John Updike. El azote de la clase media

El novelista norteamericano John Updike (Shillington, Pensilvania, 1932) es un gigante en un pa¨ªs en el que no faltan gigantes literarios. Algunos de ellos son J. D. Salinger, Norman Mailer, Philip Roth, Toni Morrison, Gore Vidal o Joyce Carol Oates. S¨®lo esta ¨²ltima podr¨ªa jactarse de ser tan prol¨ªfica como ¨¦l. Por lo que a versatilidad se refiere, John Updike no le va a la zaga a ninguno. Afincado en Nueva Inglaterra, territorio sagrado de la tradici¨®n de los escritores no jud¨ªos de las letras norteamericanas, el perfil de John Updike como escritor re¨²ne todas las caracter¨ªsticas desaconsejadas por la Biblia del multiculturalismo: Es blanco, var¨®n, heterosexual, anglosaj¨®n y protestante. Ello no ha impedido que se haya hecho acreedor a un respeto casi universal. Una novelista tan exigente y tan alejada de su est¨¦tica como Margaret Atwood, decana de las letras canadienses, ha dicho de ¨¦l: "Ning¨²n escritor norteamericano ha escrito tantas obras de tanta calidad durante tanto tiempo".

"Irak es una herida abierta. Lo que all¨ª est¨¢ pasando lo hemos causado nosotros. Es nuestro problema y hemos de arreglarlo"

"Siempre he estado condenado a competir con Philip Roth. Los dos empezamos a publicar muy pronto"

"Somos una sociedad que se ahoga litaralmente en basura, comida 'basura' y la cultura 'basura' del entretenimiento"

Updike ha recibido m¨¢s galardones de los que puede recordar, incluida la concesi¨®n en dos ocasiones distintas del Pulitzer en la categor¨ªa de ficci¨®n, proeza lograda tan s¨®lo por otros dos escritores a lo largo de la historia del premio, uno de ellos, William Faulkner.

Autor de m¨¢s de medio centenar de libros, su f¨¦rtil imaginaci¨®n lo ha llevado a explorar todos los g¨¦neros: teatro, poes¨ªa, cuento, novela, ensayo, autobiograf¨ªa, obras para ni?os? casi ning¨²n tema le es ajeno. Cuando public¨® un libro sobre golf, un cr¨ªtico asever¨®: "Se puede escribir sobre deportes como el baloncesto o el b¨¦isbol y hacer que resulte entretenido, pero escribir sobre golf y conseguir que el lector se apasione, es algo que s¨®lo est¨¢ al alcance de John Updike".

Capaz de colocarse m¨¢scaras muy distintas y sentirse c¨®modo detr¨¢s de todas ellas, John Updike es, por encima de todo, un narrador formidable. Autor de infinidad de cuentos y de 22 novelas, el conjunto de su obra de ficci¨®n constituye la mejor y m¨¢s completa radiograf¨ªa de la clase media de Estados Unidos, su pa¨ªs. Nadie ha sometido a examen con tanto rigor la fibra medular de la democracia norteamericana. En sus narraciones, Updike registra las frustraciones, pasiones y ansiedades de los hombres y mujeres que tratan de sobrevivir en la lucha del d¨ªa a d¨ªa, dando forma a frisos corales que logran rescatar de lo m¨¢s hondo de unas existencias en apariencia anodinas, atisbos de grandeza, el fondo anhelante que da sentido a la vida. Su obra capital es una saga de cuatro novelas que giran en torno al inolvidable Harry, Conejo, Angstrom. Publicadas a intervalos de 10 a?os, en ellas, Updike sigue la trayectoria vital del protagonista, a la vez que efect¨²a una reveladora disecci¨®n de lo que ha sido Estados Unidos durante la segunda mitad del siglo XX. Reunidas en 2003 como una sola obra de 1.500 p¨¢ginas de extensi¨®n, para muchos, la saga protagonizada por Harry Angstrom es "la gran novela norteamericana" de nuestro tiempo. Pero la obra de Updike abarca muchos otros registros e incluye muchos t¨ªtulos de gran calidad, como El Centauro (1963), Parejas (1968), Las brujas de Eastwick (1984), Memorias de la Administraci¨®n Ford (1992), La belleza de los lirios (1996), Hacia el final del tiempo (1997) o Busca mi rostro (2002). Imposible enumerar todas las entregas de la formidable comedia humana que es la obra narrativa de John Updike, cuyo ¨¦xito radica en la honestidad de su visi¨®n art¨ªstica, en la belleza y precisi¨®n de su prosa, en la sagacidad impregnada de compasi¨®n con que sabe retratar las pasiones y sentimientos m¨¢s profundos del com¨²n de los mortales.

