Esp¨ªas
Presa de un ataque de insomnio, me encontraba a las tres de la ma?ana frente al ordenador, en el trance de decidir si me pon¨ªa a escribir o no, cuando el puntero comenz¨® a moverse solo por la pantalla. Fascinado por la intrusi¨®n, dej¨¦ hacer al pirata inform¨¢tico y vi c¨®mo entraba impunemente en mi procesador de textos, desde el que abri¨® la novela que ten¨ªa en marcha para introducir algunas modificaciones que (mentir¨ªa si dijera otra cosa) no me parecieron mal. El puntero iba de un lado a otro de la p¨¢gina con movimientos nerviosos, como si el intruso, pese a la hora, temiera ser descubierto. La operaci¨®n dur¨® unos veinte minutos.
At¨¦ cabos y comprend¨ª entonces el origen de aquellas modificaciones que ven¨ªa advirtiendo en mis textos y que no era consciente de haber realizado. Desde que un t¨¦cnico me dijo que los momentos m¨¢s dif¨ªciles para un ordenador son los de apagado y encendido, jam¨¢s lo desconecto, de modo que mientras yo dorm¨ªa alguien entraba como un sue?o en ¨¦l y alteraba su contenido. Durante las siguientes noches, me levant¨¦ a la misma hora y comprob¨¦ que era as¨ª. Podr¨ªa haber ordenado que limpiaran el disco duro para eliminar el troyano, pero, embrujado como estaba por la situaci¨®n, lo dej¨¦ estar. Termin¨¦ (o terminamos) la novela (que curiosamente contaba la vida de alguien que ocupaba clandestinamente una vivienda ajena), la publiqu¨¦ y eso fue todo. El pirata desapareci¨® o entra a horas a las que no soy capaz de localizarlo.
El otro d¨ªa estaba leyendo una novela polic¨ªaca cuando not¨¦ un movimiento extra?o en el interior de mi cuerpo, a la altura de los pulmones. Sin abandonar del todo la lectura, permanec¨ª atento a lo que ocurr¨ªa en esas profundidades org¨¢nicas y sent¨ª que un fantasma ascend¨ªa por mi cuello hasta alcanzar los ojos, desde donde se puso a leer el libro que yo ten¨ªa entre las manos. A los diez minutos le pregunt¨¦ mentalmente qui¨¦n era y descendi¨® apresuradamente hacia el pecho, donde sent¨ª como el batir de una puerta que se abr¨ªa y se cerraba. D¨¢ndole vueltas, he llegado a la conclusi¨®n de que, siempre que leo, alguien lee tambi¨¦n a trav¨¦s de m¨ª, pero ni se me habr¨ªa ocurrido de no ser por la experiencia del ordenador.
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