Promesas del G-8
Los pa¨ªses m¨¢s ricos del planeta, agrupados en el llamado G-8, suelen ser magn¨¢nimos en promesas. As¨ª fue en 2005, cuando acordaron incrementar su ayuda a los despose¨ªdos del mundo hasta 50.000 millones de d¨®lares en 2010. Ayer, en Alemania, se comprometieron a gastar 60.000 millones para combatir en ?frica el sida y otras enfermedades que diezman la poblaci¨®n del continente olvidado. El problema b¨¢sico de estos anuncios es que no se suelen cumplir, en el mejor de los casos, m¨¢s que parcial y fragmentariamente. Muchos pa¨ªses africanos siguen esperando todav¨ªa la concreci¨®n de lo prometido respecto del sida en 2005.
El drama de estas reuniones "en la cumbre" no es tanto la vaguedad de algunas de sus decisiones -declaraci¨®n sobre el cambio clim¨¢tico, por ejemplo, que s¨®lo obliga a EE UU a seguir reuni¨¦ndose para tratar el tema, aunque sea por lo menos en el marco de la ONU- como el hecho de que son pocos los que consideran lo acordado como de obligado cumplimiento. As¨ª ha venido ocurriendo con las promesas de gigantescas ayudas econ¨®micas para los m¨¢s desfavorecidos. No s¨®lo la credibilidad de las potencias queda en entredicho. Lo peor son las expectativas defraudadas de quienes, entre los m¨¢s pobres del mundo, esperan las decisiones como una p¨®cima milagrosa.
Los grandes anuncios rara vez sirven para resolver calamidades estructurales que vienen afligiendo a millones de personas durante generaciones. De hecho, algunos de los presentes en Heiligendamm han propuesto recortar el alcance de lo prometido en 2005: que todos los infectados con el virus del sida deber¨ªan tener acceso a un tratamiento para 2010; una expectativa que, a la luz de la realidad actual, es una absoluta utop¨ªa.
Mucho m¨¢s descifrable en la cita del G-8 ha sido el pol¨¦mico escudo antimisiles que Bush quiere montar en Polonia y la Rep¨²blica Checa para protegerse de reg¨ªmenes como el iran¨ª o el norcoreano, y que Putin considera inaceptable para Rusia; hasta el punto de que, en un arrebato que pareci¨® atemperarse ayer, amenaza con reapuntar parte de su coheter¨ªa hacia la vieja Europa. La propuesta del jefe del Kremlin para que EE UU utilice en su lugar una instalaci¨®n de Azerbaiy¨¢n como radar de alerta caus¨® un sobresalto inicial a Bush y su equipo, pero el desconcierto ha durado poco. Si est¨¢ bien que los l¨ªderes en posesi¨®n de un formidable arsenal bal¨ªstico hablen de cooperaci¨®n en vez de enfrentamiento, parece claro que Washington no va a cambiar sus proyectos. La estaci¨®n manejada por los rusos en Azerbaiy¨¢n ser¨ªa un complemento de las previstas en Praga y Varsovia, no su alternativa.
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