Thomas Buergenthal. El juez que fue v¨ªctima
Es afable, tierno, de hablar tranquilo, y en ¨¦l, en sus rasgos de hombre de 73 a?os, se reconoce a la perfecci¨®n la mirada, id¨¦ntica, inocente, sin un ¨¢pice de tristeza o rencor, de aquel ni?o nacido de familia jud¨ªa alemana el 11 de mayo de 1934 en Lubochna (antigua Checoslovaquia); que crecer¨ªa en el gueto de Kielce, y sobrevivir¨ªa a los campos nazis de Auschwitz y Sachsenhausen y a la terrible "marcha de la muerte" de 1945. Algunas fotos de la infancia en familia -muy pocas, porque sus pertenencias fueron borradas del mapa tal y como sucedi¨® con las de millones de jud¨ªos detenidos y/o asesinados- aparecen en el libro que acaba de publicar en Alemania, titulado Ein gl¨¹ckskind (editorial S. Fischer); algo as¨ª como un chico con suerte, afortunado; algo que una pitonisa le dijo un buen d¨ªa y que ¨¦l no crey¨®, pero su madre, s¨ª, y eso fue lo que alent¨® su esperanza de encontrar a su hijo al final de la guerra. Un t¨ªtulo optimista, ir¨®nico, que refleja el modo en que Buergenthal consigui¨® sobreponerse a aquel tiempo tr¨¢gico, a la dura vida cotidiana, al miedo y la desolaci¨®n. "?ste es el relato de mi primera vida", dice. Y ense?a el n¨²mero de prisionero que a¨²n conserva tatuado en su brazo: el B-2930. "El de mi padre era el B-2931. No me lo quiero borrar. Nunca quise. Es parte de mi vida, es mi identidad; incluso lo us¨¦ como clave en mi ordenador".
"Es duro para m¨ª decir que los alemanes sab¨ªan todo lo que estaba pasando, pero quiz¨¢ es que yo soy muy tolerante..."
"Mi propia historia muestra que el mundo va a mejor. ?Qui¨¦n me iba a decir en Auschwitz que ser¨ªa doctor en Heidelberg?"
Por sobrevivir a aquello, asegura, nunca se sinti¨® culpable, sino victorioso. Aunque las pesadillas -"me enfrent¨¦ a ellas y venc¨ª; me quedan las sensaciones, los dedos congelados del pie que me amputaron, que duele cuando hace malo..."- y los recuerdos tardaran en difuminarse y permanecieran prendidos en su mirada durante mucho tiempo. Como cuando lleg¨® en barco a Estados Unidos, en 1951, y vio las lucecitas de Nueva York: "Me parec¨ªan crematorios a lo lejos". All¨ª, en EE UU, inici¨® su segunda existencia. Se form¨®, se convirti¨® en profesor universitario, fue miembro de la junta directiva del Museo del Holocausto en Washington -"es magn¨ªfico, un museo vivo; pero, ?sabe?, nunca pude recorrerlo"-, se convirti¨® en persona de referencia en derecho internacional.
Y Buergenthal es hoy juez norteamericano en el Tribunal Internacional de Justicia (TIJ), en La Haya, m¨¢ximo ¨®rgano judicial de la ONU; una instituci¨®n creada en 1945 para resolver disputas legales entre Estados que, junto con la vecina Corte Penal, creada en 2002, es referencia en derechos humanos. "No renovar¨¦ en 2014, es hora de iniciar la tercera fase", bromea este hombre que cree que la justicia es una casa que se va construyendo "ladrillo a ladrillo". Quince jueces forman parte del TIJ; profesionales de distintos pa¨ªses, religiones y posturas ante los sucesos de un mundo sobre el que Buergenthal no se hace grandes ilusiones. ?Volver¨¢ a suceder en Europa lo que ocurri¨® en Alemania hace 70 a?os? "Ya ha ocurrido: en los Balcanes, aqu¨ª mismo, hace nada", asegura justo ahora en que el TIJ ha exculpado a Serbia de su conducta en la guerra de Bosnia-Herzegovina y define lo sucedido en Srebrenica como genocidio musulm¨¢n.
