Nuevos y viejos catalanismos
El principal problema pol¨ªtico de Catalu?a se puede traducir en dos sentencias. La primera: los supuestos ideol¨®gicos y las premisas conceptuales fundamentales del viejo catalanismo han caducado. La segunda: los partidos pol¨ªticos y buena parte de la sociedad catalana, en general, siguen agarrados como fuente principal de su actuaci¨®n pol¨ªtica y c¨ªvica a esos viejos principios ya caducos y, por tanto, escasamente operativos en la realidad de la Catalu?a y de la Espa?a actual. De todo eso se deduce un corolario obvio: a menos que se refunde el catalanismo, que es tanto como decir su proyecto de futuro, Catalu?a seguir¨¢ desdibujando su personalidad, perdiendo peso espec¨ªfico en Espa?a y muy probablemente tambi¨¦n en el mundo.
Hoy la Espa?a de las autonom¨ªas es, en realidad, la implementaci¨®n pr¨¢ctica de los viejos principios que inspiraron el regionalismo catal¨¢n a finales del siglo XIX
Hay que reinventar un ideario colectivo de futuro, hacia dentro, despoj¨¢ndose de t¨®picos, y hacia fuera reconociendo que los dem¨¢s han jugado bien sus cartas
El viejo catalanismo naci¨® hace algo m¨¢s de 100 a?os. Su n¨²cleo duro se fundament¨® en supuestos muy simples: Catalu?a era esencialmente una naci¨®n cultural. Espa?a era un Estado centralista y caduco, pero era tambi¨¦n un mercado.
A esa realidad, aprovechando antiguos principios del iberismo y del regionalismo, intent¨® dar respuesta el ideario pol¨ªtico de Prat de la Riba y sus seguidores. Se propusieron ofrecer una soluci¨®n de futuro a la sociedad catalana y tambi¨¦n a la espa?ola; en realidad pretendieron construir una alternativa para encajar lo catal¨¢n y a la vez modernizar Espa?a.
?sa es la clave. El catalanismo naci¨® como una propuesta de doble faz. Se plante¨® a la vez crear un ideario moderno para afianzar una naci¨®n moderna -Catalu?a- y una alternativa a la vieja Espa?a centralista en la que cupiera Catalu?a: la Espa?a Imperio.
El viejo ideario del catalanismo quer¨ªa una Catalu?a naci¨®n que pudiera desplegarse en igualdad de condiciones con las dem¨¢s naciones que compon¨ªan Espa?a. Quer¨ªa tambi¨¦n una Espa?a imperial en la que cupieran todas las naciones peninsulares -portugueses incluidos- y cuantas pudiesen reincorporarse de las antiguas posesiones de ultramar.
Es obvio que ese ideario s¨®lo es comprensible en el contexto de 1900. La Primera Guerra Mundial no s¨®lo no se hab¨ªa materializado, sino que muy pocos imaginaban que liquidar¨ªa de golpe el sistema de grandes imperios que hasta entonces hab¨ªa organizado el mundo. Muy pocos sab¨ªan que tres lustros despu¨¦s el viejo mundo de los imperios estallar¨ªa en un mucho m¨¢s fragmentado mundo de naciones.
No es extra?o, por tanto, que una de las propuestas fundacionales del catalanismo desapareciera pronto del imaginario catal¨¢n. Circunstancias mandan. Y todo ello no ser¨ªa m¨¢s que una an¨¦cdota del pasado si no fuese porque en realidad la falta de una idea de fondo sobre Espa?a ha venido condicionando desde hace d¨¦cadas el papel de Catalu?a en Espa?a. Basta recordar la renuncia de Maci¨¤ en 1931, la ambig¨¹edad del pujolismo y la debilidad del planteamiento federalista del socialismo catal¨¢n.
El catalanismo, a partir de la d¨¦cada de 1920, no tuvo fuerza para dar con una soluci¨®n al problema de modelo de Estado. S¨ª introdujo, sin embargo, de un modo relativamente difuso, una nueva variable conceptual: la de la pujanza de la sociedad civil catalana. Catalu?a era una naci¨®n forjada a partir de una sociedad civil fuerte; Espa?a era un Estado envejecido con mucho "aparato" y muy poca sociedad.
