Contra la opini¨®n p¨²blica
No es infrecuente o¨ªr decir a dirigentes pol¨ªticos que sus afirmaciones est¨¢n avaladas por la opini¨®n p¨²blica: la opini¨®n p¨²blica exige esto o aquello, que naturalmente coincide con las tesis expresadas. Hace poco, con motivo de la ruptura de la tregua por parte de ETA, nos hartamos de escuchar argumentos contradictorios fundamentados en las demandas de la opini¨®n p¨²blica, y en general cualquier tesis parece justificada con tal de que est¨¦ respaldada por ese manantial sagrado de nuestra ¨¦poca.
Despu¨¦s de los pol¨ªticos los que m¨¢s proclaman la autoridad de la opini¨®n p¨²blica son los periodistas. A menudo, los editoriales de los medios de comunicaci¨®n est¨¢n salpicados por expresiones del tipo "a la opini¨®n p¨²blica le resulta intolerable" o "es necesario tener en cuenta a la opini¨®n p¨²blica". Como en el caso de los pol¨ªticos es obvio que los periodistas que escriben dichos editoriales tienen la certeza de que los sentimientos de la intocable opini¨®n p¨²blica convergen con los suyos.
Junto a los pol¨ªticos y a los periodistas, sacerdotes mayores, por as¨ª decirlo, de la p¨²blica opini¨®n, casi todos los gremios se han acostumbrado a apelar a id¨¦ntica fuente de autoridad. Los empresarios saben, sin duda, lo que quiere la opini¨®n p¨²blica; y, como es l¨®gico, tambi¨¦n los sindicatos. Con referentes tan esenciales cualquier asociaci¨®n, cualquier colectivo, por peque?o que sea, sigue la misma pauta. Nadie quiere perderse el favor de la opini¨®n p¨²blica y, sobre todo, nadie duda de que la opini¨®n p¨²blica est¨¢ a su favor.
No hay seguramente en nuestra ¨¦poca un par de t¨¦rminos tan prestigiosos. Sin embargo, nadie es capaz de indicar con precisi¨®n en qu¨¦ consiste la opini¨®n p¨²blica. Claro que peri¨®dicamente hay votaciones -que deber¨ªan aclarar mucho- pero como tambi¨¦n hay continuamente encuestas -que aclaran menos- y hay una perpetua intervenci¨®n de los llamados l¨ªderes de opini¨®n -que todo lo confunden- permanecemos en la oscuridad con respecto a la naturaleza de la diosa. De hecho, llegamos a creer que la democracia es una suerte de encarnaci¨®n institucional de la opini¨®n p¨²blica en lugar de un ejercicio libre de la responsabilidad del ciudadano.
Con todo, el efecto m¨¢s grotesco de esta dictadura de la opini¨®n p¨²blica se aprecia en territorios que van m¨¢s all¨¢ del ¨¢mbito pol¨ªtico: lo bueno es lo mayoritario; lo bello tambi¨¦n es lo mayoritario; y, c¨®mo no, lo verdadero coincide asimismo con lo mayoritario. La bondad, la belleza y la verdad (para rescatar aqu¨ª la tr¨ªada cl¨¢sica) son, as¨ª, dictadas por la opini¨®n p¨²blica, convirti¨¦ndose inmediatamente en el espect¨¢culo de la bondad, de la belleza o de la verdad.
Tenemos cada d¨ªa pruebas vistosas de lo "que quiere" la opini¨®n p¨²blica y lo sintom¨¢tico es que, por rid¨ªculas que sean estas pruebas, adquieren el suficiente protagonismo como para construirse al menos para los medios de comunicaci¨®n, en faros del presente. No importa que lo expresado sea arbitrario y gratuito con tal de que tenga la apariencia de ser mayoritario y, por supuesto, "popular".
