Un firmamento de yeso

El sureste de Almer¨ªa tiene el t¨ªtulo, no muy envidiable, de zona menos lluviosa de Espa?a, y el honor, bastante dudoso tambi¨¦n, de albergar el ¨²nico desierto de Europa, el de Tabernas. Por eso maravillan doblemente los prodigios que el agua ha obrado en Sorbas: cuevas de yeso cuyas paredes centellean como espejos, barrancos vertiginosos a los que se asoman blanqu¨ªsimas (como p¨¢lidas por la impresi¨®n) casas colgadas y un r¨ªo selv¨¢tico de color verde esmeralda que, en este ¨¢rido y casi milagroso contexto, parece sacado del Antiguo Testamento.

Recuerdo del mar que cubr¨ªa la zona hace siete millones de a?os y que se evapor¨® dejando una vistosa capa de yesos de 130 metros de espesor, el paraje natural del Karst, en Yesos de Sorbas, es uno de los conjuntos de cuevas en este material m¨¢s importantes de Europa (m¨¢s de mil cavidades en s¨®lo 12 kil¨®metros cuadrados) y alberga tres de las simas de este tipo m¨¢s profundas del orbe, encabezadas por la Covadura (120 metros).

Al lado del desierto de Tabernas, y horadadas durante millones de a?os por el r¨ªo de Aguas, m¨¢s de mil cuevas, algunas con recorridos f¨¢ciles, atraen a un turismo selectivo hacia un paisaje singular.

Descubiertas en una fecha relativamente reciente (1967), y ajenas al turismo de masas, las cuevas de Sorbas se mantienen en un estado de pureza virginal. Sin m¨¢s artificio que un casco con luz frontal, y en compa?¨ªa de un gu¨ªa nativo, sus pocos visitantes suelen efectuar la ruta b¨¢sica -dos horas, f¨¢cil-, que discurre por la cueva del Yeso siguiendo las sinuosas galer¨ªas labradas y pulidas por las avenidas estacionales del barranco del Infierno, afluente del r¨ªo Aguas.

Cristales de yeso

En algunos puntos, como en el Techo de la Alhambra, los cristales de yeso en forma de flecha fingen moc¨¢rabes que brillan a la luz del carburo como una noche estrellada sobre los atochares de Sorbas. En la ruta combinada -cuatro horas, dificultad media- se visita adem¨¢s la Covadura, cavidad f¨®sil pr¨®diga en estalactitas. A un par de kil¨®metros de la cueva del Yeso se alza la villa de Sorbas, al borde de un escarpad¨ªsimo meandro abandonado del r¨ªo Aguas, con sus blancas casas colgadas -la Cuenca Chica, le dicen-, sus cinco miradores y sus nobles mansiones (la del Duque de Alba, la del Marqu¨¦s del Carpio, la del Duque de Valoig...)

Lo m¨¢s curioso de la villa, empero, es el barrio de las Alfarer¨ªas, donde subsisten dos alfares -24 lleg¨® a haber en el siglo XIX- con sendos hornos ¨¢rabes de le?a, de los que siguen saliendo botijos en forma de gallo y ajuaricos: cacharritos de juguete contenidos en un recipiente de barro, el cual hay que romper forzosamente para extraer aqu¨¦llos.

Tradici¨®n de villa alfarera es la costumbre que tienen los sorbe?os de salir el mi¨¦rcoles de ceniza a estrellar ollas de cer¨¢mica contra las casas de los vecinos m¨¢s enfadicas del a?o. Si ¨¦stos se mosquean, queda demostrado que el pueblo ten¨ªa raz¨®n. Otra fiesta arrojadiza, la del Agua, pone h¨²medo colof¨®n a las patronales de San Roque, el 16 de agosto, y guarda relaci¨®n con la abundancia de este bien en un t¨¦rmino, el de Sorbas, donde nace el r¨ªo Aguas.

Para conocer tal nacimiento, nos acercaremos a Los Molinos del R¨ªo de Aguas, cortijada que hay a medio camino entre Sorbas y la autov¨ªa N-340, y bajaremos a pie por la senda se?alizada de la Mora, entre pitas y casas de labor rehabilitadas, para doblar enseguida a la izquierda siguiendo el sendero marcado con trazos de pintura blanca y amarilla que corre a la vera de una acequia, cuyas aguas endulzan la amarga ruina de antiguos molinos excavados en las paredes del barranco.

Entre ca?averales, formidables desplomes de roca y pozas verdes llegaremos en una hora a donde el r¨ªo, un hilillo apenas, nace bajo una pe?a ca¨ªda. M¨¢s arriba, es el desierto.