Tragedia y delito
Estos d¨ªas se representa en Londres Rendici¨®n de cuentas. El procesamiento de Anthony Charles Lynton Blair por el delito de agresi¨®n contra Irak. Una audiencia p¨²blica. El autor del texto es Richard Norton-Taylor, periodista de The Guardian. La puesta en escena es de Nicholas Kent, un experimentado director con una larga trayectoria a sus espaldas. Como el t¨ªtulo indica bien expl¨ªcitamente, la idea de la obra es juzgar teatralmente a Tony Blair, todav¨ªa primer ministro brit¨¢nico, por su protagonismo en la guerra de Irak. Tanto el autor como el director han dejado claro en declaraciones p¨²blicas que su juicio teatral toma la delantera al juicio legal que Blair merecer¨ªa por su participaci¨®n en una guerra que consideran il¨ªcita e injusta.
Se trata, por tanto, de un juicio teatral, sin valor jur¨ªdico alguno. Podr¨ªa ser un puro panfleto pol¨ªtico pero su estructura lo hace mucho m¨¢s estimulante. Los impulsores de Rendici¨®n de cuentas (Called to account) confeccionaron una lista de 16 testimonios que declarar¨ªan ante el ficticio tribunal. Para ello grabaron las opiniones de 16 personajes del mundo pol¨ªtico reciente, implicados directa o indirectamente en el asunto de la guerra, que contribuyeran a una cierta equidistancia entre las distintas visiones. Hablaron, por ejemplo, Clare Short, ex ministra del Gobierno de Blair, o Richard Perle, presidente del Consejo de Pol¨ªticas de Defensa de Estados Unidos, vehemente partidario de la intervenci¨®n en Irak. El ¨²nico de los requeridos que se neg¨® a opinar fue Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar, el ex presidente espa?ol, quien al parecer ni siquiera contest¨® a la petici¨®n.
En escena 16 actores interpretan a los 16 testimonios reales, ci?¨¦ndose en sus palabras al material previamente grabado. Evidentemente, los dos protagonistas son el fiscal y el abogado defensor, personajes tambi¨¦n extra¨ªdos de la vida real. Philipe Sands, que impuls¨® la extradici¨®n de Augusto Pinochet, se ofreci¨® a argumentar como fiscal mientras Julian Knowles, renombrado jurista que hab¨ªa intervenido en la defensa del dictador chileno, argumentar¨ªa como abogado del primer ministro. Dos actores profesionales se hacen cargo de las figuras de Sands y Knowles, cruzando brillantes alegatos a favor y en contra del teatralmente procesado Blair.
El resultado es una obra de teatro sumamente interesante, pues, aunque no oculta de qu¨¦ lado est¨¢ la simpat¨ªa -o la antipat¨ªa- de los autores, implica un notable esfuerzo de ecuanimidad. El fiscal es despiadado pero el abogado defensor protege con autoridad a Blair. Por su parte, los testimonios van desgranando las razones que conducen al drama de Irak. Cuatro a?os despu¨¦s todo es m¨¢s turbio y m¨¢s terrible. En las grabaciones preparatorias de Ajuste de cuentas se pone de relieve que nadie, ni los partidarios ni los detractores de intervenir en Irak, sospechaba que todo llegar¨ªa a ser tan turbio y tan terrible. Sobre todo llama la atenci¨®n la falta de previsi¨®n de los partidarios de la guerra, incapaces de anticipar, ni m¨ªnimamente, el desastre que iban a provocar.
Pese a las cautelas y el empe?o por dar una visi¨®n plural, Blair, como puede suponerse, queda malparado. Afortunadamente, los autores de la obra abandonaron su prop¨®sito inicial de someter a votaci¨®n entre el p¨²blico, al final de la representaci¨®n, la condena o la absoluci¨®n del ficticio procesado, algo que hubiera anulado por entero el equilibrio buscado. Ahora los espectadores escuchan, juzgan, absuelven o condenan con la eficacia de su imaginaci¨®n, que es a lo que al fin y al cabo convoca una obra de teatro.
Con todo, ha habido voces cr¨ªticas con el autor y director de Ajuste de cuentas alegando que si ¨¦stos han realizado una obra teatral es porque no han prosperado, de momento, las tentativas de procesamiento legal de Tony Blair. Seguramente est¨¢n en lo cierto. Es muy probable que si, a estas alturas, Blair estuviera siendo juzgado -en Londres o en La Haya- por guerra il¨ªcita, agresi¨®n y mentira los autores se hubieran ahorrado la puesta en escena de estas acusaciones. No hay teatro m¨¢s crudo y directo que el que se ofrece en un tribunal de justicia.
