Qui¨¦n ser¨¢ el facineroso
Ya no s¨¦ si es cosa m¨ªa o si ustedes tambi¨¦n lo habr¨¢n observado, pero cada vez que se asoma a la televisi¨®n un abogado (bueno, seamos justos: casi cada vez), tiene una pinta de facineroso que uno duda, en primera instancia, si es el defensor o el acusado, o el primo o el cu?ado de ¨¦ste, parientes que, no se sabe por qu¨¦, tienen tendencia a ejercer de portavoces en todos los casos, sean delictivos, de mero esc¨¢ndalo o de famoseo. Uno se imagina que esos abogados son los sucesores de los antiguos picapleitos, es decir, de aquellos individuos que, seg¨²n reza el diccionario, carecen de pleitos y andan busc¨¢ndolos, o bien son "enredadores rutinarios". Aunque el DRAE a?ade una acepci¨®n "anticuada": "Hombre embustero, trapisondista", que, lamento decirlo, suele ser la que m¨¢s cuadra a estos letrados espa?oles actuales. Como la mayor¨ªa de los procesos a los que la televisi¨®n hace caso son s¨®rdidos y a menudo folkl¨®ricos, uno piensa que los encausados han buscado entre sus amistades, y as¨ª, el defensor de un bailaor aparece con unas patillas en hacha y un pelo corto por delante y largo por detr¨¢s que es el colmo del garrulismo; el de un marbell¨ª de alto rango se presenta con camisa y corbata rosa (o moradas, o verdes) y con los dedos llenos de alhajas; el de un presunto violador en serie, nos mira desde unas enormes gafas de violador vidrioso (que ahora vuelven a llevarse mucho, a lo Umbral o John Major, para entendernos) y con el cuello sudado como si viniera de un forcejeo; y el de un etarra, por supuesto, a menudo se nos disfraza de proetarra, con peinado vasco-frailuno, camiseta con lema y pendiente en una oreja. "Bueno, cada cual echa mano del abogado que tenga m¨¢s cerca o del que le vaya a cobrar menos; gente titulada, s¨ª, pero que pertenece a su c¨ªrculo", piensa uno. "De ah¨ª, quiz¨¢, que los defensores tengan con frecuencia esas pintas, tan malas como las de sus defendidos".
Yo me lo explicaba de este modo hasta que empez¨® el juicio del 11-M y tuve ocasi¨®n de ir viendo a un mont¨®n de ellos de procedencias diversas, y adem¨¢s no s¨®lo a abogados, sino tambi¨¦n a fiscales. Y, con alguna excepci¨®n, uno se pregunta al contemplarlos qu¨¦ clase de tropa es ¨¦sta, y en manos de quienes est¨¢ la justicia. La mayor¨ªa de los letrados que hemos visto intervenir en este caso (y eso que iban togados, lo cual los ayudaba a disimular un poco) ten¨ªan el mismo aspecto que los m¨¢s "folkl¨®ricos", esto es, de facinerosos cuando no de patibularios. Hablaban fatal y se explicaban peor, como verdaderos analfabetos funcionales; se mostraban incapaces de resultar coherentes, argumentaban como cabestros, soltaban impertinencias, sandeces y desvar¨ªos sin cuento (y eso que el juez G¨®mez Berm¨²dez los ha atado bastante corto, m¨¢s vale no imaginar lo que habr¨ªamos o¨ªdo con una autoridad menos cortante). Hemos asistido, adem¨¢s, a actuaciones ins¨®litas en el sentido literal de la palabra, es decir, seguramente sin precedentes en la historia procesal del universo: acusadores que s¨®lo trataban de exculpar a los acusados en vez de procurar su condena, para lo que se supone que estaban, o hab¨ªan sido contratados; o que trataban de inculpar a gente que no se sentaba en el banquillo porque no hab¨ªa habido prueba alguna contra quienes esos acusadores deseaban culpar por encima de todo. Los abogados de la Asociaci¨®n de V¨ªctimas del Terrorismo, en particular, han acabado de hundir en el desprestigio a esta un d¨ªa respetabil¨ªsima organizaci¨®n, como si no bastara con el que desde hace a?os le ha tra¨ªdo el se?or Alcaraz, su irrazonable jefe. Ha dado la impresi¨®n de que a muchos de los letrados de este juicio la verdad les tra¨ªa sin cuidado, y, m¨¢s grave a¨²n, que ansiaban ver a los presuntos culpables exonerados y en la calle, para que repitieran la faena de Atocha; porque cada vez se olvida m¨¢s que las condenas no buscan s¨®lo el castigo por el delito ya cometido (en esta ocasi¨®n ciento noventa y un muertos y miles de heridos), sino, quiz¨¢ en mayor grado, la evitaci¨®n de otros delitos a manos de los mismos (aqu¨ª, que no puedan volver a poner bombas los encausados). Y sin embargo han sido muchos los fiscales o abogados ?y periodistas no digamos? que s¨®lo han buscado la liberaci¨®n y reincidencia de los sospechosos. Algo incre¨ªble, y criminaloide.
Quiz¨¢ resulte anticuado, pero soy de los que creen que las pintas de las personas, y su manera de expresarse, dicen mucho acerca de ellas. En realidad -me doy cuenta- no soy anticuado ni nada, porque todos nos fiamos enormemente de lo que percibimos al primer golpe de vista. ?Qui¨¦n no se ha cruzado alguna vez de acera, o ha apretado el paso, al ver las pintas de quienes le ven¨ªan de frente por una calle? ?Y qui¨¦n no ha pretextado cualquier excusa inveros¨ªmil para apartarse de un sujeto por su manera de hablar, o por el l¨¦xico que empleaba? Yo supongo que en Espa?a existen abogados y fiscales m¨¢s articulados, m¨¢s racionales, m¨¢s cultos y civilizados que los que suelen asomarse a nuestras televisiones. M¨¢s nos vale, y que no sean todos ¨¦mulos de aquel Rodr¨ªguez Men¨¦ndez. Pero, a tenor de las muestras habituales, y de gran parte del ya famoso elenco del juicio del 11-M, el gremio parece encontrarse en tal estado de deterioro y bajura como para ir pensando en defendernos solos, cuando por fin nos detengan por algo.
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