Le¨ª que hace unas pocas semanas en un programa de televisi¨®n se eligi¨® a trav¨¦s de los espectadores al Espa?ol M¨¢s Importante de la Historia y sali¨®, como era de prever, el rey Juan Carlos. Este programa copiaba otro de la televisi¨®n norteamericana que, por el mismo m¨¦todo de escrutinio sentimental y analfabeto, se?al¨® a Ronald Reagan como el estadounidense m¨¢s destacado de todos los tiempos. ?Podemos felicitarnos de que no hayan sido escogidos Popeye o el Pato Donald!
Todav¨ªa m¨¢s admirable desde el punto de vista del esperpento es la "votaci¨®n universal" para elegir las nuevas Siete Maravillas del Mundo. No hay peri¨®dico que no haya dedicado varias p¨¢ginas a la cuesti¨®n. Si todo se limitara a una comedia bufa con fines tur¨ªsticos y comerciales, y as¨ª se hiciera ver, el asunto no tendr¨ªa mayor relieve pero, tal como es presentado, el concurso sobre las Siete Maravillas tiene igual seriedad que la guerra de Irak o la carrera espacial. Uno lee la prensa -a veces incluso la m¨¢s sobria- o ve la televisi¨®n y enseguida se da cuenta de
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que la opini¨®n p¨²blica es siempre la encargada de inclinar la balanza, sea en referencia a lo conveniente o sea para dictaminar sobre el Espa?ol M¨¢s Importante o las Siete Maravillas del Mundo.
?Verdadero o falso? Vamos a votar y que decida la opini¨®n mayoritaria. La semana pasada un amigo, neur¨®logo, se lamentaba de una inquietante falta de libertad de la ciencia en relaci¨®n al siglo anterior. Muchos cient¨ªficos, me dec¨ªa, se lo piensan dos veces antes de dar a la luz conclusiones que puedan poner en entredicho lo que la opini¨®n p¨²blica desea escuchar. ?l, por ejemplo, trabaja en el estudio de las diferencias de actividad entre los cerebros femenino y masculino y tiene que ir con pies de plomo para que no se le acuse de determinista, sexista o cosas peores. Y les aseguro que mi amigo es estrictamente partidario de la igualdad civil.
?Deber¨ªamos someter a votaci¨®n la verdad cient¨ªfica? Es una posibilidad, ya que as¨ª lo hacemos tambi¨¦n con el Espa?ol M¨¢s Importante de la Historia o con las Siete Maravillas del Mundo. Si lo bueno es materia de votaci¨®n y lo bello, tambi¨¦n, ?por qu¨¦ no habr¨ªa de serlo lo verdadero? Lo ¨²nico que de momento salva a los cient¨ªficos de ir diciendo en secreto lo que quieran es la indiferencia del p¨²blico ante la dificultad de la investigaci¨®n. Pero si llega el d¨ªa en que los l¨ªderes de opini¨®n -esos h¨¦roes de nuestra ¨¦poca- deciden que los hallazgos cient¨ªficos son materia opinable, sujeta por tanto a las encuestas y a las votaciones televisivas, no duden que alguien plantear¨¢ de nuevo el dilema de si es la Tierra la que se mueve alrededor del Sol o justo, si sale mayor¨ªa, lo contrario.
Basta con que los tertulianos de las distintas emisoras de radio y televisi¨®n se atrevan de una vez, tambi¨¦n, con la ciencia. Hasta ahora les hemos o¨ªdo defender apasionadamente todo tipo de causas, siempre como sacrificados campeones de la opini¨®n p¨²blica. Gracias a ellos sabemos que para hablar de cualquier cosa, profana o sagrada, no s¨®lo no hace falta tener el menor conocimiento sino que es mejor ser un completo ignorante con tal de que se grite m¨¢s alto que nadie, de que se sea m¨¢s gracioso que el del lado y, por encima de todo, de que se apele continuamente a la opini¨®n p¨²blica o a sus suced¨¢neos, la "naci¨®n", el "pa¨ªs", la "democracia".
Pero para llegar a saber algo m¨¢s de la aut¨¦ntica naturaleza del monstruo debemos esperar a que el futuro del cosmos se decida en una tertulia radiof¨®nica o, por votaci¨®n electr¨®nica, en un programa de televisi¨®n.
Rafael Argullol es escritor.
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