Brasil, democracia joven y desigual
?Durante cu¨¢nto tiempo se puede mantener un sistema liberal con tanta desigualdad?
Suelen empezar a trabajar en las bandas de la droga a los 13 o 14 a?os. Los mayores tienen unos 21. ?Y qu¨¦ ocurre despu¨¦s? "Acaban muertos la mayor¨ªa de ellos". Mueren en tiroteos con otros criminales y la polic¨ªa, o asesinados en las c¨¢rceles infernales de la ciudad. Me encuentro en uno de los intrincados callejones de barro de la favela Real Parque. Alrededor, a s¨®lo unos cuantos centenares de metros, puedo ver los edificios de pisos de uno de los barrios residenciales m¨¢s ricos de S?o Paulo, con sus fachadas elegantemente pintadas y cada uno rodeado de altos muros y verjas el¨¦ctricas. Los chicos ricos del colegio privado que est¨¢ enfrente se dejan caer por la favela para obtener su dosis de marihuana o crack. "Vienen como si fueran al McDonald's", me dice mi gu¨ªa, un licenciado universitario que ha decidido vivir y trabajar en la comunidad.
?scar Vilhena dice que no se puede hablar de imperio de la ley cuando no existe una igualdad b¨¢sica ante la ley. Los privilegiados est¨¢n por encima de ella
Dos millones y medio de personas viven en favelas. La de Real Parque es una de las mejores. "Es el Chelsea de las favelas", dice un experto local
"?Qu¨¦ les gustar¨ªa ser de mayores?". "?Polic¨ªa! Para poder matar a la gente", respondi¨® un ni?o mientras hac¨ªa gestos de disparar. Bang-bang
?C¨®mo reaccionan las madres cuando sus hijos se unen a las bandas? "Van a rezar". Al salir de un estrecho callej¨®n nos encontramos con una de las iglesias neopentecostales que son tan populares entre los pobres de Brasil; en realidad, es poco m¨¢s que un feo bloque de cemento con un letrero pintado a mano. Delante de la iglesia hay un grupo de adolescentes con ch¨¢ndal y deportivas. "Nada de fotograf¨ªas", dice bruscamente el gu¨ªa. Son los traficantes. Estos j¨®venes prefieren una vida corta y emocionante en una banda que la perspectiva de a?os de tedio trabajando en jardines, lavando coches y paseando a los perros de los ricos que les rodean. El novato que se limita a estar de guardia ya gana m¨¢s que un maestro. ?Para qu¨¦ molestarse en estudiar?
Al anochecer, mientras volvemos por una calle de casuchas ocupadas por tiendecitas y bares, hablamos con un tipo que lleva rastas y dice llamarse Cacao. Es un artista de hip-hop que en los escenarios utiliza el nombre de MC Magus. ?Canta sobre su vida cotidiana? Por supuesto inicia un rap all¨ª mismo, en la calle polvorienta: "Los d¨ªas id¨¦nticos son dif¨ªciles de soportar, un pueblo encerrado en el trabajo, atado por las normas, las propuestas y los homicidios" (suena mejor con la rima en portugu¨¦s y un ritmo de rap). Canta sobre la opresi¨®n, la impotencia y una discriminaci¨®n que es adem¨¢s de tipo racial, porque la mayor¨ªa de la gente que vive aqu¨ª, como en casi todas las favelas, es negra. Despu¨¦s, su novia me imprime una copia de esa canci¨®n -Caminando en la oscuridad- en su viejo ordenador, en la caseta de cemento en la que viven, y hablamos. En algunos aspectos, las cosas est¨¢n mejor desde que las bandas se adue?aron del poder, dice MC Magus. Por lo menos mantienen la paz dentro de la favela. ?Y las fuerzas de polic¨ªa? Se r¨ªe: s¨®lo aparecen para recaudar su parte de los ingresos de la droga.
De los m¨¢s de 19 millones de personas que viven en la vasta extensi¨®n metropolitana de S?o Paulo, se calcula que 2,5 millones viven en las favelas. La de Real Parque es una de las mejores. "S¨ª, es el Chelsea de las favelas", asegura con una sonrisa un experto local en violencia urbana. Para ver cosas peores hay que recorrer por lo menos una hora de coche, hasta alg¨²n sitio como S?o Bernardo, el municipio en el que el presidente Lula creci¨® en la m¨¢s absoluta pobreza y se dio a conocer como dirigente sindical del sector del autom¨®vil. Aqu¨ª las chabolas se extienden por todas partes, hasta el horizonte. Para sus habitantes, lo que yo he hecho en una hora de coche supone cuatro horas en autob¨²s y a pie para ir a trabajar (si tienen suerte) como servicio dom¨¦stico en uno de los barrios acomodados. "Mi doncella", suele comenzar la buena gente de izquierdas de S?o Paulo cuando quiere contar la vida de los pobres urbanos, mientras degusta una excelente comida en uno de los maravillosos restaurantes de la ciudad, "tiene que levantarse a las cuatro de la ma?ana para estar en mi piso a las ocho".
