?Ciudadanos o feligreses?
En los ¨²ltimos tiempos han proliferado los libros en torno al fen¨®meno religioso o, m¨¢s bien, contra la religi¨®n: Daniel Dennett, Richard Dawkins, Michel Onfray, Sam Harris, Andr¨¦ Comte-Sponville, Christopher Hitchens... En ese cat¨¢logo, los autores anglosajones destacan por su agresividad y tambi¨¦n por un cierto candor misionero en su refutaci¨®n de las viejas creencias. Incluso dedican numerosas p¨¢ginas a demoler las pruebas tradicionales de la existencia de Dios (que no han mejorado desde Tom¨¢s de Aquino), empe?o que a estas alturas del siglo XXI, y con Hume, Kant y Freud a nuestras espaldas, resulta casi conmovedor de puro antiguo, como bordar fundas para almohadas o algo as¨ª. Al parecer dan por descontado que aportando razones lograr¨¢n librar a los ilusos de convicciones que, ay, ninguno de ellos ha adquirido por v¨ªa racional. Dicho sea en su descargo, los autores citados son m¨¢s bien cient¨ªficos (o partidarios de subordinar la filosof¨ªa a la ciencia, como anta?o fue "criada de la teolog¨ªa"), o sea, expertos en el manejo de los n¨²meros y en la experimentaci¨®n con los hechos, pero deficientes en la comprensi¨®n de los s¨ªmbolos.
Tambi¨¦n hace simp¨¢tica su irritaci¨®n la obstinaci¨®n oscurantista con que los creyentes norteamericanos se emperran en convertir la Biblia en un tratado de geolog¨ªa o de paleontolog¨ªa inspirado por la divinidad. Que hoy todav¨ªa, cuando tanto ha llovido ya desde el Diluvio, en el pa¨ªs cient¨ªficamente m¨¢s desarrollado del mundo, el llamado "dise?o inteligente" tenga el triple de aceptaci¨®n popular entre la poblaci¨®n que lo ense?ado por la biolog¨ªa actual sobre la evoluci¨®n de las especies es como para impacientar a cualquiera. Sobre todo cuando este abuso de piedad tiene efectos pr¨¢cticos peligrosos, pues uno de cada tres norteamericanos piensa que no es urgente tomar ninguna medida contra el cambio clim¨¢tico porque en esas cosas hay que fiarse de la voluntad de Dios...
Como en Europa tal uso fundamentalista de la religi¨®n no es corriente, el acercamiento que incluso los m¨¢s cr¨ªticos tenemos al fen¨®meno de la creencia religiosa suele ser m¨¢s matizado. A mi libro La vida eterna algunos le han reprochado un planteamiento demasiado comprensivo de la fe (otros muchos lo han censurado por lo contrario, desde luego). Una rese?a acaba con gracia lamentando que "a este paso, acabar con la religi¨®n nos va a costar Dios y ayuda". La verdad es que no considero tal liquidaci¨®n un objetivo deseable (adem¨¢s de que lo tengo por imposible). Me parece que la religi¨®n es un tipo especial de g¨¦nero literario, como la filosof¨ªa, y combatirla como una plaga m¨¢s sin atender los anhelos que expresa es empobrecedor no s¨®lo para la imaginaci¨®n, sino hasta para la raz¨®n humana. Temo que tan cr¨¦dulos son quienes utilizan la Biblia para combatir a Darwin como los que dan por sentado que una dosis adecuada de neurociencia disipar¨¢ todas las brumas teol¨®gicas. Adem¨¢s, he vivido lo suficiente para no pretender privar a nadie de ning¨²n consuelo que pueda hallar frente a la desbandada del tiempo y el dolor, aunque yo no lo comparta. El ¨²nico consejo adecuado que se me ocurre para los que padecen exceso de celo religioso es el que, in¨²tilmente, ya formul¨® hace mucho Santayana: "Las doctrinas religiosas har¨ªan bien en retirar sus pretensiones a intervenir en cuestiones de hecho. Esta pretensi¨®n no es s¨®lo la fuente de los conflictos de la religi¨®n con la ciencia y de las vanas y agrias controversias entre sectas; es tambi¨¦n la causa de la impunidad y la incoherencia de la religi¨®n en el alma, cuando busca sus sanciones en la esfera de la realidad y olvida que su funci¨®n propia es expresar el ideal".
Sin embargo, parece que los jerarcas eclesi¨¢sticos no est¨¢n dispuestos a que nos olvidemos en Espa?a de los aspectos m¨¢s nefastos de la influencia religiosa en el orden social. La campa?a contra la asignatura de Educaci¨®n para la Ciudadan¨ªa, que incluso lleva a algunos orates de confesionario a promover nada menos que la objeci¨®n de conciencia de alumnos y profesores, constituye una muestra abrumadora de la manipulaci¨®n descarada de la ignorancia popular que ha sido durante siglos marca de la Santa Casa. Se enga?a con descaro a la gente diciendo que esta materia interfiere con el derecho de los padres a educar moralmente a sus hijos, que s¨®lo los padres poseen tal derecho y que, si el Estado intenta instruir en valores, se convierte en totalitario o al menos en partidista (esto ¨²ltimo por culpa de Gregorio Peces-Barba, al que cre¨ªamos un bendito). ?Cu¨¢nta ridiculez! Por supuesto, no faltan los que invocan enseguida a la Constituci¨®n en su apoyo. Despu¨¦s de que ciertos abogados del Gobierno de Zapatero nos han ense?ado asombrosamente que los ciudadanos espa?oles tienen derecho constitucional a votar a partidos que excusan o amparan el asesinato de sus adversarios ideol¨®gicos, he aqu¨ª que los antigubernamentales pretenden que la Constituci¨®n reserva el monopolio de la educaci¨®n moral a los padres, sean de la ideolog¨ªa que fuere. A este paso, la gente terminar¨¢ cogiendo miedo a la Constituci¨®n, a la que se presenta como cueva original de tales disparates...