John Updike es un campe¨®n del realismo en el sentido m¨¢s cl¨¢sico del t¨¦rmino, pero tem¨¢ticamente siempre ha sido atrevido. Su audaz tratamiento del sexo, su l¨²cida investigaci¨®n del sustrato religioso subyacente a la visi¨®n cultural de su pa¨ªs, la mirada cr¨ªtica que dirige hacia la sociedad estadounidense, han roto moldes. A los 75 a?os, sigue siendo fiel a esta visi¨®n. Se publica ahora en Espa?a Terrorista (Tusquets), una obra ¨¢gil y arriesgada que ha sido recibida con pol¨¦mica entre sus compatriotas. En ella, Updike invita a los lectores a adentrarse en la psicolog¨ªa de un musulm¨¢n de 18 a?os, nacido y educado en Estados Unidos, cuya repugnancia hacia los valores de Occidente le lleva a creer que su misi¨®n es inmolarse en un atentado terrorista.

Los habitantes de Londres y Madrid saben bien qu¨¦ significa que el germen de un odio y un terror err¨®neamente arraigados en un sentimiento de ¨ªndole religiosa anide en los tejidos mismos de la sociedad civil, pero en Estados Unidos, donde la mayor parte de la poblaci¨®n no ha salido a¨²n del estupor que provocaron los atentados contra el Pent¨¢gono y las torres del World Trade Center en septiembre de 2001, la nueva propuesta novel¨ªstica del autor de La belleza de los lirios ha causado conmoci¨®n. No todos los lectores estaban preparados para que alguien que tan bien ha sabido reflejar sus inquietudes m¨¢s ¨ªntimas, los obligara a confrontar de manera tan directa la posibilidad de que el terror se haya instalado en el centro mismo de su existencia.

?Qu¨¦ siente John Updike cuando est¨¢ delante de las estanter¨ªas que albergan el m¨¢s de medio centenar de t¨ªtulos que ha publicado a lo largo de su vida?

Los primeros a?os, cuando s¨®lo hab¨ªa seis o siete libros, me llenaba de satisfacci¨®n contemplarlos. Ahora es distinto. A veces pienso que quiz¨¢ debiera haber escrito menos y entonces no puedo evitar sentir cierta repugnancia, como si fuera un elefante delante de una monta?a de excremento.

H¨¢bleme de su casa, de los lugares donde ha vivido, de su vida cotidiana.

Nac¨ª en un pueblecito de Pensilvania, donde transcurri¨® la primera parte de mi vida, hasta que fui a la Universidad de Harvard, en Nueva Inglaterra. M¨¢s adelante pas¨¦ una temporada en Londres, estudiando arte, y luego viv¨ª unos a?os en Nueva York. Mis primeras tres o cuatro novelas las escrib¨ª en Pensilvania, pero hay algo en Nueva Inglaterra que me sedujo desde la primera vez que puse un pie aqu¨ª: las peque?as poblaciones, la gente, el paisaje, las ci¨¦nagas, el aire impregnado de salitre, el ambiente cargado de misterio... Desde hace 25 a?os vivo en las afueras de Beverly, una poblaci¨®n costera del Estado de Massachusetts.