Una aut¨¦ntica democracia
Brasil es, junto a India y Estados Unidos, una de las democracias m¨¢s grandes del mundo. Es una aut¨¦ntica democracia desde hace menos de 20 a?os, y ya ha superado la prueba del traspaso pac¨ªfico de poder entre partidos y presidentes rivales. Esta joven democracia ha sobrevivido a crisis econ¨®micas, un sistema federal de una complejidad chirriante y repetidos esc¨¢ndalos de corrupci¨®n. Cuenta con una prensa libre, vibrante y combativa. El ej¨¦rcito, que antes controlaba el pa¨ªs, ahora permanece en segundo plano. En muchos sentidos es un experimento esperanzador. Pero la pregunta que queda pendiente es durante cu¨¢nto tiempo es posible que se mantenga una democracia liberal con tales grados de desigualdad, pobreza, exclusi¨®n social, crimen, drogas y anarqu¨ªa. En el pa¨ªs vecino, la Venezuela de Hugo Ch¨¢vez, puede verse la permanente tentaci¨®n populista.
En realidad, habr¨ªa que preguntarse hasta qu¨¦ punto se puede considerar que ¨¦sta es una democracia liberal, dados los extremos que coexisten en ella. El especialista legal brasile?o ?scar Vilhena Vieira dice que no se puede hablar propiamente de imperio de la ley -uno de los elementos esenciales de la democracia liberal, a diferencia de la meramente electoral- cuando no existe una igualdad b¨¢sica ante la ley. Aqu¨ª, los pocos privilegiados est¨¢n por encima de las leyes (una Paris Hilton brasile?a no habr¨ªa acabado tras las rejas) y los numerosos pobres est¨¢n por debajo de ellas. Los ricos, en la pr¨¢ctica, gozan de inmunidad frente a la polic¨ªa local, y la polic¨ªa local goza de inmunidad por cualquier cosa que haga a los pobres, que casualmente, en su mayor¨ªa, son negros. En las favelas, la mayor¨ªa de los asesinatos se queda no s¨®lo sin castigo, sino sin investigar. En una escuela p¨²blica del municipio de Lula, S?o Bernardo, me invitaron a hablar en una clase de ingl¨¦s durante unos minutos. ?Qu¨¦ les gustar¨ªa ser de mayores?, les pregunt¨¦. "?Polic¨ªa!", grit¨® un ni?o de 11 a?os. ?Y por qu¨¦ le gustar¨ªa ser polic¨ªa? "Para poder matar a la gente", respondi¨®, mientras hac¨ªa gestos de disparar con las manos. Bang-bang.
Como en 'Ciudad de Dios'
Ocurri¨® tal como lo cuento. No hice ninguna pregunta deliberadamente capciosa. Comprob¨¦ dos veces que me hab¨ªan traducido bien lo que hab¨ªa dicho el chico. Encontrarse por las buenas en un mundo que, en lo fundamental, se parece tanto a la pobreza, la violencia de la droga y la corrupci¨®n policial que retrataba la fascinante pel¨ªcula de Fernando Meirelles Ciudad de Dios -sin la m¨²sica ni el glorioso tecnicolor- es una aut¨¦ntica conmoci¨®n. Pero conviene evitar la trampa del t¨®pico period¨ªstico y tener en cuenta el otro lado de la historia. MC Magus me dec¨ªa que no le gust¨® Ciudad de Dios porque s¨®lo mostraba lo malo. La mayor¨ªa de la gente de la favela pretende trabajar y tener una vida decente, a pesar de las horribles circunstancias. ?l tiene una larga jornada como repartidor de pizzas en su moto. Ayer mismo celebraron una gran fiesta callejera para conmemorar a un santo muy popular. En las favelas hay cada vez m¨¢s peque?as empresas y peque?os empresarios. Hay admirables activistas de ONG, como mi gu¨ªa, que intentan abrir los horizontes de la gente por medio de los ordenadores, el teatro, el deporte o el hip-hop.
Bajo el mandato de dos presidentes sucesivos, Lula y su predecesor Fernando Henrique Cardoso, los Gobiernos han tratado de aumentar las oportunidades de empleo, la formaci¨®n profesional y, sobre todo, la educaci¨®n b¨¢sica. Aproximadamente dos tercios de los ni?os en la escuela en la que fui brevemente profesor invitado est¨¢n all¨ª, en parte, porque sus familias reciben ayudas a cambio de que el ni?o vaya al colegio el 85% del tiempo (el dinero se le paga directamente a la madre). "Los ni?os con ayudas vienen a clase", dice el director del centro. Cu¨¢nto aprenden es otra cuesti¨®n, dado que acuden en tres turnos, ma?ana, tarde y noche, son 45 por clase y los maestros est¨¢n espantosamente mal pagados y sobrecargados de trabajo. Pero, por lo menos, algunos tienen deseos de aprender.
"Yo quiero ser m¨¦dico", dijo una ni?a en la tercera fila, despu¨¦s del aspirante a polic¨ªa. ?Por qu¨¦? "Quiero salvar vidas". El futuro de la democracia liberal en Brasil depender¨¢ de cu¨¢l de los dos tenga m¨¢s posibilidades de hacer realidad sus sue?os infantiles.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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