para acudir al encuentro del antiguo aviador. Pas¨® por alto el detalle con gran deportividad y contest¨® a todas mis entusiastas y atropelladas preguntas sin perder su aire caballeroso, con el aplomo de los que han tenido un caza Messerschmitt Bf-109 pegado a la cola. Le acompa?aba a Lav¨ªn su esposa Svetlana Maruseva, veterana de guerra tambi¨¦n ella -el busto de paloma tachonado de condecoraciones-, que fue enfermera de operaciones de los 7? y 64? ej¨¦rcitos de Guardias en Stalingrado y Kursk. Las sobremesas de la pareja sin duda han de ser apasionantes.
?C¨®mo era volar en aquellos tiempos? "?Volar entonces era de miedo!", respondi¨® Lav¨ªn con un ¨¦nfasis que hizo resurgir en su rostro las facciones orgullosas del imberbe halc¨®n con antiparras que fue. ?Derrib¨® a muchos alemanes? Se le atribuyen 12. "Seguro que muchos menos. Ver¨¢, no lo s¨¦, no ten¨ªamos ni idea, vol¨¢bamos y dispar¨¢bamos, ¨¦ramos s¨®lo unos chavales, carne de ca?¨®n. No se cu¨¢ntas veces he volado y disparado. A veces sal¨ªa humo en el avi¨®n al que disparabas. Al principio, nuestros aparatos -el Polikarpov I-16- eran muy inferiores y s¨®lo se usaban de noche, para que no los derribaran. En el 44 ya tuve un avi¨®n bueno, el Lavochkin La-7. Pero mi misi¨®n era proteger al jefe de la escuadrilla, un t¨¢rtaro, para que no le entraran por detr¨¢s, y ten¨ªa menos oportunidades de hacer derribos". Fue emocionante observar al viejo aviador colocando las manos una sobre otra, en el gesto eterno de los pilotos de caza al relatar sus historias. "Con el 907 Regimiento de Caza de Operaciones Especiales escolt¨¢bamos a los Ilyushin Il- 2 Sturmovik, los tanques voladores, tan temidos por las tropas alemanes. En una ocasi¨®n, con el l¨ªder, pasamos en pareja a toda velocidad sobre un campo alem¨¢n. Despegaban dos Me-109 y al vernos uno gir¨® de golpe y choc¨® con el otro. As¨ª que cayeron ambos sin que les dispar¨¢ramos ni un tiro. A m¨ª me dieron una vez. Una bala rompi¨® un conducto hidr¨¢ulico y la glicerina a 120 atm¨®sferas me salt¨® encima, me cubri¨® la cara. No pod¨ªa ver ni sacar los flaps ni el tren. Hice un aterrizaje de emergencia. Mi ropa de vuelo hubo que tirarla de lo estropeada que qued¨®". Los dos callamos, Lav¨ªn perdido seguramente en aquel campo ruso donde casi se deja la piel y yo recordando al valiente Alexei Petrovich Maresyev, que tras enfrentarse a una bandada de Messerschmitts y realizar un aterrizaje forzoso en un bosque se arrastr¨® durante ?18 d¨ªas! sobre la nieve con las piernas destrozadas (se las amputaron) hasta llegar a una granja. Volvi¨® a volar, con pr¨®tesis, ¨¦mulo sovi¨¦tico de Bader y Rudel, y lleg¨® a derribar tres Focke-Wulf 190 en un mismo combate.
?Eran mejores pilotos los alemanes? "?No, no! Mire, ellos anotaban muchos derribos, pero lo importante es ver qu¨¦ tipo de aviones derribaban: eran aparatos muy inferiores en calidad". Es cierto, Hartmann, el guapo as alem¨¢n, explica que al principio las miras de tiro de los cazas rusos eran s¨®lo un c¨ªrculo pintado a mano en el parabrisas. Dice que s¨®lo te pod¨ªan acertar por casualidad. "Pero cuando tuvimos buenos aviones la cosa cambi¨®. Con los Lavochkin, o¨ªas a los alemanes por la radio gritar hist¨¦ricos: '?Achtung, achtung, Lavochkins en el aire, retirarse!". ?Le gustaba volar? "Hombre claro". ?Y no lo echa de menos? "En el 48 se acab¨® todo, no nos dejaron volar m¨¢s a los espa?oles, por suspicacia hacia los extranjeros, yo trat¨¦ de hacerlo en la Guerra de Corea y llegu¨¦ a pilotar en pruebas un Mig-15, pero no lo consegu¨ª". Una sombra -a reacci¨®n- pasa por el rostro de Lav¨ªn, pero en seguida se lanza a explicar su episodio favorito de la II Guerra Mundial. Un relato terrible.
Un d¨ªa que estaban cavando trincheras junto al aer¨®dromo, en el ca¨®tico 1942, ¨¦l y un camarada, Ignacio Aguirregoicoa, se vieron incorporados a una unidad de infanter¨ªa que iba al cercano frente. Un brigada les hizo minar la carrera. Apareci¨® una columna alemana. Lav¨ªn y el otro espa?ol - "los dos ten¨ªamos buena punter¨ªa"- mataron "a un par" de soldados enemigos y luego volaron los veh¨ªculos que avanzaban. "Vimos a los ocupantes saltar hechos pedazos". Sigui¨® una lucha cuerpo a cuerpo "a bayoneta y con las palas", al estilo del viejo J¨¹nger. Lav¨ªn forcejeaba con un alem¨¢n cuando alguien lanz¨® una granada. Su adversario muri¨® alcanzado directamente por la deflagraci¨®n, pero Lav¨ªn result¨® herido en el hombro derecho (a¨²n le duele). El brigada pidi¨® luego que le trajeran "una lengua". Fueron a por los enemigos ca¨ªdos pero no se vieron con est¨®mago para el encargo, "as¨ª que cortamos algunas orejas". No lo hab¨ªan entendido bien: el mando ruso lo que quer¨ªa era un prisionero que pudiera hacer de int¨¦rprete.
Disuelta la humareda, apaciguados los gritos y con a¨²n un tenue olor a cordita y a espanto en el aire, le pregunt¨¦ al viejo combatiente por el horror de todo aquello. "El horror ha venido m¨¢s tarde. Al pensar en eso, al examinarlo". ?Ten¨ªan remordimientos por matar? "Te sent¨ªas mal, como una verg¨¹enza, pero cuando llegamos a Lublin y vimos aquel campo de exterminio, Majdanek, aquel infierno... hubiera matado a cualquier alem¨¢n".
La vida de Luis Lav¨ªn no ha sido f¨¢cil. Su aspecto elegante, su traje y sus aventuras de guerra disfrazan las penurias econ¨®micas de los ¨²ltimos a?os en Espa?a -comunes a otros ni?os de Rusia-, en los que incluso hubo de recurrir a C¨¢ritas. Uno se resiste a dejarle aterrizar en la realidad, pero el viejo aviador se empe?a en recordar las promesas incumplidas del Gobierno espa?ol que le animaron a regresar, la pensi¨®n de miseria, los d¨ªas en que lleg¨® a rozar la mendicidad recogiendo la comida sobrante de los restaurantes... Afortunadamente, le reclaman para la conferencia y all¨¢ va, aureolado otra vez por su leyenda, despegando de nuevo en esta tarde de s¨¢bado, rumbo al eterno cielo incendiado de Rusia.
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