La casa de Cuchilleros
Suelen suceder alrededor de estas dos novelas, del Quijote y de Fortunata, cosas que se dir¨ªan prolongaci¨®n de su historia, y no ya porque nos parezca que la realidad supera a la ficci¨®n o al rev¨¦s, sino por venirnos a declarar algo que oscuramente adivinamos, a saber: que despu¨¦s de ellas ficci¨®n y realidad son parte indisociable de algo que no es en principio ni verdadero ni falso: la vida.
A los pocos meses de publicarse cierto librito m¨ªo sobre Cervantes, hace ya de esto quince a?os, me telefone¨® un desconocido. Se excus¨® por irrumpir en mi vida de aquella manera. Era la voz de un hombre mayor, apagada y entonada en acentos caribes. Quer¨ªa corresponderme como lector, me dijo, con un regalo especial: una copia del Quijote hecha por ¨¦l. Conviene recordar que por entonces el uso de los ordenadores era a¨²n restringido y desde luego no exist¨ªa ninguna copia del Quijote en soporte inform¨¢tico. Se trataba por tanto de un regalo, para m¨ª al menos, tan raro como precioso. Al contrario que el Pierre Menard de Borges, le hab¨ªa llevado a esa penosa tarea de copista no la emulaci¨®n sino la simple gratitud hacia Cervantes y el querer estar a¨²n m¨¢s cerca de sus palabras. El silencio con que escuchaba yo las suyas le llen¨® de inquietud y creo que lleg¨® a pensar que le estaba tomando por un loco, uno m¨¢s de los orates que parece haber propiciado el libro de Cervantes, as¨ª que se apresur¨® a decirme su nombre, Luis de Luis, y el de su mujer, la actriz Aurora Bautista, que le hab¨ªa asistido dict¨¢ndole el libro. Fue una salvaguardia, como si me dijera: "Puede usted dudar de m¨ª, ?pero se atrever¨ªa a dudar de Aurora Bautista?". Quedamos amigos y yo muy agradecido, y al poco tiempo me lleg¨®, por el mismo conducto, la copia de Fortunata y Jacinta, despu¨¦s de haberle dicho yo medio en broma que empezando por don Quijote lo l¨®gico ser¨ªa seguir por Fortunata, las dos criaturas m¨¢s vivas e incombustibles, siendo ambas pura llama, de toda la literatura espa?ola. Aquel nuevo regalo lleg¨® muy oportuno, y un d¨ªa, como otros muchos en que iba a almorzar a casa del pintor Ram¨®n Gaya que viv¨ªa en la misma calle de Cuchilleros, pas¨¦ por delante de la casa donde quiso Gald¨®s que viviera su Fortunata, a la que pod¨ªa accederse, como es sabido, por Cuchilleros o por la Plaza Mayor. Estaba el portal abierto y acaso porque siempre lo hab¨ªa encontrado cerrado, entr¨¦ y, obedeciendo no s¨¦ que impulsos, empec¨¦ a subir las mismas escaleras que subi¨® Juanito Santa Cruz el d¨ªa que conoci¨® a Fortunata. No obstante, no dejaba de ser aquello un espejismo, porque en todo caso, siendo entes de ficci¨®n, ni Fortunata ni Estupi?¨¢ ni el se?orito Santa Cruz hab¨ªan podido estar all¨ª nunca... ?O no?
?Desde cu¨¢ndo es pecado amar, incluso a quien como Santa Cruz no vale casi nada?, parece decirnos una amanteLa casa de Cuchilleros
Fue entonces cuando sucedi¨® algo extra?o. En el rellano del cuarto piso me encontr¨¦ a una mujer de unos treinta a?os, a quien tom¨¦ en un primer momento por inquilina. Permanec¨ªa inm¨®vil, como anonadada, y lloraba a l¨¢grima viva. La situaci¨®n fue muy embarazosa tambi¨¦n para ella, que debi¨® de pensar que el inquilino era yo. S¨®lo acert¨® a decirme para justificar su presencia all¨ª: "Aqu¨ª vivi¨® Fortunata". Lo proclam¨® con un sollozo angustioso. Reaccion¨¦ de una manera pueril y embrollada, le ped¨ª perd¨®n, no s¨¦ por qu¨¦, y corr¨ª escaleras abajo. Desde luego aquella mujer era, como yo mismo, alguien que quer¨ªa agradecer secretamente no ya a Gald¨®s, sino a un ser como Fortunata, el hecho de haber existido y haber amado apasionadamente, ajena a la noci¨®n de culpa. ?Desde cu¨¢ndo es pecado amar, incluso a quien como Santa Cruz no vale casi nada?, parece decirnos una amante de la que habr¨ªa hecho bien en aprender algo la emperejilada y sotanera Ana Ozores.
Con otra luz o siendo yo un poco m¨¢s impresionable habr¨ªa pensado que se me hab¨ªa aparecido el fantasma de la hermos¨ªsima "Pitusa". Pero no, lo cual no quita para que no me reproche mi precipitaci¨®n, que me dej¨® vagamente desasosegado y sin saber algo de aquella afligida mujer a la que sorprend¨ª cierto d¨ªa de junio llorando frente a la puerta del angosto basti¨®n donde vivi¨® Fortunata.
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