Quitarse el sombrero
James Stephens, Flann O'Brien y James Joyce son los tres novelistas irlandeses m¨¢s representativos de la primera mitad del pasado siglo. Del primero s¨®lo se hab¨ªa publicado en Espa?a la obra que lo lanz¨® a la fama (El caldero de oro, Siruela, 1993) y, por desgracia, no parece haber tenido suficiente acogida. James Stephens (1880 o 1882-1950) era un autodidacta que viv¨ªa de su trabajo como empleado en un bufete de abogados cuando lo descubri¨® el poeta George Russell, que le ayud¨® a editar su primer libro de poemas. En 1911 public¨® por entregas en el Irish Times (del que fue uno de los fundadores y donde escrib¨ªan O'Brien y Joyce) su primera novela, La hija de la mujer de la limpieza, a la que sigui¨® en 1912 El caldero de oro. En 1914 da a luz The Demi-Gods, su experiencia narrativa m¨¢s arriesgada y, posteriormente, dentro de una escritura m¨¢s tradicional, Deirdre (1923); adem¨¢s es autor de cuentos y poemas, ensayos y teatro. En 1927, cuando conoce a Joyce, ¨¦ste le propone terminar Finnegan's wake si ¨¦l no pudiera llegar a completarlo, lo que da idea de la estima que ambos se ten¨ªan.
LA HIJA DE LA MUJER DE LA LIMPIEZA
James Stephens
Traducci¨®n de Susana Carral Mart¨ªnez
Ediciones del Viento
A Coru?a, 2007
216 p¨¢ginas. 11 euros
El mundo de La hija de la mujer de la limpieza es el de las clases populares que est¨¢n lindando con la pobreza cuando no entrando en ella y el de la clase media como contraste. La an¨¦cdota es simplic¨ªsima: una joven es mantenida por su madre, asistenta, a cambio de un futuro que ella sue?a ajeno a sus penurias ("exig¨ªa al mundo on¨ªrico todo aquello de lo que carec¨ªa en el mundo real"). La Sra. Makebelieve (?la se?ora Enso?aci¨®n?) est¨¢ bien provista de principios morales que s¨®lo la mala fortuna le impide desarrollar en un medio m¨¢s conveniente, raz¨®n por la cual pone sus esperanzas en su hija. Una se?ora burguesa, un grueso polic¨ªa, un flaco hu¨¦sped de una vecina, la vecina y sus seis hijos, son los catalizadores de una m¨ªnima acci¨®n que desembocar¨¢ en uno de los finales felices m¨¢s socarrones que se puedan imaginar.
Lo importante de este relato es el espacio en que sucede y las normas morales que contiene. En cuanto a lo primero, la presencia del Dubl¨ªn de principios de siglo es esplendente. Stephens cuenta el movimiento de la ciudad desde la perspectiva de la muchacha como una especie de ballet digno de un musical americano (alegr¨ªa, colorido, ritmo, ligereza...), pero no son las ¨²nicas descripciones: las hay m¨¢s cerradas (el despojamiento de todo lo que hay en el hogar, las Makebelieve camino de la Casa de Empe?os, la misma descripci¨®n de la casa, de sombr¨ªo peso: "Era una casa oscura. Todas las ventanas estaban mustias, detr¨¢s de las estiradas cortinas, y la luz que consegu¨ªa abrirse camino entre ambas quedaba depurada hasta el ¨²ltimo grado de respetabilidad") y hay descripciones de confusi¨®n y tumulto, no de ballet: como la de la familia Cafferty en la casa de las Makebelieve. Todas ellas pueden encuadrarse en lo que llamamos costumbrismo, pero no se queda ah¨ª: es un medio, no un fin. La pobreza -asunto medular- est¨¢ tratada con una mezcla de humor y lucidez que produce una extra?a ternura ajena por completo a la blandenguer¨ªa. Y junto a ello, el texto est¨¢ lleno de sentencias y ense?anzas que son un repaso de las convenciones sociales de esa clase popular, pobre pero decente, tuteladas por el poder de una rancia clase media; sentencias y ense?anzas que no pesan sino, todo lo contrario, se integran a la perfecci¨®n en el ritmo del relato. Por su parte, la voz narradora adopta la posici¨®n omnisciente de alguien que est¨¢ contando una jugosa historia llena de detalles e incidentes menores que contienen una meticulosa, tradicional y organizada manera de entender la vida; todo lo cual mostrado en ese momento tan exigente y decisivo en la vida de las personas como es el de echar a volar (la hija) y el de aceptar el nido vac¨ªo (la madre).
Tras el Stephens m¨¢s inven-
tivo est¨¢, en primer lugar, William Blake y despu¨¦s la magia de la tradici¨®n celta, todo tra¨ªdo a una concepci¨®n moderna del mundo y hecho con valent¨ªa y un humor contenido; pero esta novela ocupa un lugar en su obra similar al de Dublineses en la de James Joyce. La franqueza, serenidad y buen esp¨ªritu con que est¨¢ narrada muestran a un genuino narrador de historias, admirablemente dotado para contar cualquiera por sencilla que sea y llenarla de sentido y de inter¨¦s con verdadera gracia. O d¨ªganme si, como ¨²ltima muestra, no es ¨¦sta la mejor manera de cerrar una narraci¨®n en el tono del relato y despidiendo a su personaje: "Yo, por mi parte, como otros asuntos urgentes reclaman mi atenci¨®n, rendir¨¦ homenaje a su saludo, me quitar¨¦ el sombrero y me har¨¦ a un lado, y ustedes deber¨ªan hacer lo mismo, porque eso me complacer¨ªa. As¨ª, ella seguir¨¢ adelante y har¨¢ aquello que plazca a los dioses, porque menos de eso no puede hacer, y m¨¢s no se le puede pedir a nadie".
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