Afortunadamente, en este caso basta con consultar el texto constitucional para salir de dudas. En efecto, el punto tercero del art¨ªculo 27 de nuestra Carta Magna establece que "los poderes p¨²blicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formaci¨®n religiosa y moral que est¨¦ de acuerdo con sus propias convicciones". Pero antes, el segundo dice que "la educaci¨®n tendr¨¢ por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democr¨¢ticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales". Los padres tienen derecho a formar religiosa y moralmente a sus hijos, pero el Estado tiene la obligaci¨®n de garantizar una educaci¨®n que desarrolle la personalidad y ense?e a respetar los principios de la convivencia democr¨¢tica, etc. ?Acaso esta tarea puede llevarse a cabo sin transmitir una reflexi¨®n ¨¦tica, v¨¢lida para todos sean cuales fueren las creencias morales de la familia? Tambi¨¦n los padres tienen derecho a alimentar a sus hijos seg¨²n la dieta que prefieran, pero, si el ni?o a los ocho a?os pesa 100 kilos o s¨®lo seis, es casi seguro que los poderes p¨²blicos intervendr¨¢n, porque -m¨¢s all¨¢ de los gustos de cada cual- existe una idea com¨²n de lo que es un peso saludable. De igual modo, existe una concepci¨®n com¨²n de los principios de respeto mutuo y de pluralismo valorativo en que se funda la ciudadan¨ªa, y hay que asegurar que sean bien comprendidos por quienes ma?ana tendr¨¢n que ejercerlos. La libertad de conciencia, por fin aceptada por la Iglesia tras perseguirla durante doscientos a?os, admite perspectivas morales distintas, pero enmarcadas dentro de normas legales compartidas, como m¨ªnimo com¨²n denominador democr¨¢tico.
Este planteamiento nada tiene que ver con los excesos del sectarismo izquierdista, como creen o fingen creer los ultramontanos. En su libro La justicia social en el Estado liberal, Bruce Ackerman lo describe as¨ª: "El sistema educativo entero, si se quiere, se asemeja a una gran esfera. Los ni?os llegan a la esfera en diferentes puntos, seg¨²n su cultura primaria; la tarea consiste en ayudarles a explorar el globo de una manera que les permita vislumbrar los significados m¨¢s profundos de los dramas que transcurren a su alrededor. Al final del viaje, sin embargo, el ahora maduro ciudadano tiene todo el derecho a situarse en el punto exacto donde comenz¨®, o puede tambi¨¦n dirigirse resueltamente a descubrir una porci¨®n desocupada de la esfera". El proyecto de Educaci¨®n para la Ciudadan¨ªa va en esta direcci¨®n liberal, y probablemente har¨¢ falta cierto rodaje hasta que perfile sus contenidos y los profesores acierten con el m¨¦todo de ense?anza. No todos los manuales ser¨¢n igual de adecuados (ya rueda alguno deplorable por ah¨ª, junto a otros buenos), pero lo mismo pasa en historia, literatura... o ¨¦tica, asignatura que nadie consider¨® totalitaria a pesar de que "compet¨ªa" con la ense?anza moral familiar.
Lo que me asombra es la postura del PP en este asunto. La presidenta de la Comunidad de Madrid se enorgullece (entrevista en Abc, 1-VII-07) de haber dispuesto de tal modo los asuntos educativos en sus dominios que no se dar¨¢ Educaci¨®n para la Ciudadan¨ªa. ?Enhorabuena! Pero ?qu¨¦ dir¨ªamos si escuch¨¢semos tal muestra de rebeli¨®n imb¨¦cil a Ibarretxe o Carod Rovira? Si los defensores de la unidad de Espa?a -que es la igualdad ante la ley del Estado de Derecho- piensan as¨ª, no es raro que prospere el separatismo. Por lo dem¨¢s, lo de esta asignatura no es m¨¢s que un s¨ªntoma de la complacencia con lo peor del clericalismo y el integrismo antiliberal. Ya he tenido ocasi¨®n de leer a C¨¦sar Vidal y a alg¨²n otro carca apolog¨ªas de los gemelos polacos por su firmeza reaccionaria frente al "pensamiento ¨²nico" progresista. ?Son realmente ¨¦stos los ide¨®logos de choque del PP? ?Su proyecto pol¨ªtico va a dirigirse hacia la sana y vaticana "polaquizaci¨®n" de Espa?a? Pues si es as¨ª nada, con su pan se lo coman.
Fernando Savater es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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