La cola del hambre
Coincidiendo con la terminaci¨®n de la llamada Gran Guerra, que en el fondo no fue m¨¢s que una de las mayores barbaridades que ha presenciado la Historia en todos los tiempos, y en la que se derrocharon tantos millones de vidas y, lo que es m¨¢s sensible, el dinero y el ahorro dado por muertos y vivos, que es la cosa que m¨¢s se siente dejar y que, aplicada en una obra de cultura social, hubiera bastado para transformar medio mundo, en Espa?a se dej¨® sentir, en la llamada clase media y en las clases desheredadas, de una manera palpable, el bochorno del hambre.
Al principio de la guerra nuestros pol¨ªticos dudaban, seg¨²n en ellos es costumbre, a qu¨¦ lado colocarse. Unos se mostraban furibundos german¨®filos, otros exaltados aliad¨®filos y los m¨¢s y menos exaltados optaron por la neutralidad alegando que en este asunto no ten¨ªamos nada que ver. Muchos de ellos, escarmentados por tantas guerras en las que siempre hemos salido perdiendo, con la guerra y p¨¦rdida de las colonias: Cuba, Filipinas, Puerto Rico, y las consecutivas en ?frica, se cruzaron de brazos prudentemente en espera de las circunstancias, que no fueron para nosotros las m¨¢s guerreras, en vista de que los beligerantes nos dejaron libertad de acci¨®n, quiz¨¢ por considerarnos cosa de poca importancia y no decisiva.
La vida parec¨ªa f¨¢cil: o todos eran accionistas del Banco de Espa?a o hab¨ªa un resurgimiento del arte
Mientras esto ocurr¨ªa, en Espa?a se desataba el ansia de los negocios, la lectura de los peri¨®dicos con los gastos fant¨¢sticos de la guerra, las oscilaciones tremendas en los valores de la Bolsa, el gran precio de los fletes y transportes bajo el temor de los submarinos, que hac¨ªan los seguros costos¨ªsimos... Todo esto contribu¨ªa a la fiebre en los negocios, a arriesgar el dinero y a hacerse rico, a ser posible de la noche a la ma?ana. Vino la fiebre del oro; el dinero se hizo atrevido, surgiendo de la noche a la ma?ana los nuevos ricos. Se hac¨ªan especulaciones fant¨¢sticas en la Bolsa, los navieros eran los amos del mundo pues el que ten¨ªa un barco viejo, cuatro tablas que pod¨ªan navegar, era poderoso.
Inglaterra necesitaba su carb¨®n y a¨²n no le bastaba, y en Asturias se duplicaba el trabajo y el carb¨®n en malas condiciones se vend¨ªa a peso de oro. Los mineros ganaban grandes jornales y beb¨ªan el champ¨¢n en jarros; se despreciaba la sidra. Se hac¨ªan hoteles frente al mar y en todas partes se o¨ªan conversaciones sobre los marcos, los francos y las libras, y comentarios de los avances y desastres de las tropas. Se vend¨ªan en las librer¨ªas cat¨®licas planos de la guerra y algunos exaltados los llenaban de banderitas seg¨²n iban cambiando, de un d¨ªa para otro, las posiciones. Se hablaba del contrabando a manos vistas, de trenes enteros que pasaban por las aduanas abarrotados de ganados y mercanc¨ªas. Las vacas y el ganado de cerda adquir¨ªan grandes precios. Se notaba la escasez de legumbres, de las patatas, las jud¨ªas y hasta de los garbanzos, que fuera de Espa?a no tienen aceptaci¨®n. Las f¨¢bricas de Barcelona no daban abasto; se trabajaba d¨ªa y noche, los jornales se triplicaron y se dejaron para la Pen¨ªnsula los g¨¦neros m¨¢s malos e inasequibles. Las f¨¢bricas de curtidos y de botas vend¨ªan sus g¨¦neros que, por su elevaci¨®n de precio, parec¨ªan de piel humana. ?sta fue la ¨¦poca m¨¢s pr¨®spera, coincidiendo con la gran elevaci¨®n de los jornales y la mano de obra. Mientras tanto el papel se encarec¨ªa, los peri¨®dicos doblaban el precio, y los escritores y editores de las obras m¨¢s insulsas y pornogr¨¢ficas elevaban la mercanc¨ªa. Entre los pintores a la moda se hablaba de cantidades fant¨¢sticas, pon¨ªan precios fant¨¢sticos a las obras, y se daban banquetes caros. La vida parec¨ªa f¨¢cil: o todos se hab¨ªan casado con mujeres ricas o eran accionistas del Banco de Espa?a o hab¨ªa un resurgimiento del arte, que est¨¢bamos en una nueva Florencia en la que los ricos compraban libros y cuadros, como cuando exist¨ªan los M¨¦dicis. Se olvidaban ya de la antigua bohemia, de la dificultad de pagar el estudio, de encontrar comprador para los cuadros, de la taca?er¨ªa y sordidez de los editores y los libreros de viejo, que se quedaban al peso con ediciones completas que luego iban a parar a la pintoresca feria del Bot¨¢nico.
Coincidiendo con esto, los comerciantes e industriales se hab¨ªan dedicado de lleno al robo y a la inmoralidad en su m¨¢s alto grado. Los panaderos fabricaban los panecillos de un tama?o inveros¨ªmil, que se quedaban entre los dientes. En las tiendas de comestibles ya no se hablaba m¨¢s que de gramos. En los caf¨¦s, los reputados bistecs de Madrid no eran m¨¢s que una suela dura, pero cortada con lupa. Si el parroquiano hab¨ªa hecho un gasto de consideraci¨®n, el due?o o el camarero le preguntaban si hab¨ªa quedado el se?or satisfecho. Adem¨¢s de ladrones eran humoristas.
?sta fue la buena ¨¦poca. Luego ya se firm¨® la paz, se hizo el Tratado de Versalles, los espa?oles ya no pudieron hacer contrabando y los barcos, que tanto hab¨ªan producido, hubo que arrinconarlos como trastos viejos y para ni?os. Los nuevos ricos, que cada vez quer¨ªan m¨¢s dinero, lo iban perdiendo en la compra de la moneda, de marcos, y en jugadas a la Bolsa. Empezaron a hacer econom¨ªas, a dar valor al dinero y a decir que una peseta vale un duro, que el autom¨®vil es una cosa pr¨¢ctica pues vale para trasladarlos deprisa de un lado para otro, que la ¨²nica exposici¨®n que tiene es el atropellar a alg¨²n pobre diablo en el camino, cosa que no tiene importancia, que un collar de perlas es una cosa pr¨¢ctica y que da importancia a la mujer que lo lleva y que siempre vale dinero, sobre todo si se compra de ocasi¨®n. Se dieron cuenta, con su talento y sentido pr¨¢ctico, de que los cuadros, esculturas y libros son una pesada carga que para nada sirve y que al final van a parar al Rastro; de los enormes encantos que tiene el tener una buena cocinera que prepare el jam¨®n con tomate y las perdices escabechadas; de ir al caf¨¦ tango; de tener un buen cuarto de ba?o con un buen bid¨¦, y de darles de mamar a los chicos, limpiarles el cuajo y confesar por lo menos tres veces al a?o y por Pascua Florida.
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