En la realidad de hoy, el problema de fondo del catalanismo radica en la asunci¨®n acr¨ªtica de estos supuestos. Casi ninguno de esos principios opera en la actualidad y, sin embargo, la clase pol¨ªtica y buena parte de los creadores de opini¨®n catalanes siguen recre¨¢ndose en ellos.
Hoy la Espa?a de las autonom¨ªas es, en realidad, la implementaci¨®n pr¨¢ctica de los viejos principios que inspiraron el regionalismo catal¨¢n a finales del siglo XIX y que sin duda cont¨® con la simpat¨ªa pol¨ªtica de las periferias pol¨ªticas y sociales del viejo Estado centralista. Hoy, adem¨¢s, el proceso de modernizaci¨®n social y econ¨®mica que el catalanismo quer¨ªa para Catalu?a -y propon¨ªa compartir con el resto de Espa?a- es tambi¨¦n una realidad. Espa?a es en la actualidad tan moderna como Catalu?a. Puede incluso que algunos lugares de Espa?a vayan por delante.
Hoy la sociedad civil catalana no es la sociedad civil m¨¢s fuerte y avanzada de Espa?a. En otros lugares de la Pen¨ªnsula, muy especialmente en Madrid, pero no s¨®lo, se ha estructurado una sociedad civil potente y decidida a defender sus intereses de presente y de futuro.
En definitiva, hoy Espa?a ya no es ese Estado caduco, centralizado y premoderno de hace 100 a?os. Muchos espa?oles -incluidos bastantes catalanes- viven su identidad pol¨ªtica c¨®modamente habilitados en el actual Estado de las autonom¨ªas. Y mucho se encarga el PP, con bastante rendimiento pol¨ªtico por cierto, de vociferar contra quienes simplemente pretenden darle retoques. Paradojas de la historia, la Espa?a que quer¨ªa combatir el viejo catalanismo, eso s¨ª, sin alejarse demasiado de ella, es hoy una referencia internacional de tr¨¢nsito entre un pasado tormentoso de dictaduras y una democracia fuerte, y tambi¨¦n de modernidad social y econ¨®mica. Incluso candidatos en las recientes elecciones francesas -?qui¨¦n lo iba a decir!- han prestado una ins¨®lita atenci¨®n a la modernizaci¨®n de la sociedad espa?ola.
Pienso que los padres fundadores del catalanismo vivir¨ªan la realidad actual con una cierta perplejidad. En gran parte la Espa?a econ¨®mica y social que hab¨ªan deseado se ha materializado. Muchos de ellos pensar¨ªan que el Estado de les autonom¨ªas ha satisfecho muchas de sus aspiraciones. Y sin embargo, posiblemente tambi¨¦n alguno de ellos estar¨ªa insatisfecho con el grado de reconocimiento que Catalu?a ha obtenido como naci¨®n. Tambi¨¦n es posible que unos y otros se sintieran inc¨®modos con la ambig¨¹edad actual del catalanismo. S¨ª, se ha conseguido llegar hasta aqu¨ª, pero qu¨¦ le sucede a Catalu?a que parece vivir amordaza.
En cualquier caso, los viejos catalanistas contemplar¨ªan perplejos como Espa?a, su Estado y las sociedades civiles que han irrumpido aqu¨ª y all¨¢, son m¨¢s fuertes (y seguramente m¨¢s modernas) que Catalu?a, su Administraci¨®n auton¨®mica y su propia sociedad civil.
Y es aqu¨ª donde crujen los principios actuales del encorsetado ideario catalanista. Espa?a es un pa¨ªs moderno. Espa?a ha estructurado a trav¨¦s del Estado de las autonom¨ªas una soluci¨®n al viejo centralismos que en gran medida satisface a la sociedad civil y pol¨ªtica de casi todas las regiones de Espa?a. Espa?a ya no depende (hace mucho tiempo) del tradicional empuje econ¨®mico, pol¨ªtico y cultural de Catalu?a.
