Plegarias contra el 'Messiah game'
La potente y devastadora obra de Felix Ruckert, estrenada en Venecia en un teatro a reventar, triunfa en medio de la pol¨¦mica
Fue un ¨¦xito. El teatro a reventar: un espect¨¢culo que no es perfecto, pero que alienta honestidad. Fuera, en la Porta di Ferro de L'Arsenale, quattro gatti, en palabras de un viandante, rezaban el rosario y enarbolaban una pancarta; por un meg¨¢fono, letan¨ªa y plegaria. Luego se les unieron los de la Liga Norte, que no sab¨ªan rezar, y un cura de pega -llevaba unos h¨¢bitos y un alzacuello que parec¨ªan alquilados en Cornejo- que se?alaba con su mirada a los que entraban al teatro. Un vecino, enfadado, abri¨® sus contraventanas verdes y les chill¨®: "?Basta ya, queremos dormir, id a rezar a la iglesia!". Aquello tom¨® tintes de escena romana o casi napolitana. La pancarta del Movimiento Mariano se despleg¨® con los venidos desde Parma para protestar y entonces empez¨® a llover otra vez: la bufera o vendaval del verano v¨¦neto no quiso faltar a la cita, a ese folclore que parec¨ªa otra performance de tantas que se ven aqu¨ª en estas fechas.
Bravos, m¨¢s de cinco minutos de aplausos, y luego conmoci¨®n y silencio
Dentro, no se mov¨ªa ni un pie. No se o¨ªa ni a los potentes mosquitos del Bacino delle Gaggiandre, y el Messiah game de Felix Ruckert comenz¨®, potente, devastador, intensamente carnal. Cinco pasos o estaciones: nacimiento, bautismo, ¨²ltima cena, crucifixi¨®n y resurrecci¨®n. Hasta el bautismo, s¨®lo llamaron la atenci¨®n los severos desnudos masculinos: 11 bailarines -faltaba Cristo, que eran todos alternadamente- se tocaban, se golpeaban, chocaban, buscando acaso un ¨¦xtasis o una comprobaci¨®n carnal de su misi¨®n redentora. Hubo mucho baile, tan¨¢tico. La maculaci¨®n del cuerpo en el Expolio y la Flagelaci¨®n puso al p¨²blico en una posici¨®n de tensi¨®n casi inc¨®moda. A la mujer-mes¨ªas la fustigan con l¨¢tigos (tal como dicen los Evangelios) y su algo de sangre hubo; era real, no como el abundante ketchup de Mel Gibson. Antes, una imagen potente: el ¨¢ngel de las alas de fuego que pasa, arrasando al azar. La cena es una bacanal sadomasoquista casi sin limites. ?D¨®nde acaba el sistema creativo de Ruckert y empieza la maquinaci¨®n provocativa?, se preguntaban algunos. Puede que no se encuentre otra cosa que inspiraci¨®n en el dolor y la desesperanza, sobre una m¨²sica de afterhours ca?ero, casi m¨¢quina. Otras veces s¨®lo se oyen r¨¢fagas de aire lejanas, golpes secos en el le?o. Y all¨ª est¨¢ la pintura sintetizada a trav¨¦s de una poes¨ªa en melanc¨®lico ¨¦xtasis: Caravaggio, Ribera, Reni. Respiraciones, la m¨ªmica del tardobarroco en las manos y las bocas entreabiertas, temblorosas. Los hombres vuelven con largas faldas sefarditas y, tras la crucifixi¨®n, una resurrecci¨®n resuelta con la cierta paz del vencido: una mujer deja orear su cabello entre dos ventiladores mientras respira sonoramente, casi llora en la entrega. Bravos, cinco minutos de aplauso -eso en la Bienal es much¨ªsimo-, conmoci¨®n y luego silencio. ?Vendr¨¢ alguna vez a Espa?a este soberbio espect¨¢culo? ?Ojal¨¢!
No pueden dejar de mencionarse otros espect¨¢culos tambi¨¦n controvertidos, pero menos explosivos en lo social. El arte de la seducci¨®n, de Chris Haring (Viena, 1970); Arresi alla notte, de la arquitecta italiana reconvertida en core¨®grafa Simona Bucci; el tango deconstr¨ªdo y sexual de Ognat, del rioplatense Rodrigo Pardo; y, sobre todo, Racconti crudeli della giovinezza, del grupo de Emilia-Roma?a Motus: ambig¨¹edad, nueva est¨¦tica puntocom, rock duro, macropixelados en proyecciones alternas, sms, dramma en el cemento. Como dice un rapero -blanco- milan¨¦s: "La neosoledad existe y yo soy su cliente preferido". Una belleza de erotismo fr¨ªo tan de Antonioni como de Pasolin, que en el arte espa?ol s¨®lo tie+ne un paralelo virtual en las inquietantes instalaciones de Txomin Badiola. La chica-chico de los patines le dice a la nada de su rocker perdido: "Le he ense?ado a conocer el dolor y a convivir con el mal". Un cuadro generacional destellante y ¨¢spero, que deja tambi¨¦n una agria desaz¨®n en el espectador.
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