En su despacho de La Haya, Buergenthal -muy criticado en 2004 cuando vot¨® en contra, "por falta de informaci¨®n jur¨ªdicamente pertinente", en el fallo del TIJ en el que se consideraba ilegal el muro que Israel construy¨® en Cisjordania: "Dec¨ªan, claro, el juez norteamericano, ?qu¨¦ va a votar...? Pero yo no me debo a EE UU. Es m¨¢s, he votado dos veces en contra, en dos casos. ?Por qu¨¦? Porque estoy ac¨¢ para decidir cosas relacionadas con la justicia, independientemente de los Estados... ?Y qu¨¦ me van a hacer? ?Me van a mandar a Siberia?"- se?ala varios estantes repletos de sus publicaciones sobre derecho internacional, escritos que han ocupado su amplia y reconocida vida profesional. "?Los ves? Pues entre todos no llegan ni al uno por ciento de la expectaci¨®n que ha creado este nuevo libro", se r¨ªe.
Y ah¨ª est¨¢ su autobiograf¨ªa parcial, la historia de alguien perseguido por creencias que ni siquiera tuvo -"ser jud¨ªo es para m¨ª no s¨®lo cuesti¨®n religiosa; es ¨¦tica, cultura, historia, tradici¨®n..."-, escalando listas de venta en Alemania y a la espera de editarse en otros pa¨ªses. ?Por qu¨¦ sigue interesando tanto lo relacionado con el Holocausto? "Porque vamos quedando pocos; los protagonistas de aquel tiempo somos ya parte de la historia antigua". Una ¨¦poca que se cerr¨® para ¨¦l, para muchos, para la historia, cuando los sovi¨¦ticos le liberaron del pat¨ªbulo de Sachsenhausen. Dijeron: "Sois libres, pod¨¦is marcharos". Y ¨¦l pens¨®: ?ad¨®nde? Y hasta aqu¨ª ha llegado.
Su libro est¨¢ escrito de forma tan contenida que impresiona... Narra la vida en los campos, la muerte, la humillaci¨®n, como si estuviera describiendo una tarde de domingo en casa. ?Lo ha hecho adrede?
No. Sali¨® as¨ª. Cuando escrib¨ªa, mis nietos y mi esposa me dec¨ªan que pusiera m¨¢s coraz¨®n... Pero yo tuve que parar a veces preso de la emoci¨®n, al describir el momento, por ejemplo, en que me reun¨ª de nuevo con mi madre en 1946, en Gotinga: ella estaba all¨ª en el and¨¦n esperando sola; la vi desde el tren, nos hab¨ªan separado en Auschwitz, y yo no pude hablar, s¨®lo llorar. "?Y pap¨¢?", le pregunt¨¦, y ella neg¨®. O cuando asesinaron a mis hermanos adoptivos: los llevaron vivos al cementerio jud¨ªo, y all¨ª... Fue doloroso recordarlo.
?C¨®mo sobrevive uno a tal experiencia?
Es f¨¢cil si uno tiene la suerte de embarcarse en un trabajo apasionante, encontrar una familia que le quiera... Van transcurriendo los a?os y te engulle el hecho en s¨ª de vivir. Poseemos un mecanismo ante el dolor, como el de las mujeres al parir, que hace que olvidemos. Adem¨¢s, haber vivido aquello de peque?o fue una ventaja. Los ni?os no analizan, viven la vida como viene. Olvid¨¦ antes y he tenido m¨¢s tiempo para mi segunda vida, que ha sido muy buena. Para mi madre, sin embargo, fue dur¨ªsimo. Para esa generaci¨®n fue terrible; lo perdieron todo...
Desde el fin de la guerra hasta 1951, en que emigr¨® a EE UU, permaneci¨® en Alemania, y era el ¨²nico ni?o jud¨ªo en la escuela
S¨ª, en los primeros meses fue muy dif¨ªcil. Porque mi padre no regres¨®... Y nunca fue igual. Est¨¢bamos en la misma ciudad, en la misma casa en Gotinga, sin ¨¦l... Mi madre supo, unos meses despu¨¦s del fin de la guerra, que ¨¦l hab¨ªa muerto. Ella regres¨® a Kielce, donde estuvo el gueto, y all¨ª le contaron que le hab¨ªan matado... No estaba muy claro lo que hab¨ªa sucedido conmigo... As¨ª que mantuvo la esperanza de encontrarme. Era una mujer con una fuerza incre¨ªble, con unas ganas ... Se cas¨® por segunda vez y muri¨® tambi¨¦n su marido. Y luego una tercera. Vivi¨® en Italia hasta 1991, que muri¨® con 79 a?os.
Usted dijo que s¨®lo sinti¨® odio, deseo de venganza, en dos momentos de su vida.
