El suicidio
El conserje Luis Garrudo regresa a su casa con los peri¨®dicos gratuitos bajo el brazo. Conecta la radio. Las noticias empiezan a torcerse hasta que el horror se hace insoportable.
Se pone al lado de su amigo, un inspector de Estupefacientes al que todos conocen por Manol¨®n:
-Manol¨®n, lo de Madrid es cosa de moros.
Lo suelta y se va. Emilio Su¨¢rez Trashorras es as¨ª. Ni siquiera llega a tomar nada. De all¨ª se va a visitar a su cu?ado y compinche Antonio Toro, y le dice lo mismo:
-Lo de Madrid es cosa de los moros amigos de Raf¨¢.
Antonio Toro nota a su cu?ado nervioso. O, mejor dicho, m¨¢s nervioso de lo habitual.
Las pesquisas para dar con el comando se redoblaron tras el hallazgo de la bomba en las v¨ªas del AVE
Su¨¢rez Trashorras se levanta y comienza a gritar: -?Qu¨¦ me ofrec¨¦is? ?Eh? ?Qu¨¦ me ofrec¨¦is? Porque ¨¦ste es un marr¨®n muy grande...
Los siete terroristas murieron v¨ªctimas de su propia locura, pero se llevaron por delante al subdirector Francisco Javier Torronteras. La v¨ªctima 192 del 11-M
Manol¨®n est¨¢ ante el caso de su vida, pero no lo ve. Otros polic¨ªas, en cambio, empiezan a olfatearlo
El interrogatorio a Su¨¢rez Trashorras y a su mujer en Avil¨¦s fue crucial para localizar al comando
"Durante unos minutos nos gritaron: 'Entrad, mamones, somos enviados de Al¨¢"
Dos d¨ªas despu¨¦s, el lunes 15 de marzo, cuando ya toda Espa?a conoce que la polic¨ªa ha detenido a un marroqu¨ª acusado de pertenecer a la c¨¦lula de fan¨¢ticos islamistas que ha puesto las bombas en los trenes, Emilio Su¨¢rez Trashorras se encuentra de nuevo con Manol¨®n en el mismo bar.
-?Ves c¨®mo eso era cosa de moros?
-?Y t¨² c¨®mo lo sabes, Emilio?
- Porque la ¨²ltima vez que habl¨¦ con un morito que yo conozco [El Chino] me dijo: Si no nos vemos en la tierra, nos vemos en el cielo. Eso fue a principios de marzo, y desde entonces no me contesta en el m¨®vil.
Manol¨®n no le hace mucho caso. Tiene delante el caso de su vida. Pero sigue en el bar.En Madrid, otros polic¨ªas siguen tirando del hilo de los detonadores encontrados en la furgoneta Kangoo. Los especialistas en explosivos averiguan que proceden de una explotaci¨®n minera asturiana, Caolines de Merill¨¦s. Dos inspectores y un miembro del Centro Nacional de Inteligencia deciden ir a Asturias. La tarde del martes 16 de marzo se re¨²nen con directivos de la mina. Le reclaman un listado de mineros en activo y jubilados. Empiezan por cotejar el listado con los archivos de la comisar¨ªa de Oviedo. Miran uno a uno, a ver si alguno tiene antecedentes.
Est¨¢n en eso cuando uno de los agentes, el inspector Parrilla, recibe una llamada de una compa?era. Lo llama desde la central de Amena. Est¨¢ investigando todas las tarjetas de m¨®viles vendidas por los indios de Alcorc¨®n a Zougam, el due?o del locutorio de Lavapi¨¦s.
-Oye, Parrilla, una de esas tarjetas tiene contactos con Avil¨¦s. Ha estado hablando con dos n¨²meros fijos.
Los dos n¨²meros corresponden a sendas cabinas de tel¨¦fono. Los tres investigadores prosiguen examinando nombres de ex mineros con antecedentes. En ese listado aparece un tal Jos¨¦ Emilio Su¨¢rez Trashorras, pero ese nombre, todav¨ªa, no le suena de nada a los investigadores desplazados a Asturias. Parrilla vuelve a atender su tel¨¦fono m¨®vil.
-Parrilla, que la tarjeta tambi¨¦n tiene contactos con un m¨®vil de Avil¨¦s.
Los dos inspectores y el esp¨ªa del CNI deciden darse una vuelta al d¨ªa siguiente por Avil¨¦s. Por tercera vez en un rato, el tel¨¦fono de Parrilla...
-Oye, que el m¨®vil est¨¢ a nombre de Carmen Mar¨ªa Toro Castro.
La investigaci¨®n toma un ritmo inesperado. Los agentes se ponen en contacto enseguida con la comisar¨ªa de Avil¨¦s. Avisan de que llegar¨¢n al d¨ªa siguiente. El primer objetivo: intentar localizar a esa tal Carmen Mar¨ªa Toro.
