Los esp¨ªas lentos, los esp¨ªas cornudos
No es f¨¢cil trazar la l¨ªnea que separa el valor literario de aquello que no lo posee. Pero por simplificar cabr¨ªa decir que es literatura la obra que construye el mundo, la que no lo deja tal cual estaba antes de ser escrita. Al lector de literatura le gusta sobre todo que lo descoloquen, que le desmonten sus ideas preconcebidas, que le obliguen a releer y, releyendo, a pensar. Es un lector que busca un interrogante donde antes hab¨ªa una respuesta. Visto as¨ª, lo literario es aquello que, por seguir simplificando, aportan autores como Kafka, como Borges, en el sentido de que antes de Kafka no exist¨ªa lo kafkiano, ni antes de Borges lo borgiano. En literatura lo que importa por encima de todo es la visi¨®n personal, la inteligencia. Y el estilo, aquella forma singular de usar las palabras que permite al escritor verdadero ayudarnos a pensar el mundo de nuevo.
La calidad y la inteligencia no est¨¢n re?idas con las grandes ni las grand¨ªsimas ventas
Las obras que no buscan sino el entretenimiento tienden a repetir modelos previos
En cambio, el principio rector de las obras que no buscan sino el entretenimiento suele ser precisamente lo contrario: dejar el mundo tal cual est¨¢, y ahorrarle al lector el trabajo de pensar. El mejor entretenimiento es sin duda aquel que nos obliga a avanzar apresuradamente en la lectura a fin de salir de la angustia que nos produce no saber qui¨¦n es el asesino, no estar seguros de si el chico y la chica podr¨¢n finalmente casarse. Son obras que pueden estar mejor o peor escritas, mejor o peor narradas, pero tienden por lo general a cumplir las reglas del juego y repetir m¨¢s o menos mim¨¦ticamente modelos previos.
As¨ª ocurre con buena parte de la actual novela espa?ola de g¨¦nero hist¨®rico o hist¨¦rico, fantasioso o filibustero, que tan buena acogida tiene en las listas de superventas y en las conversaciones de la gente educada. Sus autores son los hijos tard¨ªos de Vicente Blasco Ib¨¢?ez, aquella magn¨ªfica f¨¢brica de historias que m¨¢s de una y de dos veces nutri¨® la imaginaci¨®n de los guionistas de Hollywood. En mi opini¨®n muy personal, este fen¨®meno supone un enorme paso adelante en relaci¨®n con los bodrios de los a?os (y siglos) en los que aqu¨ª se confund¨ªa la literatura con los refinamientos l¨¦xicos o estil¨ªsticos, y que nos condujeron a ser una de las m¨¢s tediosas y menos traducidas literaturas del universo. Como m¨ªnimo, nuestros actuales novelistas de g¨¦nero son al menos narradores, predecibles sin duda, poco dados a darnos quebraderos de cabeza, pero con un af¨¢n encomiable por practicar el arte de contar historias.
Pero hecho el elogio de lo literario, y relativizado el valor de los libros de entretenimiento, veamos si es posible salir del atasco en el que se han metido ciertos rese-?istas, pues ellos ni ver¨¢n el reino de los cielos, ni permitir¨¢n que lo vean quienes hacen caso de su maniquea divisi¨®n del mundo entre bestselleros y literatos.
Hay en la historia ejemplos indiscutibles de feliz matrimonio de la inteligencia art¨ªstica con el ¨¦xito de p¨²blico. Como William Shakespeare. Es cierto que pas¨® sus horas bajas en la ¨¦poca neocl¨¢sica, durante la cual su combinaci¨®n de lo c¨®mico con lo truculento hizo que los tribunales del buen gusto le condenaran al infierno de los zafios. Pero en su tiempo fue un autor glorios¨ªsimo, y en el siglo XX y lo que llevamos del XXI debe de ser uno de los autores m¨¢s representados del universo mundo. Y malo del todo no es, y cuando decimos shakesperiano sabemos lo que decimos (y tan rico es su universo que decimos al menos veinticinco cosas, todas ellas shakesperianas).
M¨¢s cerca de nosotros, Arturo P¨¦rez-Reverte ha hecho la hombrada de arrancar El pintor de batallas como una novelilla de g¨¦nero (un hombre vive tranquilo junto al mar hasta el d¨ªa en que aparece otro que le anuncia que ha ido a matarle) para luego desarrollar en forma de complejos di¨¢logos todo un ensayo acerca de la realidad y su reproducci¨®n fotogr¨¢fica o pict¨®rica, y no por ello ha dejado de vender varios cientos de miles de ejemplares. Javier Mar¨ªas es un autor de grandes ventas, y lo es a pesar de que jam¨¢s en la historia de la novela ha tardado tanto ning¨²n personaje en dar el paso que lo lleva de un pelda?o al siguiente como en su reciente trilog¨ªa (Tu rostro ma?ana) acerca de ese peculiar esp¨ªa suyo tan espa?ol, tan brit¨¢nico, que atiende al nombre de Deza, pero s¨®lo a veces. Y grandes ventas consigue cada tres por cuatro Eduardo Mendoza, que se invent¨® un verano a Gurb, el extraterrestre m¨¢s tierno de nuestra literatura, ¨²nica lectura obligatoria y feliz a un tiempo de nuestros desdichados bachilleres. Y miles de lectores tiene Juan Jos¨¦ Mill¨¢s, que afina cada vez m¨¢s la punter¨ªa en su af¨¢n por deconstruir la dif¨ªcil vida conyugal y cotidiana de nuestros tiempos, como los tiene Fernando Savater cuando habla p¨²blicamente con su hijo Amador, a ver si el personal aprende dos o tres cosillas sobre ¨¦tica y pol¨ªtica.
Todos ellos, y algunos m¨¢s, demuestran que la calidad y la inteligencia no est¨¢n re?idos con las grandes ni con las grand¨ªsimas ventas.
Especial inter¨¦s, en la discusi¨®n que motiva estas l¨ªneas, tienen los casos lim¨ªtrofes. Mencionar¨¦ s¨®lo uno: John Le Carr¨¦. Es cierto: las suyas son novelas de g¨¦nero, del g¨¦nero de esp¨ªas (con un poquito m¨¢s de acci¨®n que las de Mar¨ªas, sin duda), y apenas se apartan de las reglas que lo rigen. Pero hay un mundo de Le Carr¨¦ que es s¨®lo de Le Carr¨¦ y que no estaba en nuestro mundo hasta que ¨¦l lo cre¨®. Y no me refiero a su noble af¨¢n por defender cuantas causas nobles hay en el mundo, sino a su personal¨ªsima creaci¨®n del personaje del cornudo. No hay cornudos mejores ni m¨¢s interesantes ni singulares que los cornudos de Le Carr¨¦. Su mayor aportaci¨®n al entendimiento del mundo no es tanto el universo del espionaje funcionarial, que hasta su llegada al g¨¦nero no exist¨ªa, sino la voluble, adorable y sutil recreaci¨®n del alma del cornudo, asunto poco comercial donde los haya. Pese a lo cual las novelas de John Le Carr¨¦ venden decenas de miles de ejemplares en espa?ol y centenares de miles de ejemplares en ingl¨¦s y en todos los idiomas del mundo. ?Existe entonces alg¨²n tipo de incompatibilidad entre la literatura y el ¨¦xito de ventas?
Enrique Murillo es editor y escritor; su ¨²ltima novela es La muerte pegada a las u?as (Bruguera).
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