De o con la cabeza
La columna de hoy empieza en realidad hace unos meses, cuando vi por la televisi¨®n un anuncio de coches que me dio un poco de miedo: un joven se encontraba una l¨¢mpara, tipo Aladino, la frotaba y aparec¨ªa un genio en forma de se?or normal y corriente. No asustaban los dos protagonistas, que no eran particularmente inatractivos, ni el coche que era una monada. La inquietud me la produjo el mensaje que aparec¨ªa en una esquina de la pantalla y que nos informaba de que la escena que est¨¢bamos viendo era "una ficci¨®n publicitaria", imaginar las razones de la necesidad o pertinencia de semejante aviso, tratar de representarme la idea que los publicistas se hac¨ªan del p¨²blico destinatario del anuncio (?qui¨¦n en su sano juicio, una vez rebasada la edad reyes magos, puede pensar que la l¨¢mpara y el genio no son una ficci¨®n?). En definitiva, la pregunta de en qu¨¦ mundo mental vivimos para que se justifique legal, deontol¨®gica o textualmente esa advertencia, fue lo que me intranquiliz¨®.
Me inclino por aquellos que prefieren una ciudadan¨ªa pensante a la de una creyente
Pero decid¨ª no tom¨¢rmelo demasiado en serio y guardar la an¨¦cdota para una mejor ocasi¨®n (que ahora ha llegado), junto con otras representaciones que no son precisamente derroches de talento. Al lado, por ejemplo, de la fotograf¨ªa que una amiga me mand¨® hace poco por internet, en la que se ve¨ªa la entrada de un gimnasio en Estados Unidos. De la calle a la puerta hab¨ªa unos pocos (siete u ocho) pelda?os y, para facilitar el acceso, los responsables de ese establecimiento de fitness (cuya competencia deja pocas dudas) hab¨ªan colocado, al lado de las normales, escaleras el¨¦ctricas. La instant¨¢nea recog¨ªa el momento en que unos clientes sub¨ªan por ah¨ª, iniciaban de ese esforzado, prometedor e inteligente modo su puesta en forma. Guard¨¦ el anuncio en el archivo de se?ales de que vivimos en un mundo que est¨¢ "de la cabeza".
Entre esos indicadores de que a la humanidad (opulenta) le falta mayormente un tornillo est¨¢ el apego por las maquinitas. Apego que m¨¢s bien parece sumisi¨®n o adicci¨®n y que est¨¢ adquiriendo proporciones de locura. Entras, por ejemplo, en un museo, te diriges a las obras m¨¢s emblem¨¢ticas y te encuentras cada vez m¨¢s a menudo con una pi?a de visitantes afanados no en mirar a esas obras de frente -a la cara-, sino en captar su imagen m¨ªnima, imprecisa, temblorosa, a trav¨¦s de la pantallita de una c¨¢mara o un tel¨¦fono m¨®vil. Y con los monumentos o los escenarios naturales sucede tres cuartos de lo mismo. El mundo debe de estar de la cabeza cuando a un paisaje o una obra de arte, enteros, matizados, vivos se les prefiere un suced¨¢neo del tama?o de un sello, de colores chillones o corridos, y con la edad cambiada. O cuando cada vez m¨¢s gente se pone al volante de un coche, confiando no en las percepciones, impulsos o decisiones de su propia vista, sino en las ¨®rdenes que salen de una maquinita que reduce la voluntad, el paisaje y el viaje a coordenadas. Cuando cada vez m¨¢s gente puede tener delante de los ojos la vuelta de la esquina y no tomarla hasta que la vocecita del GPS pronuncia la se?al de giro.
Una reciente vi?eta de M¨¢ximo representaba una cabeza humana con este mensaje: "No pienso pero desde luego existo". Y otra de El Roto nos alertaba/ preguntaba hace unos d¨ªas: "?Es usted un ciudadano normal o todav¨ªa piensa?". Lo recuerdo hoy todo junto -la l¨¢mpara de Aladino, el GPS, la belleza trastocada por una pantalla en miniatura y la l¨²cida resistencia de las vi?etas- porque estamos en pleno debate sobre la Educaci¨®n para la Ciudadan¨ªa y en plena resaca del estado de la naci¨®n; y la cabeza me parece, a estas alturas, el mejor argumento para distinguir proyectos pol¨ªticos y modelos de sociedad. Personalmente me inclino por aquellos que prefieren la definici¨®n de una ciudadan¨ªa pensante a una creyente; y desde luego, de una ciudadan¨ªa que act¨²a con la cabeza a otra de la que se espera que est¨¦ "de la cabeza", que acepte, por ejemplo, que pedir las actas de las conversaciones con ETA es un gesto de rigor democr¨¢tico, y no una evidente ficci¨®n publicitaria.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.