A la ma?ana siguiente, un hombre gordo, sonrosado y medio calvo hace tiempo en la puerta de la comisar¨ªa de Avil¨¦s.
-El inspector jefe de Estupefacientes, Manuel Garc¨ªa, al que llamaban Manol¨®n, nos estaba esperando- explica el agente del CNI-. Como hab¨ªamos avisado a la comisar¨ªa el d¨ªa anterior de que ir¨ªamos, se hab¨ªa enterado de lo que busc¨¢bamos. Nos dijo que Carmen Toro era la esposa de un conocido suyo y que, si nos parece bien, la pod¨ªa llamar. A los 10 minutos aparecen ella y Su¨¢rez Trashorras.
Al entrar Trashorras, Manol¨®n le dice:
-Emilio, cu¨¦ntales a estos se?ores lo que me has contado a m¨ª acerca de los moros que conoces.
Su¨¢rez Trashorras les dice que conoce a El Chino, al que ¨¦l llama Mowgli. Pero poco m¨¢s. Son las doce del mediod¨ªa. La conversaci¨®n se parece m¨¢s a una tertulia de bar que a una indagaci¨®n policial. Pero poco a poco, casi a c¨¢mara lenta, se va poniendo en marcha un interrogatorio laber¨ªntico y crucial. Las dos partes saben siempre m¨¢s de lo que cuentan. De un lado, un ex minero inteligente, pero cada vez m¨¢s acosado, que se va poniendo nervioso y a ratos irascible. Del otro, tres polic¨ªas experimentados, dispuestos a no soltar una presa vital, sabedores de que del hombre que tienen delante, traficante de hach¨ªs, de baja laboral por un problema mental, depende la localizaci¨®n del grupo de fan¨¢ticos que acaba de volar los trenes en Madrid y que, tal vez, se encuentra ya preparando el pr¨®ximo atentado.
En medio de unos y de otros, sin saber a qu¨¦ carta quedarse, si a la del uniforme o a la de la amistad, el agente Manol¨®n. Cierra el c¨ªrculo Carmen Toro.
A las tres de la tarde, los polic¨ªas dejan que Su¨¢rez Trashorras se vaya con su esposa a comer. Ellos piden un bocadillo. Han quedado a las cuatro con la pareja. Cuando aparece, los polic¨ªas cambian de t¨¢ctica y hablan con ellos por separado. Parrilla se guarda un as en la manga. Le explica a Carmen que hay un tr¨¢fico importante de llamadas entre su tel¨¦fono y el de su marido durante una noche entera. Una noche de febrero en que Asturias soport¨® una gran tormenta de fr¨ªo y nieve.
- ?Qu¨¦? ?Hablabais en la cama?
- Yo no hablo de mi vida privada-, responde Carmen.
Vuelven a juntarse todos. De pronto, Carmen se sienta en las rodillas de su marido y le dice:
- Cari?o, di lo que sepas pero a m¨ª d¨¦jame al margen.
Su¨¢rez Trashorras se levanta, casi tira a su mujer al suelo. Y comienza a gritar:
- ?Qu¨¦ me ofrec¨¦is? ?Eh? ?Qu¨¦ me ofrec¨¦is? Porque ¨¦ste es un marr¨®n muy grande...
Poco a poco, el ex minero comienza a hablar del stripper Rafa Zouhier, de una reuni¨®n en un McDonals de Carabanchel, de que un d¨ªa de no hace mucho le ense?¨® a Mowgli la Mina Conchita...
Pasan las horas. Cenan todos juntos en un restaurante cercano donde echan por televisi¨®n un partido de f¨²tbol. Nada m¨¢s terminar, regresan a comisar¨ªa. La relaci¨®n de Trashorras y los polic¨ªas vuelve a ser cordial. Durante toda la noche proseguir¨¢ el juego entre el rat¨®n y los gatos sin que Trashorras se derrote. As¨ª hasta que amanece. Con las primeras luces, los polic¨ªas reciben una llamada de la jefatura de Madrid que les ordena detener al ex minero. Se lo llevan en coche para, de paso, intentar localizar la finca de Morata de Taju?a. Pero el ex minero se l¨ªa y se pierde.
La banda de El Chino se oculta. Sabe que la polic¨ªa le busca, que pregunta por ¨¦l a su familia. Se mueve bien en la clandestinidad. Sabe moverse con identidades y pasaportes falsos. S¨ª se deja ver de vez en cuando por el bar de su hermano Mustaf¨¢. Va a por ropa o por dinero, pero no se atreve a aguantarle la mirada cuando el hermano mayor le pregunta, a finales de marzo, si tiene algo que ver con las explosiones en los trenes. No puede mirar a Mustaf¨¢, pero tampoco mentirle.