S¨ª, uno tras la guerra, cuando en Gotinga me cruzaba ante los grupos de alemanes despreocupados, y otro mientras escuchaba los juicios de N¨²remberg pegado a la radio y sent¨ªa una felicidad extra?a; aquello de: los han cogido, van a pagar por fin. Creo que fue important¨ªsimo que el proceso se celebrara all¨ª donde estuvo la sede nazi. Por eso mismo, luego, siendo yo ya juez, me opuse al juicio de Eichmann en Israel [nazi encargado del transporte de jud¨ªos, juzgado y colgado en mayo de 1962]. Pensaba que lo importante no era que muriera, eso no ayudaba ya, sino que el proceso se celebrara en Alemania.
?En este texto ha contado todo lo que ten¨ªa dentro? ?Es el final de esa historia?
Est¨¢ todo ah¨ª? Y para m¨ª es el final, pero para los editores, no. Por ejemplo, el libro no est¨¢ editado a¨²n en EE UU. No entiendo por qu¨¦, porque soy un personaje conocido all¨ª, y no por superviviente de la II Guerra Mundial, sino por mis trabajos en derecho, por haber codirigido el Museo del Holocausto? Quieren que a?ada la historia de mi segunda vida, la de inmigrante en ese pa¨ªs? Y no. He tenido una carrera en EE UU, s¨ª, pero ?qu¨¦ inter¨¦s tiene eso?
?Quiz¨¢ quieren que cuente lo que EE UU le ha dado a usted, un s¨ªmbolo de los 80.000 supervivientes del Holocausto que acogi¨®?
S¨ª. Lo entiendo.
?No es eso muy norteamericano?
S¨ª, mucho [se r¨ªe]... A¨²n recuerdo que a las dos semanas de poner el pie all¨ª, ya me preguntaban: "?Te gusta Norteam¨¦rica?". Y yo: "No s¨¦, acabo de llegar". Ellos esperaban que contestara: oh, s¨ª, me encanta. Ese pa¨ªs me dio mucho de lo que soy. Y la educaci¨®n. De hecho, estoy ac¨¢ como juez estadounidense. Es la primera vez que un inmigrante representa a Estados Unidos...
Cuando desaparezcan todos los testigos de aquel tiempo de guerra, ?se tergiversar¨¢ la historia de lo que fue?
S¨ª, de hecho ya ha cambiado. Los historiadores se copian mucho unos a otros. Lo vi, por ejemplo, en el anexo que se publica en la edici¨®n alemana del libro, con detalles del contexto de la guerra. Cuando lo revis¨¦ descubr¨ª muchos errores. Por ejemplo, en Auschwitz exist¨ªa un pabell¨®n de ni?os en el campo D y la autora insist¨ªa en que no... As¨ª que me tuve que poner a buscar hasta que se lo demostr¨¦. Otro detalle: muchos libros sobre el Holocausto hablan de que al llegar a Auschwitz hab¨ªa una selecci¨®n. Se da por sentado siempre. Pero no era as¨ª... A m¨ª no me seleccionaron. Son cosas sin importancia, peque?as, claro, no es la historia con may¨²sculas...
Pero la historia se construye de detalles...
S¨ª. Por eso me puse a escribir. Ten¨ªa necesidad. Para mis ni?os, para mis nietos. Aunque a los hijos tengo la impresi¨®n de que no les interesa mucho [se r¨ªe].
Quiz¨¢ a ellos les resultaba doloroso.
S¨ª, eso dice mi esposa. Que no quieren, que prefieren no saber...
?Dice usted que no ha visto pel¨ªculas, ni le¨ªdo libros, ni tampoco ha visto las grabaciones de los americanos o rusos cuando liberaron los campos de concentraci¨®n...?
No. Nada. Nunca. Ninguna documentaci¨®n. No puedo. Me afecta de manera incre¨ªble. Escribirlo, no, pero ver im¨¢genes... Quiz¨¢ porque parecen reales. Y no puedo ver los uniformes alemanes... No puedo. Aqu¨ª en La Haya rodaron una vez una pel¨ªcula en una plaza. Todo el edificio lo decoraron con las banderas nazis... Lo vi y me tuve que ir de la opresi¨®n que sent¨ªa...
Su historia se parece a la de Roberto Begnini en su filme 'La vida es bella'. La de un ni?o al que su padre salva mediante la fantas¨ªa, disfrazando la verdad.
S¨ª, eso dicen. Pero hay una gran diferencia: a m¨ª, mi padre siempre me cont¨® lo que suced¨ªa. Para m¨ª fue muy importante saberlo. Me ense?¨® tambi¨¦n a hacerme invisible, que no me vieran; eso era un seguro para sobrevivir.
