15.000 palestinos huyen tras la tregua
Los civiles de Naher el Bared aprovechan el alto el fuego entre el Ej¨¦rcito y Fatah al Islam
"Qu¨¦ horror, qu¨¦ horror, mis familiares a¨²n siguen en ese campo de muerte", balbucea F¨¢tima Anem. La mujer hab¨ªa huido, la v¨ªspera, de Naher el Bared, el campo de refugiados palestinos situado junto a la ciudad de Tr¨ªpoli, donde tres d¨ªas de combates entre el Ej¨¦rcito liban¨¦s y la milicia sun¨ª Fatah al Islam han causado un centenar de muertos y miles de desplazados. Embarazada, F¨¢tima hab¨ªa logrado llegar al cercano hospital de Baddawi, pero su hijo naci¨® muerto. Como el de Suad Hambla, de unos 20 a?os, que pari¨® gemelos y s¨®lo uno sobrevivi¨®. O como Neama Al¨ª, que perdi¨® a su beb¨¦ en el parto despu¨¦s de haber visto morir a dos de sus hijos en el bombardeo de su casa.Ninguna de las tres mujeres es capaz de decir palabra, pero la mirada perdida, ausente, lo expresa todo. Con ellas, otras cinco embarazadas han sido ingresadas con ataques de ansiedad. El doctor Yusef Hasad no da abasto: "Hemos atendido a unos 80 heridos y m¨¢s de una docena a¨²n permanecen hospitalizados".
Muchos ya no tienen fuerzas. Han estado huyendo desde 1948, cuando se fund¨® Israel
"Qui¨¦n se puede extra?ar del estado de estas mujeres despu¨¦s de lo que han padecido", se lamenta el doctor Ahmad el Hajj, un palestino de 49 a?os educado en San Petersburgo (Rusia) y que culpa de todo a George W. Bush y la invasi¨®n estadounidense de Irak. "Nunca antes hab¨ªa pasado una cosa as¨ª aqu¨ª, qui¨¦n se puede creer que estas muertes no est¨¢n relacionadas con toda la inestabilidad que est¨¢ causando la guerra iraqu¨ª en la regi¨®n", a?ade.
Hasta Baddawi hab¨ªa llegado desde el martes por la noche un total de 15.000 personas, la mitad de los que habitan en el asentamiento de Naher el Bared. Aprovecharon el alto el fuego decidido por el grupo terrorista vinculado a Al Qaeda y acatado con desgana por el Ej¨¦rcito. Aunque se oyeron unos disparos por la ma?ana, ayer fue un d¨ªa tranquilo. La fila de veh¨ªculos tras pasar el primer control militar liban¨¦s parec¨ªa interminable. Coches desvencijados, camiones, camionetas, minibuses, o caminando; cualquier cosa serv¨ªa para huir de Naher el Bared. Las ambulancias pudieron finalmente hacer su trabajo y evacuar a todos los heridos y los cad¨¢veres. La prensa tambi¨¦n tuvo un acceso limitado al campo. Dependiendo de la suerte y de cu¨¢n grande fuera el caos en los controles militares, se pudo entrar por unas horas a parte o todo el campo de dos kil¨®metros cuadrados casi pegado a la costa mediterr¨¢nea. En los primeros metros se pod¨ªan ver se?ales de la batalla: casas baleadas, cr¨¢teres de mortero, una mezquita destruida, los signos de una destrucci¨®n propia de la batalla cuerpo a cuerpo.
Esa parte del campo ya estaba casi vac¨ªa. Los que sal¨ªan desde el coraz¨®n del asentamiento eran observados por quienes eleg¨ªan quedarse, mayormente ancianos que despu¨¦s de huir toda la vida ya no quer¨ªan ir a ning¨²n otro lado. Han estado huyendo desde la creaci¨®n del Estado de Israel en 1948, han pasado por varios campos libaneses, y ya no tienen fuerzas para escapar otra vez. Los periodistas de la cadena ¨¢rabe Al Yazira, que lograron adentrarse m¨¢s en el campo, encontraron a los milicianos de Fatah al Islam en sus puestos, a la espera de una soluci¨®n pol¨ªtica o de reanudar la batalla.
En Baddawi, a unas manzanas del hospital Safad, la escuela de la Oficina de Naciones Unidas para la Ayuda a los Refugiados Palestinos (UNRWA) era un hervidero de refugiados del campo de Naher el Bared. Dos edificios, uno terminado y uno a medio hacer, plagados de colchones en cada rinc¨®n de las tres plantas de ambos inmuebles. Las habitaciones est¨¢n hasta la coronilla, no cabe un alma. A media ma?ana est¨¢n las mujeres y los ni?os, mientras los hombres van y vienen, ya sea buscando comida, medicinas o regresando al campo sitiado para traer a otro familiar. Nadie sonr¨ªe, nadie habla demasiado, s¨®lo los peque?os parecen vivos de verdad.
Fariah Mawas cuenta que abandon¨® el campo sitiado el martes por la noche y cuando sali¨® de su casa vio mucha destrucci¨®n y a un vecino tirado muerto en la calle, casi irreconocible por las mutilaciones de una explosi¨®n. Mientras recibe el agua y el pan que reparte la ONU, cuenta que ella y sus hijos llevan 48 horas sin comer. Mawas y las madres que la rodeaban negaron conocer a los de Fatah al Islam. "Son extranjeros, venidos de Irak y de Tora Bora", cuenta el joven Mohamed Taha mientras su madre aprueba sus palabras. Todas recuerdan que los milicianos empezaron a llegar al campo hace m¨¢s o menos un a?o, pero que no fue hasta hace apenas seis meses cuando ya comenzaron a aparecer como un grupo organizado. "Iban imponiendo la sharia a su paso... Dec¨ªan eso no se hace, esto tampoco...", recuerda una de las mujeres.
Jamal al Jadi, padre de 15 hijos, se acerca para preguntar d¨®nde puede conseguir insulina. Nadie responde, nadie da pistas... En un lugar donde apenas hay comida y todo es suciedad el tratamiento de la diabetes suena a lujo asi¨¢tico. Jamal interpela a un voluntario de la ONU, le cuenta que en el hospital no tienen, qu¨¦ donde tiene que ir... El muchacho abre los brazos, impotente, como todos los palestinos, golpeados otra vez por un conflicto medio ajeno que se ceba con ellos.
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