- S¨ª, estoy en ello.
Le acompa?a en ese momento otro miembro de la banda, que al salir del bar se dirige a Mustaf¨¢ y le dice.
- Pide a Dios que no nos cojan vivos.
El 29 de marzo, El Chino roba a punta de pistola un coche en Fuenlabrada. Un Citro?n C3 que la banda utiliza, d¨ªas m¨¢s tarde, para trasladarse hasta Mocej¨®n (Toledo). All¨ª intentan colocar 12 kilos de dinamita en las v¨ªas del AVE. Los vigilantes de Renfe les descubren en el momento de conectar la bomba. El comando, aunque no logra su objetivo, consigue huir.
Esa tarde, el comisario general de Informaci¨®n, Jes¨²s de la Morena, acude a una nueva reuni¨®n. Un ingeniero de Renfe le explica qu¨¦ habr¨ªa pasado si los terroristas llegan a volar un tren que circula a 300 kil¨®metros por hora. La explicaci¨®n es tan gr¨¢fica que se llega a pensar en que helic¨®pteros del Ej¨¦rcito vigilen el recorrido del AVE...
La polic¨ªa est¨¢ cada vez m¨¢s convencida de que los fan¨¢ticos van a volver a atacar. Necesitan encontrarlos cuanto antes. El an¨¢lisis geogr¨¢fico de las tarjetas telef¨®nicas relacionadas con el m¨®vil encontrado en la mochila de Vallecas los sit¨²a en el sur de Madrid. Pero la zona es demasiado grande como para rastrearla con garant¨ªas de ¨¦xito.
Un agente especialista en la lucha contra el terrorismo internacional revisa con su equipo los cientos de llamadas cruzadas con las tarjetas sospechosas de haber sido utilizadas por la banda de El Chino. Aparece el n¨²mero de un tel¨¦fono m¨®vil de un espa?ol. Dos agentes van a visitarlo. Para sondearle, y como no saben qui¨¦n es en realidad, le explican que llevan a cabo un control rutinario de poblaci¨®n extranjera, sobre todo china.
- Pues con los chinos no, pero con unos ¨¢rabes a los que les he alquilado el piso yo, en la calle de Carmen Mart¨ªn Gaite, en Legan¨¦s, tengo problemas porque les llamo y no me cogen el tel¨¦fono. Salta el buz¨®n de voz con unos c¨¢nticos...
Son las tres de la tarde del 3 de abril. El piso franco de los terroristas ha sido localizado. Cuando los agentes de paisano merodean por el portal observan que un muchacho de porte atl¨¦tico y rasgos ¨¢rabes sale del portal con una bolsa de basura de la que sobresalen unas ramas de d¨¢til. Se cruzan con ¨¦l sin llamarle la atenci¨®n, pero ¨¦l ya les ha olido. Avisa a gritos a sus compinches y echa a correr. Un agente sale tras ¨¦l, pero el esfuerzo es in¨²til. Abdelmajid Bouchar -desde entonces tambi¨¦n conocido como El Gamo- es un joven atleta cuya principal ocupaci¨®n es participar en carreras de fondo... y ganarlas.
Lo que sucede a continuaci¨®n es bien conocido. Los l¨ªderes del comando terrorista -El Chino, El Tunecino, los dos hermanos Oulad Akcha, Alekema Lamari, Asri Rifaat Anouar y Abdennabi Kounjaa- se hacen fuertes en el interior del piso. Disparan desde una ventana r¨¢fagas de metralleta contra la polic¨ªa, arrastran sacos de explosivos hacia la puerta, cantan salmos... Mientras la polic¨ªa va tomando posiciones, desde el interior del piso los islamistas telefonean a sus familiares para despedirse. Una de esas llamadas la recibe Rosa, la mujer de El Chino.
-Me dijo que era mejor morirse, que no se iba a entregar.
Los agentes del GEO toman posiciones. Su jefe se acerca al descansillo de la escalera y escucha que los terroristas hablan entre s¨ª en ¨¢rabe, pero cuando se dirigen a los polic¨ªas lo hacen en un espa?ol muy aceptable.
-Durante dos o tres minutos nos estuvieron gritando: 'entrad, mamones, somos enviados de Al¨¢'. Luego nos dijeron que nos iban a enviar a un emisario y les dijimos que bien, pero que saliera desnudo y con las manos en alto. A los pocos segundos, el piso salt¨® por los aires.
Los siete terroristas mueren v¨ªctimas de su propia locura, pero se llevan por delante al subinspector del GEO Francisco Javier Torronteras. La v¨ªctima 192 del 11-M.
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