Plantea usted en sus reflexiones un tema importante: ?por qu¨¦ hay personas que pueden mantener el coraje, la dignidad y la honradez en situaciones l¨ªmite, y otras, no?
Me lo preguntan mucho esto. L¨¢stima no disponer de la receta. Lo curioso es que a veces se produce en personas de las que no se espera. Los alemanes lo llaman zivil courage. Se tiene o no se tiene.
Las distintas actitudes de los alemanes y las contradicciones de aquel tiempo las describe usted muy bien en una an¨¦cdota ocurrida al regresar a Berl¨ªn en tren en 1945, cuando una se?ora les grita al pasar: "?Otra vez huele a jud¨ªo!", y dentro, mientras, un oficial de las SS le ofrece su caf¨¦...
Esa an¨¦cdota me acompa?¨® toda mi vida. ?C¨®mo es posible? La mujer de la calle expres¨® su odio y el oficial mostr¨® un gesto inesperado de humanidad. ?Por qu¨¦ unos se oponen a participar en cr¨ªmenes colectivos y otros no? Es interesante. Por ejemplo, cuando form¨¦ parte de la Comisi¨®n de la Verdad para El Salvador, entrevistamos a muchos militares que confesaron su necesidad de castigar, de matar... Y otros que para hacerlo deb¨ªan recibir ¨®rdenes... Un misterio.
Y siguiendo con los trenes, cuando iban en uno por Checoslovaquia, la gente por los caminos les tiraban pan para que no murieran de hambre. Sab¨ªan lo que suced¨ªa. ?Y los alemanes tambi¨¦n lo sab¨ªan?
El ciudadano alem¨¢n sab¨ªa que ¨¦ramos prisioneros y mor¨ªamos. Pero no los detalles del sufrimiento en Auschwitz o Treblinka? Nosotros mismos, cuando est¨¢bamos en el gueto, pues nos contaban cosas de Auschwitz y dec¨ªamos: "No, no puede ser, exageras". Nos neg¨¢bamos a creerlo. Y eso sucedi¨® con la mayor¨ªa de alemanes; sab¨ªan que nos persegu¨ªan, pero no pensaban que se trataba de millones? No s¨¦, para m¨ª es duro decir que lo sab¨ªan. Quiz¨¢ es que yo soy muy tolerante [r¨ªe].
Y otro misterio. A los jud¨ªos y otros prisioneros los mov¨ªan en tren, a pie; los trasladaban de aqu¨ª para all¨¢ constantemente... Puestos a matar como mataban, los nazis pod¨ªan haberlos eliminado a todos sin m¨¢s... ?Por qu¨¦ lo hac¨ªan?
S¨ª, y usaban soldados, trenes, energ¨ªa en ello... Era todo muy alem¨¢n. No ten¨ªa sentido. Nada lo ten¨ªa. Por ejemplo, muchos jud¨ªos alemanes eran m¨¢s alemanes que los propios alemanes... Si los nazis les hubieran pedido luchar por su patria, lo habr¨ªan hecho sin dudar. Y los asesinaron a todos... Un desastre para la econom¨ªa, la ciencia, el comercio... Pura locura.
Ha dicho usted que de alguna manera el Holocausto fue un entrenamiento en el siglo XX para genocidios posteriores...
S¨ª. Es lo terrible. Pens¨¢bamos que se hab¨ªa terminado, y ah¨ª est¨¢ en Bosnia, en Ruanda, en Somalia, en Camboya...
?Y qu¨¦ papel puede desempe?ar la justicia en esto? Si en la ONU tuvieran mayor sinton¨ªa quiz¨¢ tendr¨ªa m¨¢s influencia el TIJ?
Claro, ¨¦se es un buen problema.
?Por qu¨¦ hay siempre m¨¢s acuerdo para hacer la guerra que para hacer la paz...?
?Cu¨¢nto tiempo dice que tiene para poder explic¨¢rselo...? Las ambiciones de los pol¨ªticos... ?se es un factor muy importante en los problemas del mundo actual. Muchos piensan que van a salvar el mundo.
?Y qu¨¦ hay de la guerra de Irak? ?No sucedi¨® tambi¨¦n eso? Un presidente que...
Claro. Ojal¨¢ que el actual Congreso de Estados Unidos pueda hacer algo.
?Por qu¨¦ el pueblo norteamericano, la gente de la calle, no reacciona? O al menos eso nos parece desde aqu¨ª a los europeos.