Sin embargo, con frecuencia en la historia el tribunal de justicia ha tenido que ser llevado al teatro como ¨²nico m¨¦todo contra la impunidad. ?Cu¨¢ntas veces el teatro ha sido el tribunal donde se han juzgado delitos que permanec¨ªan impunes? Tantas que casi podr¨ªamos afirmar que el teatro ha sido hist¨®ricamente uno de nuestros grandes ant¨ªdotos contra la tentaci¨®n -pol¨ªtica o simplemente humana- de impunidad.
Una de las obras primeras y m¨¢s esenciales del teatro occidental, La Orest¨ªada de Esquilo, acaba expl¨ªcitamente con la intervenci¨®n de un tribunal, el Aeropago, que juzga y absuelve a Orestes. Naturalmente, no hace falta la escenograf¨ªa expl¨ªcita de un tribunal para que el teatro se convierta, desde sus inicios, en un juicio de la conciencia. Los grandes argumentos de la tragedia griega dibujan juicios de este tipo. Ant¨ªgona, Ayax o Edipo son arquetipos que integran con-flictos presentes en cualquier sociedad y que no siempre tienen una resoluci¨®n legal. En las obras de Shakespeare sucede algo semejante. Macbeth es un implacable juicio contra la tiran¨ªa por parte de un escritor que, de acuerdo con lo que leemos en sus textos, pensaba que pocos tiranos llegaban a ser juzgados. Hamlet es, junto a todo lo dem¨¢s, una declaraci¨®n de resistencia a la impunidad.
A lo largo de su historia, el teatro ha representado y juzgado los delitos sin esperar a que ¨¦stos fueran representados y juzgados en la sala de un tribunal. En el siglo XX el cine, en la misma direcci¨®n, ha tomado el testigo del teatro. Todos sabemos que lo que se plantea en una obra de cine o de teatro no tiene ning¨²n valor jur¨ªdico. Autores y espectadores deben ser conscientes de esto, pues de lo contrario se incurre en el enga?o del panfleto pol¨ªtico. Pero, aun no teniendo valor jur¨ªdico, alguna obra de arte puede llegar a tener un enorme impacto moral, en especial si se opone a la opacidad de los mecanismos de poder de una ¨¦poca.
Y esto es lo que en gran parte sucede con la guerra de Irak. No s¨®lo se ha convertido en un desastre por lo realizado, sino muy especialmente por lo omitido. Que una violencia de esta envergadura -m¨¢s de medio mill¨®n de muertos ya- est¨¦ precedida por la consagraci¨®n de la mentira ha generado tal desconfianza que la ¨²nica soluci¨®n hubiera pasado por una profunda catarsis de las instituciones implicadas. Sin embargo, conocida y reconocida la mentira, los mentirosos, en lugar de rectificar, se han camuflado en las redes opacas del poder. Si Blair no hubiera mentido no existir¨ªa la obra de teatro Rendici¨®n de cuentas. Si, habiendo mentido, se hubiera disculpado de su mentira posiblemente tampoco existir¨ªa. Si hubiera un juicio en marcha, o al menos una comisi¨®n parlamentaria, para dirimir las responsabilidades del primer ministro brit¨¢nico, es muy probable que los espectadores no acudieran a las funciones del Tricycle Theater de Londres para ver la obra de Norton-Taylor y Kent. Pero como no se ha producido en la pol¨ªtica la catarsis ha debido de producirse en el teatro. Como casi siempre.
?Y en cuanto a los compa?eros de Blair? Bush, no lo duden, antes o despu¨¦s ser¨¢ juzgado, si no en un tribunal s¨ª en el cine, y en m¨¢s de una pel¨ªcula. A Aznar, pese a las tentativas de algunos, no creo que lleguen a juzgarlo legalmente. El propio Zapatero, su adversario, ya se ha opuesto, demasiado veloz en la complicidad del poder. Tampoco s¨¦ si a Aznar le dedicar¨¢n una obra de teatro o una pel¨ªcula. Lo curioso es que desde hace tiempo, con sus incontinencias verbales, ¨¦l mismo est¨¦ empe?ado en juzgarse. Y quiz¨¢ tambi¨¦n en condenarse.
Rafael Argullol es escritor.
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