Me encanta Nueva Inglaterra, soy muy feliz aqu¨ª, es un buen lugar para un escritor. La n¨®mina de autores ilustres que han vivido en esta zona es muy extensa. Melville, Hawthorne y Emerson son algunos de ellos. Vivo con mi segunda esposa, Martha, en una casa de madera pintada de blanco, con unas vistas espl¨¦ndidas del Atl¨¢ntico. Trabajo en un ala de la casa, un conjunto de cuatro habitaciones que en tiempos fueron los cuartos de la servidumbre. Martha y yo no dejamos de decir que la casa es excesivamente grande para dos personas, pero la idea de una mudanza nos aterra, por los libros sobre todo. Llevo una vida muy sencilla, con un horario muy r¨ªgido que he mantenido siempre: me levanto muy temprano y me encierro a escribir hasta la hora del almuerzo. Desde el principio de mi carrera he procurado vivir de la escritura. Jam¨¢s he ejercido ning¨²n otro oficio, ni siquiera la ense?anza, como hacen tantos escritores. As¨ª que no tengo ninguna excusa, estoy condenado a escribir.

En medio de la soledad del proceso creativo, ?hay momentos en los que su ficci¨®n se abre al lado m¨¢s oscuro de las cosas?

Ciertamente, algunas de mis narraciones se adentran en el lado oscuro de la existencia. Son incursiones en las tinieblas que se ciernen sobre la isla de luz que es la vida, pero cuando estoy entregado en cuerpo y alma al acto de escribir, aunque el asunto sea tr¨¢gico, siento un placer f¨ªsico. Cuando estoy en pleno acto creativo y voy encontrando una a una las palabras que expresan lo que deseo decir, se apodera de m¨ª una suerte de ¨¦xtasis.

A lo largo de medio siglo de dedicaci¨®n a la literatura profesional nunca ha tenido agente y siempre ha mantenido una fidelidad absoluta a su editorial, a la revista 'The New Yorker' y a la persona que revisa sus manuscritos antes de su publicaci¨®n.

No tengo nada contra los agentes literarios, conozco a muchos que son excelentes personas y buenos profesionales. Cuando empec¨¦ no era necesario tener agente, hoy la cosa ha cambiado bastante, pero sobre todo no me gusta que nadie interfiera con la intimidad del proceso creativo.

No quiero que nadie opine desde fuera acerca de la direcci¨®n que debe seguir mi obra. Las lealtades de las que usted habla se forjaron al principio mismo de mi carrera. Lo primero que publiqu¨¦ en mi vida apareci¨® en la revista The New Yorker. Ten¨ªa 22 a?os y desde entonces nunca he dejado de colaborar con ellos. Mi primer libro fue una colecci¨®n de poes¨ªa. Lo saqu¨¦ en Harper porque era la editorial de muchos colaboradores de The New Yorker, pero mi siguiente libro, una novela, se lo ofrec¨ª a Alfred A. Knopf, y desde entonces no he publicado nada con ninguna otra editorial. Una cosa que me gustaba era lo bien que hac¨ªan los libros. Ten¨ªan belleza visual. Me gustaba mucho la manera de ser de Alfred. Era un editor a la antigua usanza, mucho mayor que yo, pero me encantaba. Ten¨ªa garra, chispa, y se preocupaba mucho por sus autores.

?C¨®mo es la din¨¢mica de trabajo entre usted y su editora? ?Interviene mucho en sus manuscritos?

Judith lleva editando mis libros desde que publiqu¨¦ mi segunda novela, Corre, Conejo, en 1960. Es una mujer de inteligencia muy r¨¢pida. No consulto gran cosa con ella hasta tener la novela bastante acabada. Entonces lee el manuscrito, y si tiene cosas que decir, las consulta conmigo, y si me parecen v¨¢lidas, las incorporo. No suele poner muchas pegas, b¨¢sicamente me apoya y me alienta, cosa que yo necesito.

?A qu¨¦ se debe la aureola de leyenda que envuelve a 'The New Yorker'? ?Qu¨¦ tiene de especial?