Bueno, reacciona, pero lentamente. Desde que llegu¨¦ al pa¨ªs ha sido as¨ª: McCarthy, Vietnam, ahora Irak... Dura a?os hasta que la gente ve lo que sucede. Un pa¨ªs tan grande, una democracia tan extensa, una federaci¨®n de tantos Estados... Dura a?os. Por ejemplo, al empezar a ense?ar en la universidad organic¨¦ un seminario sobre derecho internacional y la guerra de Vietnam... Tuve cuatro estudiantes. ?Y dos a?os despu¨¦s me dicen que por qu¨¦ no monto un curso sobre el tema...! Y ahora con Irak... Bueno, hasta la prensa norteamericana no estuvo fina. Les falt¨® la fuerza para preguntar lo que deb¨ªan...
Todo el mundo crey¨® lo de las armas qu¨ªmicas... Pero en Europa la gente sali¨® enseguida a la calle con la simple menci¨®n de la implicaci¨®n en la guerra, los muertos...
S¨ª, yo tambi¨¦n lo cre¨ª. Pero hay que entender que Estados Unidos lo forman m¨¢s de 300 millones de personas, y el 90% de ellas nunca vivi¨® fuera, no tiene pasaporte, nunca ha viajado, su imagen del mundo es la televisi¨®n... Eso explica mucho. Y luego, es que tienen una fe grand¨ªsima en su Gobierno... Eso ayuda mucho a una democracia, s¨ª. Pero tambi¨¦n sirve para enga?ar mucho. Porque ellos creen que los pol¨ªticos dicen la verdad; creen que, si mienten, el sistema los descubrir¨¢ siempre. Pero claro, ese siempre es a?os despu¨¦s, y ya no hay remedio...
La noticia de su elecci¨®n como juez del TIJ le lleg¨® mientras visitaba Auschwitz...
S¨ª, fue durante la Administraci¨®n de Clinton. Bueno, ya le dije, nunca quise leer, saber o visitar esos lugares, pero un amigo quer¨ªa escribir un libro sobre m¨ª y me convenci¨®. Yo estaba en Suiza con el caso de las cuentas secretas. Era enero, aquello estaba congelado, y yo me preguntaba: ?c¨®mo pude sobrevivir aqu¨ª?
En los estatutos del TIJ dice que para este cargo se elige a personas de alta moralidad, independencia y gran capacidad...
Bueno, tenemos de todo [se r¨ªe].
?Tiene que ver su experiencia con su dedicaci¨®n luego a los derechos humanos?
La relaci¨®n entre lo que uno vive y lo que luego es, siempre es interesante. Supongo que s¨ª. Pero nunca pens¨¦ en ello. Uno empieza una carrera y no piensa: voy a hacer historia con esto. No. No estudi¨¦ derecho internacional porque pensara que iba a salvar el mundo... Y todav¨ªa no lo pienso.
?No cree que influye lo que hace uno?
Bueno, influye, s¨ª, pero poco. Uno tiene que darse cuenta de que no puede hacer grandes cosas; que lo importante es hacer peque?as cosas, y que si todos las hacemos, tendremos gran influencia? Pretender hacer grandezas puede ser hasta peligroso.
?Pero con ese fin ambicioso se crean organismos internacionales, la misma ONU?
S¨ª, pero lo importante es hacer todo lo que podamos por los dem¨¢s. Es suficiente.
?Cu¨¢les son los grandes peligros que acechan hoy en su terreno, que condicionan el respeto a los derechos humanos?
Uno pasado por alto es que, en los a?os setenta y ochenta, Estados Unidos ten¨ªa una gran influencia sobre derechos humanos en el mundo. Y hemos perdido esa legitimidad. Eso es un gran peligro. No s¨®lo para EE UU. Recuerdo que en los setenta, un norteamericano pod¨ªa criticar a otros Gobiernos... Hoy no se puede. Bueno, se puede, pero no tiene efecto. Hemos progresado, pero... Hace dos d¨¦cadas pens¨¢bamos que era importante intervenir en situaciones de violaciones..., y hoy, si algo sucede en Ruanda, no podemos, porque lo que se ha hecho en Irak... Nadie quiere. El coste es muy alto. Es una consecuencia de lo sucedido con Irak, m¨¢s importante para el futuro de lo que se cree...
El Gobierno norteamericano perdi¨® los nervios tras el 11-S y los neoconservadores han tomado ventaja...