Hay muchas cosas por entender. El primer catalanismo naci¨® cuando el Estado espa?ol era d¨¦bil; el proyecto catal¨¢n era sin¨®nimo de una posibilidad de futuro. En 1932 el proyecto catal¨¢n era ya mucho menos claro, hasta el punto de que cuando el Estado espa?ol borde¨® su desaparici¨®n con la llegada de la Rep¨²blica, el catalanismo se dej¨® ningunear sin mayor problema. Al final del franquismo el viejo concepto de la Espa?a centralista hab¨ªa quedado m¨¢s desacreditado que nunca. El Estado de las Autonom¨ªas fue en gran medida un proyecto catal¨¢n. Dio respuesta a las necesidades m¨¢s inmediatas de todos. No resolvi¨® del todo el encaje catal¨¢n, pero s¨ª el encaje del Estado espa?ol con relaci¨®n a la mayor parte de sus territorios.
El Estatuto de 2006 se ha hecho sin haber meditado sobre todo ello. Hoy Espa?a es fuerte y Catalu?a es en t¨¦rminos pol¨ªticos m¨¢s d¨¦bil relativamente que nunca. As¨ª lo constatan la vacilaci¨®n de la clase pol¨ªtica catalana en la elaboraci¨®n del Estatuto y su aplicaci¨®n inicial.
Tal vez fuese menester empezar de cero o casi. Es imprescindible componer un nuevo catalanismo. Para empezar hay que recuperar el tradicional sentido de la realidad. Hay que reconocer las cosas como son. Hay que reinventar un ideario colectivo de futuro. Un ideario hacia dentro -despoj¨¢ndose de t¨®picos- y hacia fuera -reconociendo que los dem¨¢s han jugado bien sus cartas, quiz¨¢s en muchos casos mejor que nosotros.
Despu¨¦s ser¨¢ imprescindible dejar los t¨®picos sobre la mesa y plantear en serio y con claridad las cuestiones de fondo. ?A qu¨¦ optamos? ?A la independencia, al federalismo o a un autonomismo m¨¢s o menos reformista? ?Acaso no queremos una capital moderna y con empuje? ?Por qu¨¦ raz¨®n dudamos tanto sobre el papel esencial de Barcelona? ?Hay alg¨²n motivo para no afrontar la reinvenci¨®n de Catalu?a como una naci¨®n metr¨®poli, como una naci¨®n de ciudades, como ya es en realidad? ?Acaso hay alguna raz¨®n, al margen de nuestros propios errores, para que la sociedad catalana no figure hoy entre las sociedades m¨¢s innovadoras? ?Hay alg¨²n motivo para que Catalu?a no sea hoy un referente en nueva econom¨ªa e investigaci¨®n aplicada? ?Es comprensible que no se haya jugado seriamente las cartas de la educaci¨®n y la cultura? ?Es comprensible que Catalu?a no haya sabido componer la ecuaci¨®n ciudades-Catalu?a-mundo como su eje central de futuro? ?Hasta qu¨¦ punto Catalu?a est¨¢ dispuesta a configurar una voz unitaria frente la fuerza del Estado? ?Hasta cu¨¢ndo seguiremos siendo sin¨®nimo de ambig¨¹edad y acomodaci¨®n? ?Hasta cu¨¢ndo seguiremos sin decir las cosas por su nombre?
Son s¨®lo algunas de las preguntas que tiene pendiente de respuesta el nuevo catalanismo, a no ser, est¨¢ claro, que la fatua gesticulaci¨®n pol¨ªtica que nos envuelve no sea otra cosa que expresi¨®n del viejo y entra?able fantasma de lo que pudo haber sido y ya no es. Tal vez, claro est¨¢, hayamos decidido, sin haberlo verbalizado, que ya nos va bien ser lo que somos: un an¨¦mico anhelo de naci¨®n en el marco de un Estado fuerte que ha aprendido a conjugar razonablemente bien los intereses y la identidad de la mayor parte de los ciudadanos que en ¨¦l viven, incluidos una gran parte de los catalanes.
Ferran Mascarell es historiador y ex consejero de Cultura de la Generalitat.
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