No hay una revista igual. Hay muchas clases de revistas literarias, pero The New Yorker est¨¢ por encima de todas. Se fund¨® en 1925 y empez¨® como una publicaci¨®n humor¨ªstica. En la d¨¦cada de los veinte se conced¨ªa m¨¢s importancia que ahora al ingenio y al humor, conviene no perder de vista eso. Cuando yo empec¨¦ a leer The New Yorker ten¨ªa solo 11 a?os. Me encantaban las caricaturas y los chistes gr¨¢ficos y so?aba con colaborar como dibujante alg¨²n d¨ªa. Cuando andando el tiempo renunci¨¦ a mis aspiraciones como dibujante y decid¨ª dedicarme a la escritura, mi modelo era James Thurber, un humorista. Ir¨®nicamente, lo primero que publiqu¨¦ en The New Yorker fue un poema. Ten¨ªa 22 a?os y recuerdo aquel d¨ªa como uno de los m¨¢s felices de mi vida, casi tanto como cuando naci¨® mi primer hijo. Me pareci¨® que se me hab¨ªa dado permiso para entrar en el para¨ªso terrenal de la letra impresa. La grandeza de The New Yorker estribaba en el esp¨ªritu que animaba la revista: una mezcla de limpieza, modestia, buen gusto, inteligencia e inocencia...

Usted ha escrito de todo: cuento, novela, poes¨ªa, ensayo, autobiograf¨ªa, libros para ni?os, incluso una obra de teatro. ?Qu¨¦ le ha llevado a ser tan polifac¨¦tico?

No hay nada comparable a la sensaci¨®n de tener dentro un poema que puja por salir, cosa que no pasa siempre, por supuesto. He publicado seis o siete vol¨²menes de poes¨ªa, pero no tengo grandes pretensiones como poeta. Con los cuentos es distinto, un cuento es algo r¨¢pido e intenso, como tomar una instant¨¢nea de la realidad. Desde el punto de vista creativo, el relato no exige tanta inventiva como la novela, no implica la creaci¨®n de un mundo completo.

La cr¨ªtica y el ensayo son un aspecto muy importante de mi actividad como escritor. Empec¨¦ hace muchos a?os, y entre otras cosas, es una manera de mantener viva mi presencia en The New Yorker. Es un ejercicio saludable, me obliga a leer libros que de otro modo no leer¨ªa, y me mantiene en forma como lector.

?Qu¨¦ escritores le interesan?

Los de mi generaci¨®n sobre todo. Por supuesto, leo todo tipo de escritores, algunos mucho m¨¢s j¨®venes que yo, pero me siento parte de una generaci¨®n, aunque podamos ser muy distintos. Creo que el hecho de haber venido al mundo m¨¢s o menos a la vez nos confiere una cierta unidad de visi¨®n. Siempre he estado condenado a competir con Philip Roth. Los dos tenemos una obra muy amplia y empezamos a publicar muy pronto. Es una presencia muy poderosa en las letras norteamericanas. Aunque es algo m¨¢s joven que nosotros, Don DeLillo me parece un novelista admirable. Su obra tiene una perspectiva pol¨ªtica de la que yo carezco. Entre los maestros del relato breve, el m¨¢s grande para m¨ª es John Cheever. Fue un poco mi padre literario y le echo terriblemente de menos. Era un hombre atormentado, con un humor muy ¨¢cido y una agilidad mental extraordinaria. Entre las escritoras destacar¨ªa a Anne Tyler, excelente novelista, s¨®lida, muy sutil, con una obra extensa.

?C¨®mo definir¨ªa su estilo?

Cuando empec¨¦ a escribir me influy¨® el nouveau roman. Por eso mi primera novela, que publiqu¨¦ a los 27 a?os, era bastante experimental, pero mi estilo, por el que mis lectores me reconocen, es esencialmente realista. Aunque en algunas novelas me he apartado de mi modo de hacer fundamental, siempre vuelvo a mis ra¨ªces e intento darle al lector un pedazo de la realidad. Creo que fue Nathalie Sarraute quien dijo que el sustrato que hace que todo se mueva es la realidad.