Reaccion¨® de manera desacertada. Y algunos pol¨ªticos vieron su oportunidad? Y ah¨ª est¨¢ la relaci¨®n entre padre e hijo [Bush] para explicar muchas cosas [r¨ªe].
En Espa?a, la reacci¨®n tras los atentados del 11-M fue sorprendente, pac¨ªfica...
S¨ª, impresionante. Y en el mundo entero, la solidaridad con EE UU en el 11-S fue enorme. Se le¨ªa en pancartas: "Nosotros tambi¨¦n somos americanos". Lo nunca visto.
?C¨®mo se van a desarrollar ahora los acontecimientos en Irak, Ir¨¢n, Afganist¨¢n?
Es una situaci¨®n muy dura. L¨¢stima que no tengo ni la fe ni las soluciones. La fe, quiz¨¢ s¨ª, porque soy optimista, es dif¨ªcil con mi vida no serlo; pero soluciones... Aunque a veces en pol¨ªtica internacional hay situaciones que cambian de manera inesperada. Por ejemplo, cuando Sadat lleg¨® a Jerusal¨¦n y abraz¨® a Arafat se produjo un cambio grande, o cuando Kissinger y Nixon fueron a China... Qui¨¦n sabe.
Y adem¨¢s ahora existe otro poder, otro nuevo, al hilo de lo que dec¨ªa Saramago: "Hay dos superpotencias en el mundo... Una es EE UU y la otra eres t¨²". La ciudadan¨ªa. ?La gente sabe m¨¢s lo que pasa?
S¨ª, se sabe m¨¢s, pero distorsionado. La gente no lee peri¨®dicos serios como se le¨ªa antes. La informaci¨®n se mezcla con publicidad... Se sabe m¨¢s, pero no mejor...
?El miedo al terrorismo ser¨¢ una obsesi¨®n? ?Su amenaza, un nuevo nazismo?
S¨ª, y lo peor es que los que atentan no tienen miedo a morir. ?Qu¨¦ se puede hacer contra eso? Es el gran sinsentido... Dejarse morir. O matar a m¨¢s de los tuyos que del supuesto enemigo... Es verdad que en la historia ha habido este tipo de locuras, de locos, de atentados. Por ejemplo, en el siglo XIX, contra los reyes, los nobles, por parte de anarquistas y extremistas...
Usted dijo que ahora existe, adem¨¢s, un factor a?adido: la alianza entre religiosos extremistas y pol¨ªticos conservadores...
S¨ª, muy peligroso. Y faltan ideolog¨ªas pol¨ªticas. Por ejemplo, tras la ca¨ªda del comunismo en Serbia y en otros pa¨ªses surgi¨® un nacionalismo extremo como sustituto.
?Se matan porque no tienen resuelto el problema de la identidad?
Exactamente.
De todas las actuaciones en su trabajo, ?cu¨¢l ha sido la m¨¢s gratificante?
Lo realizado en la Corte Interamericana de Derechos Humanos y en la Comisi¨®n de la Verdad para El Salvador creada por la ONU para acabar con la guerra civil. Fue para m¨ª revivir lo vivido. Hermanos, primos que se matan unos a otros... Asesinaron al arzobispo de San Salvador y a los jesuitas espa?oles... Cuando entr¨¦ en su casa, recuerdo que hab¨ªa una foto del arzobispo y le hab¨ªan disparado una bala al coraz¨®n, en el cuadro... Los asesinos eran todos cat¨®licos y militares; uno de ellos era alumno de monse?or Romero. Matan a su Dios, me dije. Pero hicimos nuestro trabajo: hacer posible la reconciliaci¨®n explicando el pasado y los actos de la gente. Con la esperanza de que el pa¨ªs pudiera vivir en paz.
?Volver¨¢ a suceder lo que sucedi¨® con el fascismo, el nazismo...?
Ha pasado: en los Balcanes, en Abu Ghraib.
?A pesar de los controles?
S¨ª, pero tampoco quiero dejar una nota pesimista: Alemania y Francia se entienden, la juventud alemana es m¨¢s europea que nunca; se puede viajar entre pa¨ªses sin visa; hay moneda com¨²n. Y hoy ser¨ªa dif¨ªcil en Alemania planificar tal exterminio... Y mi propia historia muestra que el mundo va a mejor... ?Qui¨¦n me iba a decir en Auschwitz que ser¨ªa doctor por la Universidad de Heidelberg...? Hemos mejorado. Queda por hacer, pero mejoramos...
?Sabr¨¢n las nuevas generaciones salir adelante en paz?
Estoy seguro.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.