El destino de S¨ªsifo
EL DEBATE ANUAL sobre el estado de la naci¨®n celebrado esta semana -el ¨²ltimo de la agonizante legislatura- ha dramatizado a¨²n m¨¢s el enfrentamiento entre los dos grandes partidos de ¨¢mbito estatal; la cercan¨ªa de las pr¨®ximas generales transmiti¨® al hemiciclo la vibraci¨®n de los m¨ªtines calientes. Los pron¨®sticos auguraban que el Pleno confirmar¨ªa las tendencias puestas en marcha durante los ¨²ltimos meses en favor de los populares. La erosi¨®n producida en el electorado socialista por la dif¨ªcil negociaci¨®n del Estatuto de Catalu?a, la desva¨ªda o decepcionante ejecutoria de no pocos ministros a lo largo de la legislatura, la vuelta de ETA a la violencia terrorista tras el mort¨ªfero atentado de Barajas del 30 de diciembre de 2006, las bajas militares en L¨ªbano y la victoria del PP en las elecciones municipales por un corto margen de la suma total de los votos en toda Espa?a (y de forma arrolladora en Madrid y Valencia), parec¨ªan marcar el declive de los apoyos al PSOE, en tanto que el PP manten¨ªa la fidelidad y lograba la movilizaci¨®n de sus bases.
El debate del estado de la naci¨®n defraud¨® las expectativas sobre un giro hacia el centro del presidente del PP que pueda permitirle ganar las elecciones generales gracias a la conquista del voto moderado
El paso a una discreta segunda fila durante las elecciones locales de Zaplana y Acebes, paladines de la teor¨ªa de la conspiraci¨®n del 11-M desmontada por el juicio oral reci¨¦n concluido en la Audiencia Nacional, y el aparente viraje hacia posiciones moderadas de Rajoy se prestaban a ser interpretados como un reinicio del interminable viaje al centro emprendido y desandado por el PP desde comienzos de los a?os noventa a la busca de apoyos sociales capaces de completar su consolidado voto ideol¨®gico y proporcionarle as¨ª la mayor¨ªa absoluta. Pero el salto hacia adelante en la senda de la evoluci¨®n democr¨¢tica no se ha producido: se dir¨ªa que Rajoy comparte el destino de S¨ªsifo, el hijo de Eolo castigado por Zeus a empujar en los infiernos una pesada roca hasta la cumbre de una monta?a, verla rodar despu¨¦s hasta la falda y emprender una y otra vez la tarea destinada a un sempiterno fracaso.
Las intervenciones en el debate de Rajoy despertaron al pol¨ªtico dormido que hab¨ªa encabezado o secundado durante los tres ¨²ltimos a?os manifestaciones callejeras con a?ejo sabor a nacional-catolicismo o a manipulaci¨®n del dolor de las v¨ªctimas: el PP parece condenado a regresar al oc¨¦ano primigenio del partido fundado por Fraga en 1976. En lugar de someter a un an¨¢lisis pormenorizado el balance de Zapatero y de presentar una alternativa razonable sobre el mayor n¨²mero de ¨¢mbitos posible, el l¨ªder de la oposici¨®n se aferr¨® a los atentados de Barajas y de L¨ªbano para responsabilizar al Ejecutivo de esos cr¨ªmenes. Encerrado en ese autismo necr¨®fago, Rajoy se ensa?¨® con las fracasadas negociaciones entre el Gobierno y ETA para alcanzar un final dialogado de la violencia en el marco de la resoluci¨®n aprobada por el Congreso el 17 de mayo de 2005.
Es cierto que el presidente Zapatero no ofreci¨® a la C¨¢mara un relato circunstanciado del llamado proceso de paz, ni analiz¨® las causas de su descarrilamiento, ni admiti¨® errores de c¨¢lculo o de informaci¨®n sobre la conducta previsible de ETA, ni reconoci¨® eventuales desviaciones del Gobierno respecto al mandato del Congreso. Se limit¨® a asumir la responsabilidad personal de una pol¨ªtica movida por las buenas intenciones: "Mientras ha habido una sola oportunidad de salvar vidas y de cambiar el rumbo de nuestra historia, he intentado aprovecharla". Pero los grupos parlamentarios -todos salvo el PP- que aprobaron la resoluci¨®n de 2005 aceptaron sus explicaciones psicol¨®gicas y no le exigieron mayores precisiones y detalles. Sin embargo, Rajoy cambi¨® las tornas desde la presunci¨®n de inocencia -en el doble sentido del t¨¦rmino- a favor del presidente del Gobierno por una presunci¨®n de culpabilidad en su contra: "Lleva tres a?os tratando de enga?ar a todo el mundo", "Ha mentido hasta extremos in¨¦ditos", "Se puso de acuerdo con ETA", "Ha traicionado la confianza de los espa?oles". Y como el inquisidor Torquemada, el l¨ªder del PP exigi¨® al relapso que demostrase hallarse limpio de pecado para ser absuelto: "O nos muestra las actas [de las conversaciones con ETA] que prueben su inocencia", o presenta al Rey la dimisi¨®n.
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