La realidad est¨¢ en la base de nuestros deseos, de nuestros pensamientos, de nuestros recuerdos, y los novelistas no somos sino comentaristas de la realidad. Decimos lo que en ella hay de maravilloso o de terrible o de misterioso. En ning¨²n lugar me siento m¨¢s c¨®modo que instalado en la realidad, cerca de la gente normal. Es de ellos acerca de quienes escribo, acerca de la clase media, ni los m¨¢s ricos y privilegiados, ni los m¨¢s pobres, sino el ciudadano medio, los hombres y mujeres que tratan de sobrevivir d¨ªa a d¨ªa en la lucha diaria que es la vida cotidiana.

Su ¨²ltima novela ha causado cierto estupor entre sus lectores porque en ella ha decidido dar vida a un terrorista nacido y educado en los Estados Unidos, y quiz¨¢ el lector norteamericano no estuviera preparado para recibir algo as¨ª, al menos de alguien como usted.

No es ninguna novedad decir que los atentados del 11 de septiembre de 2001 marcaron de manera indeleble a la sociedad norteamericana. Por una coincidencia portentosa del destino, yo fui testigo presencial de aquella tragedia. Aquella ma?ana me encontraba en Brooklyn con mi mujer, y desde el otro lado del r¨ªo pudimos ver lo que pas¨® con total claridad. Contemplamos at¨®nitos c¨®mo el segundo avi¨®n se empotraba contra una de las Torres Gemelas, y las vimos envueltas en llamas, exhalando una nube de humo que cubr¨ªa todo el cielo de Manhattan, antes de desplomarse. ?ramos perfectamente conscientes de que miles de hombres y mujeres acababan de perder la vida delante de nosotros. No puedo decirle qu¨¦ sent¨ª. No era capaz de dar cr¨¦dito a lo que ve¨ªan mis ojos. Escrib¨ª acerca de lo ocurrido en un art¨ªculo que se public¨® en The New Yorker una semana despu¨¦s.

Para Estados Unidos aquello fue una conmoci¨®n indescriptible porque era la primera vez que nos ocurr¨ªa algo semejante en nuestro propio terreno. Hasta entonces las cosas hab¨ªan ocurrido muy lejos, en otros continentes. De ni?o, yo segu¨ª los acontecimientos de la II Guerra Mundial, y la tragedia que presenci¨¦ en directo me hizo pensar en el bombardeo que padeci¨® Londres. Yo vi c¨®mo bombardeaban Nueva York. Para m¨ª, como novelista, haber sido testigo presencial del atentado fue un revulsivo. Ten¨ªa que dar alguna respuesta, y tard¨¦ casi seis a?os en hacerlo. Y es as¨ª como cre¨¦ al personaje de Ahmed, que es un terrorista que busca suicidarse porque cree que es lo que le obliga a hacer su fe. Pero lo m¨¢s importante es que Ahmed es norteamericano, es un chico nacido aqu¨ª, en nuestro suelo, en un barrio marginal de una ciudad norteamericana, una ciudad de Nueva Jersey, oprimida, como lo son muchas ciudades norteamericanas. Sent¨ª que mi obligaci¨®n como escritor era meterme dentro de su piel y ver el mundo y lo que ¨¦l cre¨ªa que era su misi¨®n a trav¨¦s de sus ojos.

Usted es dem¨®crata de toda la vida. ?Qu¨¦ visi¨®n tiene de las cosas en estos momentos? ?Es pesimista?

Irak se ha convertido en una pesadilla, pero era muy dif¨ªcil suponer que las cosas hubieran podido transcurrir de otra manera. Obviamente, la Administraci¨®n de Bush no esperaba que las cosas fueran a acabar as¨ª. Estaban convencidos de que habr¨ªa menos resistencia, de que el pueblo iraqu¨ª iba a estarles muy agradecido por haberlos liberado de la tiran¨ªa de Sadam Husein. Yo no vot¨¦ por George Bush, pero he hecho un esfuerzo consciente por tratar de ver las cosas desde su punto de vista. Lo que no se puede negar es que Irak es una herida abierta que no cesa de sangrar, y lo que est¨¢ pasando all¨ª lo hemos causado nosotros, y personalmente, no me parecer¨ªa muy responsable irse de la zona como quien no quiere la cosa. Es un problema nuestro y lo tenemos que intentar arreglar nosotros, y me gustar¨ªa mucho ver un Gobierno dem¨®crata instalado en la Casa Blanca, para ver c¨®mo afronta la situaci¨®n.

?C¨®mo ve usted las elecciones? ?A qui¨¦n cree que elegir¨¢n los dem¨®cratas como candidato?

Es muy dif¨ªcil saberlo. Estamos viviendo una situaci¨®n ¨²nica, que no se ha dado jam¨¢s en la historia: un candidato negro y una mujer. Lo que est¨¢ por ver es si Estados Unidos est¨¢ preparado para un cambio de semejante calibre. Con respecto a Obama, lo que va a suceder, y eso es algo muy caracter¨ªstico de nuestro panorama electoral, es que lo van a someter a un escrutinio del que francamente creo que es muy dif¨ªcil que salga indemne; aqu¨ª se examina despiadadamente el m¨¢s m¨ªnimo aspecto del pasado de los candidatos. El escrutinio ya ha empezado, con cosas como si Obama asisti¨® hace mucho tiempo a una escuela isl¨¢mica y lo que puede significar algo as¨ª. A medida que transcurra el tiempo, el acoso que supone un escrutinio tan despiadado puede llegar a hacerse insostenible. En estos momentos, en las previsiones va por delante Hillary Clinton. Una mujer. A muchos dem¨®cratas y a grandes sectores del electorado les gusta el programa de Hillary Clinton. Es decir, les gustan las cosas que dice, pero no estoy tan seguro de que les guste c¨®mo las dice. Con todos mis respetos hacia la dama, no tiene una personalidad precisamente agradable. Ahora bien, ?por qu¨¦ raz¨®n, si se da el caso de que el candidato a la presidencia de un pa¨ªs es mujer, ¨¦sta tiene mayor obligaci¨®n de caer bien, de ser simp¨¢tica, de tener una personalidad obligatoriamente agradable? No estoy seguro de que Golda Meir o Margaret Thatcher destacaran precisamente por tener una personalidad agradable. Puede que ah¨ª est¨¦ el fondo de la cuesti¨®n. No estoy seguro de que los dem¨®cratas est¨¦n preparados para nominar a una mujer como candidata a la presidencia de Estados Unidos.

?Podemos abordar la cuesti¨®n del patriotismo norteamericano? A lo largo de toda su obra, y en 'Terrorista' sigue siendo as¨ª, usted parece oscilar entre el elogio y la cr¨ªtica a su pa¨ªs.

S¨¦ que no est¨¢ de moda decir una cosa as¨ª, pero soy proamericano. Creo en Estados Unidos, me considero afortunado por ser ciudadano de este pa¨ªs. Me cri¨¦ en un ambiente en el que el patriotismo era un sentimiento inocente. Hist¨®ricamente, Estados Unidos fue un pa¨ªs pionero de la fe en la democracia, y seguimos si¨¦ndolo. Para nosotros no hay valor civil m¨¢s alto ni causa m¨¢s noble que la soberan¨ªa del pueblo. Nada puede sustituir una cosa as¨ª.

Eso no quiere decir que no hayamos cometido y sigamos cometiendo errores. En mis novelas siempre he sido cr¨ªtico con muchos aspectos de esta sociedad. En Terrorista alerto de graves errores en los que hemos permitido que incurran nuestros j¨®venes. Eso es algo que ya hice en otras novelas, como Corre, Conejo, y ahora he vuelto sobre ello, s¨®lo que en este momento se dan circunstancias que no se hab¨ªan dado antes, hist¨®ricamente. Sigo siendo cr¨ªtico con el car¨¢cter y la sociedad norteamericanos. Me gustan cosas de nuestro car¨¢cter, como que somos abiertos y tenemos una voluntad permanente de aprender, pero tenemos muchos problemas. Somos una sociedad que se ahoga literalmente en basura, comida basura y la cultura basura de la industria del entretenimiento.

La ¨²ltima novela de John Updike, 'Terrorista', traducida al espa?ol por Jaume Bonfill y publicada por la editorial Tusquets, ya est¨¢ a la venta.